1 de agosto de 2010

Cuatro instantes

José Trepat
Me decidí a leer Esperando a Robert Capa porque lo conocía solo a través de sus fotografías, pero sabía poco y nada de su vida y menos aún de quien fue su colega y pareja sentimental, Gerda Taro.

El libro cumplió su cometido y ofrece un nuevo aporte a la polémica en torno en torno a la que es considerada como la mejor fotografía de guerra de todos los tiempos: Muerte de un miliciano, tomada durante la guerra civil española.



Esa foto en especial me trajo a la mente otras instantáneas que también hicieron historia. Son en total cuatro instantes decisivos en los que otros tantos fotógrafos supieron plasmar y transmitir al mundo sus contundentes mensajes de destrucción, sufrimiento y muerte, la síntesis de las guerras.

Todas las fotos tienen su historia y así fueron contadas por diversas fuentes. Claro que no estoy en condiciones de garantizar su autenticidad.

Niña vietnamita quemada con NAPALM



El fotógrafo Nick Ut, de Associated Press, nunca pudo olvidar la imagen de una niña vietnamita de nueve años quemada con napalm, corriendo desnuda por una carretera cerca de la aldea de Trang Bang, a unos 40 kilómetros de Saigón, en junio de 1972.
De acuerdo con la información encontrada, Varios fotógrafos, así como cientos de refugiados, se encontraban en las afueras de la aldea cuando, cerca de la una de la tarde, dos Skyraider de la aviación surcoreana bombardearon con napalm y fósforo blanco la aldea. Un grupo formado por civiles y soldados sudvietnamitas abandonó el templo de la aldea y corrió hacia el grupo de refugiados y periodistas. Uno de los pilotos, confundiéndoles con tropas norvietnamitas, se desvió de su objetivo y les atacó.

Entre el humo y las llamas, grupos de civiles con terribles quemaduras siguieron corriendo por la carretera principal, hacia los fotógrafos y las tropas del sur. Entre ellos, LA FOTOGRAFIA: una mujer mayor que gritaba pidiendo auxilio, con un bebé en sus brazos, ya muerto por las quemaduras. La mayoría de los fotógrafos vació sus carretes en esa impresionante imagen, incluyendo a Nick Ut, que usó una de sus Leicas y una Nikon. Es muy habitual que los fotoreporteros lleven varias cámaras, lo que les ahorra los valiosos segundos que se tardan en cambiar de óptica o, por aquel entonces, en rebobinar o cambiar el carrete. Y eso fue exactamente lo que pasó.

Cuando todos estaban rebobinando y cambiando los carretes de sus cámaras, Nick oyó a una niña que corría hacia ellos, sin su ropa, que había ardido, completamente cubierta de quemaduras y gritando "Nong qua, nong qua" ("muy caliente, muy caliente"). Nick Ut llevaba cuatro cámaras. Y su Leica M2, aún cargada con película Kodak 400, les hizo entrar en la historia de la fotografía. La niña, de nueve años, se llamaba Phan Thi Kim Phuc y los mismos fotógrafos le brindaron resguardo y la cubrieron con mantas para luego brindarle asistencia médica.


Luego por la noche en el hotel, revelaron los carretes y entre más de 200 fotos seleccionaron esa y otras más. La imagen fue enviada y al día siguiente fue portada en diarios de todo el mundo. Fue Foto del Año del World Press Photo de 1972, y en 1973, recibió el Pulitzer. También ha recibido otros importantes premios de fotoperiodismo.

Muerte de un miliciano




(Fragmento del libro Esperando a Robert Capa)

-¿Qué fue lo que pasó? -No quiero hablar de ello. -Es mejor que lo hagas ahora, André. No es bueno quedárselo dentro ¿Pediste a los hombres que escenificaran un ataque? -No. Estábamos haciendo el tonto, eso es todo. Tal vez me quejé de que todo estuviera demasiado tranquilo y no hubiera nada interesante que fotografiar. Algunos muchachos entonces empezaron a bajar corriendo la ladera y yo también me eché a correr con ellos. Subimos y bajamos la loma varias veces. Estábamos todos de buen humor. Nos reíamos. Dispararon al aire. Saqué varias fotografías. -Capa se quedó muy quieto, el gesto de la boca se le había crispado- ...La puta foto. -¿Y qué ocurrió entonces? Calló durante demasiados segundos para que la pausa fuera natural. -Ocurrió que de repente todo era real. Teníamos una ametralladora franquista en la ladera de enfrente. Tal vez llamamos su atención con nuestras voces. Yo no oí los disparos... Al principio no los oí... - -¿Dónde estabas tú?


