19 de marzo de 2009

Es más cómodo por televisión



José Trepat


Para quienes les gusta el fútbol y al mismo tiempo el confort, el menú ideal puede ser elaborado con no muchos ingredientes: un cómodo sofá, pantuflas, una pequeña mesa ratona con cerveza y platillos de pica-pica o picada al alcance de la mano, y un buen aparato de televisión, preferiblemente de pantalla ancha, que nos ofrezca el elemento principal sobre el que gira todo lo demás: un partido de fútbol en el que haya algo en juego; sobre todo QUE NO SEA UN AMISTOSO.



El fútbol, definido por un colega periodista como “el deporte más bello del mundo” lo reúne casi todo: fuerza, habilidad, plasticidad, rapidez física y mental, rudeza, sudor, trampas, actuaciones teatrales, mala intención, también lealtad y respeto, juego individual y de equipo, planificación y espontaneidad, risas y llantos; aquí se amalgaman perfectamente las dos carátulas.

Esta “pasión de multitudes”, definición que acuñó hace algunas décadas el relator deportivo argentino José María Muñoz, nos llega hoy a través de la pantalla mágica con sonido ambiental, repetición de jugadas claves y goles. ¿Se puede pedir algo más?. Sí, que esa “pasión” alcance su plenitud cuando el partido es fundamental para unos y otros, ya sea por peligro de descender a una división inferior si se pierde, o si la victoria puede significar el título de campeón.

Ni que hablar de los torneos internacionales o de la Copa del Mundo, dónde además del favoritismo por un equipo, lo que se juega es el prestigio de un país. Aquí ya no importa como se juegue, lo importante es ganar para escuchar el himno patrio y ver flamear la bandera nacional en lo más alto del mástil.

La televisión trae todo ese cúmulo de sensaciones a nuestro living y muchos preferimos esa manera de ver el fútbol. Pero por suerte son muchos los aficionados o fanáticos que llenan los estadios con su fervor y entusiasmo porque no se puede concebir un partido sin ese ruidoso marco multitudinario que tanto colabora para que un partido sea “caliente” o solo el desplazamiento intranscendente de 22 futbolistas que bastante cobran por 90 minutos de ir y venir por el campo de juego.


(Los espectadores no ven algunos gestos, pero a la televisión no se le escapa nada...)


La elección del sofá para ver un partido puede responder a varios motivos, desde la comodidad, disponibilidad de tiempo, carencias económicas, o también limitaciones impuestas por la edad, que no existían lógicamente cuando hace algunas décadas, sin televisión o en sus albores, ir a un estadio era toda una aventura pero también lo mejor que nos podía pasar un domingo.

La adolescencia en Buenos Aires de quién escribe estas líneas estuvo marcada por esa pasión y fanatismo. Con el paso de los años se transformó en mero placer de ver fútbol –por televisión, claro-. Desempolvando el arcón de los recuerdos, me viene a la memoria lo azaroso que era llegar al estadio, en mi caso el de River Plate.

A diferencia de ahora, el espectáculo constaba de tres partidos –la tercera, la reserva y la primera- y queríamos verlos todos, comenzando a las once de la mañana. Así que llevando un sándwich nos dirigíamos al estadio, que distaba unos 15 kilómetros de nuestro domicilio.

Pero no lo hacíamos por los medios de transporte tradicionales, como el autobús o el tren, sino que nos ubicábamos en la zona de Retiro, cerca de las estaciones de trenes, y allí esperábamos el paso de camiones con caja abierta que los domingos eran utilizados para transportar gente hasta el estadio.

El camión no se detenía pero reducía la velocidad. Había que correr detrás y estirar los brazos para que otros “viajeros” nos izaran en vilo. Que peligro y que inconsciencia!


Una vez arriba había que pagar al encargado de recoger el importe del viaje y sólo cuando el camión estaba repleto de “hinchas” apretujados como ganado que va al matadero, el viaje continuaba sin más paradas.


Había que detectar por cual equipo “simpatizaban” nuestros compañeros de viaje. Si era por el nuestro nos uníamos a sus gritos, y si era por el rival, nos manteníamos en un cauto silencio para evitar un mal momento.


El regreso se hacía de la misma manera o en tren, pues si disponíamos de algunas monedas, nos dábamos un gusto enorme: comer dos porciones de pizza en la estación Belgrano del Ferrocarril Mitre. La jornada había terminado, casi. El postre era comprar el diario La Razón en su edición vespertina, para leer de cabo a rabo todo lo que se había escrito sobre el partido.

("Idolos" de los años 50 : Walter Gómez, Labruna y Lousteau)


Cuando llegó la televisión sólo algunos privilegiados podían acceder a un aparato. El resto de los mortales nos agrupábamos frente a los comercios de electrodomésticos en cuyas vidrieras se había instalado un televisor blanco y negro y pantalla muy pequeña. Ni hablar de repetición de goles ni de jugadas.

A medida que fue aumentando el número de aparatos y estos fueron mas asequibles, la transmisión de un partido era todo un acontecimiento y poco a poco esta nueva manera de ver fútbol fue ganando adeptos, hasta convertirse en lo que es en la actualidad: un medio para que una final de la Copa del Mundo, por ejemplo, sea vista por centenares de millones de personas en todo el mundo, comparado con los escasos miles que cabían en el estadio.






( ¿No crees que hay demasiado fútbol en la televisión?)















¿Será cierto?


*

1 comentario:

martagbp dijo...

Como siempre, estas "pinturas" de usos y costumbres me recuerdan mi niñez en la casa grande de Constitución, sobre todo cuando ví la foto de Labruna (y eso que mis tíos y demás eran de Boca Jr.).