30 de agosto de 2014

¿Cómo eran realmente?

La respuesta parece obvia pero, quién sabe! tal vez tengamos una idea equivocada de como era realmente el salvaje Oeste, esa tierra bravía de hombres rudos (o no tanto) que dio origen a tantas películas y novelas. Al leer o escuchar la palabra "cowboy" o "vaquero" enseguida nos viene a la mente un hombre a caballo que después de un largo viaje por solitarios parajes erizados de peligros, llega al pueblo y ata su cabalgadura frente al Saloon.

Ya con los pies en tierra, la entrepierna sudada y cubierto por el polvo del camino, palmea el cuello del noble equino, se acomoda la funda del Colt 45 atada al muslo con una tira de cuero, se echa el sombrero hacia atrás con el dedo índice, y se dirige cansinamente al interior del establecimiento, donde el barman, mientras friega los vasos, le dirige una mirada desconfiada. Es forastero y no lo conoce.

El vaquero se afloja el pañuelo del cuello y se pasa la mano por el rostro que luce barba de varios días.
-Whisky! (¿que otra cosa iba a ser?) No hace falta decir más. El barman apoya uno de esos pequeños vasos de vidrio grueso y se lo llena hasta el borde. El vaquero se lo echa al coleto de un solo trago y lo deposita en el mostrador con un sonoro golpe. Mira al barman y sólo hace un gesto levantando la cabeza. El barman sabe lo que eso significa y se lo llena otra vez. Después de esta segunda dosis el hombre mete la mano en el bolsillo de su chaleco, saca una moneda y la deja junto al vaso (aparentemente siempre paga lo justo porque nunca vi que le dieran vuelto, o quizás deja propina).

-Una barbería? pregunta con gran economía de palabras. El barman lo mira y hace un rápido movimiento de cabeza hacia su izquierda. Claro, quiere decir que saliendo, a mano izquierda, la encontrará. El vaquero abandona tranquilamente el Saloon.

Si esta no es la imagen de un cowboy "clásico" es bastante aproximada. Pero en nuestra juventud, allá por las décadas de 1950 y 1960, los adolescentes que gustábamos de las películas de vaqueros e indios, teníamos otros héroes, bien distintos al descrito aquí. Los memoriosos tal vez recuerden a Roy Rogers y su caballo Tiger, a Gene Autry con su guitarra y sus insoportables canciones, y más adelante al Llanero Solitario y su fiel amigo, el indio Toro.

Nuestro héroes eran increíbles. Siempre bien afeitados, vestidos de manera impecable con modelitos de llamativos colores, pantalones bien ceñidos que resaltaban su anatomía, botas perfectamente lustradas y sombreros flamantes que jamás se les caían ni en las peleas más feroces. Las balas que vomitaban sus revólveres relucientes debían tener algo especial porque no dejaban marca en la ropa de sus enemigos y tampoco manaba una sola gota de sangre de las heridas.

Roy Rogers y Gene Autry andaban siempre en pueblos y sus inmediaciones, o sea que podrían tener cerca algún servicio de lavandería y planchado, pero el Llanero solitario y Toro nunca estaban en el mismo lugar y sin embargo la camisa del Llanero siempre estaba bien planchada y sin máculas de suciedad. Es verdad que después de sus misiones justicieras llegaban siempre a una roca grande y se ocultaban detrás. ¿Tendrían allí sus enseres domésticos, como plancha a leña por ejemplo? Nunca los sabremos ni tampoco sabremos si estos tres atildados vaqueros tenía alguna inclinación diferente al resto de sus congéneres.

Esos tiempos de fantasía quedaron hechos trizas con el paso de los años cuando los Clint Eastwood, Charles Bronson o Lee Marvin, para citar a sólo tres, aparecieron en escena con sus rostros barbados, vestimenta con evidentes señales de uso, botas gastadas, uñas sucias y un cigarro colgando de los labios. Nos hicieron pensar que tal vez ellos eran la imagen de los auténticos hombres del Oeste.

Lo que puede el cine! Nos hace creer cualquier cosa!.
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