-Un poco más adelante, a un lado, en el cerro que llaman de la Coja. La segunda ráfaga fue más corta. Uno de los muchachos salió para cubrir la retirada de los de más y la ametralladora abrió fuego. Yo levanté la cámara por encima de mi cabeza y también disparé. -Se quedó callado unos segundos, como si se estuviera esforzando en desmenuzar un pensamiento difícil de concretar-. Fotografiar a las personas es obligarlas de algún modo a afrontar cosas con las que no contaban. Las sacas de su camino, de sus planes, de su trayectoria normal. A veces también es obligarlas a morir. -Lo hice mecánicamente, sin pensar -continuó él-. Cuando lo vi en el suelo, creí que no estaba muerto. Pensé que estaba fingiendo. Era un juego. De repente se hizo un silencio. Todos me miraban a mí. Entre dos milicianos lo arrastraron como pudieron hasta la trinchera, uno de ellos también fue alcanzado cuando volvió a recoger su fusil. Fue entonces cuando comprendí lo que había sucedido. Los fascistas lo acribillaron. Pero yo lo maté. -No fuiste tú, André -lo consoló ella, aunque en el fondo sabía tan bien como él, que de no haber estado allí con su cámara, aquello no habría ocurrido. -No sé quién era realmente. Tengo el traqueteo de la ametralladora aquí clavado -dijo, señalándose la frente-. Ni siquiera sé su verdadero nombre, vino voluntario desde Alcoy con un hermano pequeño de la misma edad que Cornell. Apreté mecánicamente el disparador de la cámara y él cayó de espaldas, igual que si hubiera disparado un arma y le hubiera alcanzado en la cabeza. Causa y consecuencia. -Es la guerra, André.

Niño (o niña) africano famélico acechado por un buitre

En 1994 Kevin Carter tomó en África la foto de una niña sudanesa desfallecida de hambre y acechada por dos buitres en un descampado, a menos de un kilómetro del puesto de reparto de comida de la ONU.

Ganó el Pulitzer con esa foto y poco tiempo después se suicidó. Su amigo más cercano, Joao Silva, y quien se encontraba con Kevin en los momentos en que esta imagen fue tomada, cuenta como sucedieron los hechos: “Nosotros eramos parte de una misión de entrega de alimentos por helicóptero y se nos había dado media hora para que tomaramos fotos.

Carter nunca se alejaba mas de 10 metros del helicóptero, mientras que yo si lo hacia mucho mas. Esta ocasión era la primera para Carter con victimas de una hambruna así que empezó a tomar fotos de todo lo que podía.

El niño había sido dejado solo momentáneamente mientras sus padres iban a traer un poco de maíz. Carter dedico más o menos 10 minutos organizando la toma y luego asusto al buitre para que se fuera. Además el había sido aconsejado, por parte de los miembros del equipo de ayuda de las Naciones Unidas, de no tocar ninguna de las victimas.

El se merecía el Pulitzer, no toda esta critica.” Con esta fotografía llegaron infinidad de críticas que acusaban a Carter de haberse aprovechado de la situación de la pequeña para sacar una foto impactante, en vez de ayudarla. Algo que era incierto, pues tras tomar la foto, el fotógrafo se aseguró de que la niña llegara al refugio sana y salva.


Carter, que tan sólo pretendía hacer saber al mundo lo que ocurría en África, sucumbió a una presión que le consumió hasta la depresión.

El día que se le hacía entrega del premio Pulitzer en una pomposa ceremonia, Ken Oosterbroek, su mejor amigo, moría víctima de un balazo mientras realizaba fotografías a la multitud en las afueras de Johannesburgo.

Carter no se lo perdonó. No debía estar sonriendo delante de las cámaras mientras recogía un premio, si no detrás de ellas, en las barricadas, con su amigo Ken. Debía haber estado allí, con él. Pocas semanas después Carter se dirigió a un parque cercano del lugar donde había nacido. Allí, escuchando música, junto a un pequeño lago y verdes árboles, inhalando monóxido de carbono por una goma conectada al tubo de escape de su vehículo se quitó la vida. 

