Sin haber incursionado en demasía en el vasto mundo de la poesía, no por ello puedo dejar de admitir que esta vertiente de la literatura de tanto en tanto despierta en la sensibilidad que cada uno puede tener, una dosis de admiración hacia esos malabaristas de las palabras sobre todo cuando estas se amalgaman para describir personas y lugares.
Esa es la faceta poética que no me deja indiferente cuando mis sentidos se ven invadidos por algunos de esos textos que tan admirablemente describen una situación, un lugar, un hecho nimio, o que se internan en el intrincado laberinto del alma, insondable y misteriosa.
Si los versos han sido escritos en un entorno de sufrimiento, carencias y dificultades, quien los lee y desmenuza cada línea, probablemente se sentirá más compenetrado con el mensaje del poeta, tal vez la única manera que haya tenido de expresar sus sentimientos.
Versos escritos desde la cárcel o el exilio son el mejor ejemplo. Artífices ha habido muchos pero esta nota se circunscribe a sólo unos pocos y entre estos está Antonio Machado, el poeta sevillano nacido en 1875 y muerto en el exilio.
Como otros tantos miles, me interesé por conocer más a fondo la obra de Machado, a partir de la excepcional musicalización de sus versos por parte de otro poeta de nuestros tiempos, Joan Manuel Serrat. Con el aporte de ambos surgió el mejor long play que jamás se haya hecho, opinión personal.
Con el trasfondo de la música de Serrat, transitar por los versos de Machado constituye un verdadero deleite y despierta la admiración ver-sentir de qué manera el poeta cuenta su infancia en Sevilla o describe algo tan banal como un tronco podrido. Recordemos sólo las primeras cuatro líneas: Al olmo viejo, hendido por el rayo / y en su mitad podrido, /con las lluvias de abril y el sol de mayo, / algunas hojas verde le han salido.
En algunos textos se lee que en opinión de Machado, “las imágenes que no parten del sentimiento, sino sólo del intelecto, no valen nada”. Y en verdad, sus versos melancólicos, de hombre taciturno, ratifican esa opinión.
Antonio Machado se vio obligado a exiliarse en Francia a poco de comenzar la Guerra Civil Española, pues simpatizaba con la república al igual que otros grandes poetas de la época como Miguel Hernández, cuyos sufridos versos escritos en la prisión dónde murió de tuberculosis, alcanzaron también nueva dimensión a través también del siempre coherente Serrat.
Antonio Machado tiene en su vasta obra un “relato” poético sobre el fusilamiento de otro grande, Federico García Lorca.
Qué bueno es recordarlo:
EL CRIMEN FUE EN GRANADA
Se le vio, caminando entre fusiles, por una calle larga, salir al campo frío, aún con estrellas, de la madrugada.
Mataron a Federico cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos; rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico -sangre en la frente y plomo en las entrañas-. ...
Que fue en Granada el crimen sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada...... …
En la línea de estos poetas costumbristas y testimoniales quiero incluir en estas líneas al argentino Atahualpa Yupanqui con su “El payador perseguido”; es el tipo de poesía que prefiero.
En su tumba en Collioure, Francia, donde fue sepultado el 22 de febrero de 1939, Antonio Machado recibe flores y homenajes. Al morir tenía 64 años, pero había dejado este pensamiento: “La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos”.
-José Trepat
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