Pocos como los italianos en el mundo del cine han sabido interpretar los sentimientos humanos y extraer del espectador la risa y el llanto de una manera tan natural e imposible de contener. Sin entrar a analizar el estado actual de la industria cinematográfica italiana, esta nota intenta un viaje retrospectivo a una época en la que descomunales guionistas, directores y actores dejaron una profunda huella al reflejarla de una manera magistral.
Hoy podemos acceder a esa filmografía gracias a los avances tecnológicos que nos permiten revivir incontables obras maestras, hechas casi todas sin presupuestos excesivos pero que han quedado grabadas en el recuerdo como exponentes de un período irrepetible de la historia: el que vivió Italia entre la Primera Guerra Mundial y la década de 1960. En ese lapso de tiempo los italianos supieron reflejar como nadie los avatares de una sociedad que en un escenario de penuria y miserias mostraba al mundo como era realmente la vida que les tocó en suerte.
Viendo esas películas se tiene la impresión de que los guionistas se habían limitado a copiar escenas del quehacer cotidiano, que luego llegaban al espectador a través de los magníficos actores y directores. Quién no se conmovió y derramó alguna lágrima con “Ladrón de bicicletas”, de Vittorio de Sica? O con “La Gran Guerra”, de Mario Monicelli, interpretada por Vittorio Gassmann y Alberto Sordi? “Roma ciudad abierta”, de Roberto Rosellini y “Arroz amargo” (1949) dirigida por Giuseppe di Santis e interpretada por la exuberante Silvana Mangano, son dos exponentes clave de lo que a partir de esas y otras producciones se conoce como el neorrealismo italiano.
“La Mangano”, que había sido elegida Miss Roma en 1946, trae a la pantalla una carga de erotismo –mostrando muy poco- que era desconocida en Hollywood y rara en Europa. Claro que vistas ahora, esas escenas de erotismo sugerido, parecen un tanto ingenuas. En la triste España de la posguerra, “Arroz amargo” se exhibió con numerosos cortes y sólo a partir de los años 70 la película se repuso en los circuitos de arte y ensayo.
En “Roma ciudad abierta”, rodada cuando la Segunda Guerra Mundial todavía no había terminado, Rosellini se aparta de los convencionalismos de Hollywood y en un marco de precariedad y carencias, aporta al cine un nuevo modo de contar historias, que por falta de estudios cinematográficos, debían ser filmadas en escenarios naturales y apelando muchas veces a actores no profesionales. Muchos consideran a su película, junto con “Ladrón de bicicletas”, como las obras maestras del neorrealismo italiano.
Ese nuevo estilo que acababa de nacer reflejaba con total verosimilitud las condiciones de vida de un país que emergía del cataclismo bélico. Los sentimientos de frustración y miseria parecían escapar de la pantalla y alojarse en el alma de los espectadores. Sería muy aconsejable que las nuevas generaciones tuvieran oportunidad de comprobar que las obras de arte tienen muy poco que ver con la cantidad de dinero utilizado para producirlas.
Para quien esto escribe hurgando en el archivo de la memoria –reitero que estas páginas del blog no pretenden ser artículos periodísticos, sino recuerdos que surgen de manera espontánea- las películas italianas se hallaban en las antípodas del “otro” cine que veía en mi juventud: las producciones de Hollywood en las que siempre ganaba el “bueno”.
Las películas norteamericanas producían héroes en cantidad y un despliegue de recursos que visualmente eran agradables de ver. Por el contrario los personajes del cine italiano, casi siempre en blanco y negro, eran en general “perdedores” que dejaban un regusto amargo pero que transmitían una autenticidad avasalladora. No puede dejar de mencionarse –entre tantas obras que no caben en este espacio y estos recuerdos- la película “Dos mujeres” con una actuación tan soberbia de Sofía Loren, como pocas veces he visto en el cine.
Tampoco puede faltar en esta retrospectiva “Umberto D”, dirigida por de Sicca, otra obra dramática que golpea duro al espectador. Pero por suerte, una Italia que iba recuperándose de los estragos de la guerra, comenzó a generar a partir de la década del 60, una serie de películas, siempre de carácter costumbrista, con un humor desbordante transmitido por una avalancha de actores sencillamente extraordinarios dirigidos también de manera magistral. Fue precisamente Vittorio de Sica, esta vez como actor, quién en 1953, teniendo como “partenaire” a una debutante Gina Lollobrigida comenzó a transitar la vertiente humorística que tantos éxitos fue acumulando con el paso del tiempo.
Y aquí llega el disfrute pleno de las comedias italianas que iban invadiendo las pantallas de los cines de Buenos Aires que en esa época frecuentaba asiduamente. Por suerte, las películas se exhibían en su idioma original con subtítulos, pues a mi modesto modo de ver a los italianos se los debe escuchar en su lengua, con sus giros y entonaciones tan particulares. No pueden ser dobladas; es lo que “exijo” cuando quiero ver una película de ese origen.
Un gordito de cara redonda y mirada pícara a veces y triste en otras, se convirtió en mi ídolo cinematográfico: Alberto Sordi. Tal es así que en un viaje a Roma con mi esposa sentí la ilusión de cruzarme en la Via Venetto con Albertino para fotografiarme junto a él y expresarle mi admiración. Obviamente no pudo ser; no coincidimos ni en el lugar ni en la hora. Creo no haberme perdido ninguna de sus películas. Cómo un actor puede transmitir tanto al espectador quizás dependa de muchos factores, pero con Sordi sentí como que lo conocía de toda la vida.
Otro grande en mis preferencias, Vittorio Gassmann, me aportó muchos momentos de placer y emoción. Fue uno de los personajes centrales de “Los desconocidos de siempre” o “Rufufú”, una película notable en la que también estuvo Marcelo Mastroianni, verdadero “monstruo” del cine y otros actores de menos nombradía pero geniales en lo suyo, como Mario y Memmo Carotenuto. En fin, hay tantos que es imposible recordarlos a todos.
Como olvidar al Gassman de "Il sorpasso" y la palabra que hizo historia: “modestamente…” al referirse a sus atributos masculinos en respuesta al admirativo “Oh La La” de su pareja de baile en esa escena que recordarán todos quienes hayan visto la película dirigida por Dino Risi. También contemporáneos de Sordi y Gassman aparecieron para el deleite de los espectadores nombres como el de Ugo Tognazzi y Nino Manfredi, comediantes de primera línea pero también versátiles si el argumento rozaba el drama.
Sofía Loren y Gina Lollobrigida perdieron –para mí- algo de su magnetismo cuando incursionaron en el cine estadounidense, pero ocupan un lugar de privilegio en la cinematografía de Italia, donde descollaron también bellezas como Virna Lisi, Sandra Schiaffino, Mónica Vitti y Rossana Podestá, entre tantas.
Las comedias fueron la base de la cultura italiana de los años cincuenta. En este recordatorio no puede faltar el gran Totó. En “Los desconocidos de siempre” protagoniza una memorable escena en la que en su papel de ladrón retirado, brinda una clase sobre como robar una caja fuerte. Fueron apenas unos minutos pero son fragmentos que quedan grabados en la memoria. Siguió a esa época dorada un cine más intelectual de la mano de Federico Fellini, Luchino Visconti y el discutido Pier Paolo Passolini, por mencionar sólo a tres.
Pero estos realizadores escapan un poco al tema central de esta nota, que es el de revivir aquellos años en el que el cine justificó plenamente lo de “Séptimo Arte”. Muchos de mis contemporáneos que lean esta nota se preguntarán con razón ¿como se ha olvidado de tal o cual...? Es inevitable. Perdón por la omisión.
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