Asesinato de un guerrillero vietnamita

Eddie Adams vivió siempre atormentado por la instantánea que tomó en 1968 a un general de la policía de Saigón en el preciso momento en que le está disparando un tiro a quemarropa en la sien a un prisionero del Viet Cong con las manos atadas a la espalda.


La víctima contrae involuntariamente el gesto por el impacto justo un segundo antes de que el cuerpo empiece a caer. El policía era Nguyen Ngọc Loa, que al momento de la fotografía era el general en jefe de la policía de Vietnam del Sur.

El prisionero ejecutado fue Nguyen Van Lem, un conocido rebelde del Vietcong que se hacia llamar Capitan Lop.


De acuerdo a fuentes policíacas de Vietnam del Sur, Nguyen Van Lem comandaba un escuadrón que buscaba venganza frente a la policía de Vietnam del Sur. El escuadrón dirigido por Van Lem asesino a policías, esposas e hijos de policías en los días previos al 1ero de Febrero de 1968. Según reportes de inteligencia al menos 34 policías y familiares de policías fueron asesinados por el escuadrón de Nguyen Van Lem.


Nguyen Ngọc Loa era el general en jefe de la policía de Vietnam del Sur al momento de la captura del rebelde Nguyen Van Lem. El general Nguyen Ngọc Loa ejecuto en un juicio sumario al rebelde Van Lem de un solo disparo en la cabeza el 1ero de Febrero de 1968.

Tras la caída de Saigon en 1975 Nguyen Ngọc Loa se mudo con su familia a Virginia, EE.UU., donde abrió una pizzería. Sin embargo en 1991 fue reconocido en la foto de Eddie Adams y alguien le dejo una nota en la puerta de su pizzería donde le decían: “Sabemos quien eres”. Después de esto Nguyen tuvo que cerrar su pizzería y a los pocos años en 1998 murió de cáncer en un suburbio cerca de Washington, D.C.
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7 comentarios:

flaco dijo...

A José: La fotografìa de "Muerte de un miliciano" ilustra la portada del libro Homenaje a Cataluña de George Orwell. Me gustaría que como catalán me ofrecieras tu comentario sobre el mismo.Amén

jose trepat dijo...

A flaco: Ese libro lo leí hace más de 20 años por recomendación de un colega uruguayo cuando estaba en Reuter. Lo tengo en Munro. Por supuesto que me interesó pero no recuerdo ahora precisiones. Es corto y se puede leer en una tarde, así que en una de esas le hinco el diente (o el ojo) otra vez. slds.

Jose T. dijo...

El punto que precede a la palabra "dijo", esconde mi identidad.

La Dama Zahorí dijo...

Escalofriante todo lo que cuentas; lo he leído con mucho interés. La vida del fotógrafo es una vida de trinchera, con similares vicisitudes, que no recibe la consideración que merece. Las fotos circulan, se convierten en emblemas (caso de la foto del miliciano, que incluso he visto estampada en camisetas), en estandartes reivindicativos, pero nadie habla de la persona que está detrás, arriesgando su vida, su integridad, su cordura, para ofrecernos ese pedazo de realidad.

Me ha encantado tu entrada. Un saludo.

José T. dijo...

Muchas gracias Laurita. Solo me he tomado el trabajo de recopilar algunos párrafos que andan por allí al alcance de todos. Yo conocí personalmente a algunos de estos fotógrafos y es muy cierto que son capaces de jugarse la vida en cada toma. Uno de ellos está mencionado en la entrada http://jtrepat08.blogspot.com/search/label/JT%20-%20Los%20eternos%20olvidados . slds.

Juan Luis G. dijo...

Gran posts. Curioso que n la foto de la niña sudanesa se desviara la atención a culpabilizar al fotógrafo. Si el fotógrafo no hubiera estado allí, aquello seguiría pasando.

Saludos

José T. dijo...

Exactamente Juan Luis G. A veces una foto captada en el instante preciso tiene un demoledor poder de síntesis y es válido aquello de que una imagen vale más que mil palabras. Si hubiera leido una nota periodistica sobre lo que pasaba en Sudan, seguramente no me hubiera impresionado tanto como esta "simple" imagen. gracias por el comentario.