A continuación, y continuando la serie Recordando, pueden verse las entradas dedicadas a Nostalgias del campo argentino, y es a la vez una especie de homenaje al post que hasta ahora encabeza la lista de más visitados (más de 4.000 "clicks"). Ese honor le corresponde a la nota titulada Las cosechas, la última de la serie sobre el campo argentino.
Aquí está acompañada de las cinco restantes, así que los nuevos seguidores pueden hacer lo que quieran con ellas: leerlas, dedicarles una mirada superficial, o seguir de largo. Para leer las notas completas sólo haya que cliquear en los títulos de las mismas.
La palabra nostalgia, que según la Real Academia Español, en su segunda acepción, es “Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida” quizás no define exactamente el sentimiento que se pretende transmitir en estas líneas. En este caso particular eliminaría al vocablo “tristeza” pues la sensación es más bien un recuerdo agradable de una época pasada. Se puede sentir nostalgia por muchas cosas y no es cuestión ahora de ahondar en las profundidades del alma y todo eso, sino que nos limitaremos tan sólo a aplicar la palabra a algo que puede ser pueril y hasta intrascendente, esto es: el tipo de nostalgia que pasa por el estómago, ese órgano que sólo entiende de necesidades básicas y primitivas.
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Hace algunas semanas publiqué la primera de lo que pretende ser una serie de notas basadas en mis recuerdos de la infancia vivida en el campo argentino. Tal vez en los vericuetos de la mente se extravíen los datos sobre lo acontecido en épocas mucho más recientes, pero las imágenes y sensaciones de aquellos años permanecen inalterables.
Debe ser por la intensidad o la abulia con que se viven determinadas situaciones, pero lo cierto es que aquella experiencia, ya tan lejana en el tiempo, me ha dejado marcado, y desde esos lugares vastos y remotos, nació mi admiración y respeto por la naturaleza y sus prodigios.
El habitante de ciudad puede haber visto películas y leído acerca de los espacios abiertos, expuestos de manera admirable por las técnicas de la imagen y las sabias descripciones elaboradas por plumas ilustres, pero poder recordar esas vivencias personales y en directo, es algo irreemplazable. Compartirlas también es un gusto, aunque las palabras tal vez no logren reflejarlas en toda su magnitud.
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3. ¡Pobres animales!
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4. El faenado del cerdo
La vida en el campo es un diálogo constante con la naturaleza, con sus alegrías y sinsabores, pero en definitiva, un descarnado enfrentamiento diario entre el hombre y el medio, donde cada cual trata de imponer sus leyes. Del campo proviene toda la materia prima que el ser humano necesita para su subsistencia, y allí está el hombre –el chacarero en Argentina- para extraer todo lo que pueda de las fértiles tierras y también de los animales que se nutren de ellas. Como indica el título de esta serie de notas, lo que priva aquí es la nostalgia por una época de la que fui testigo y partícipe. Los hechos que se relatan corresponden entonces a ese tiempo en el que todo era artesanal; nada que ver con el procesamiento moderno de los alimentos, dónde el congelado de carnes, frutas y verduras forma parte de la vida actual. Quienes hoy viven en el campo seguirán sin duda cultivando sus huertos y árboles frutales para la alimentación diaria, pero en lo que respecta a carnes embutidos y fiambres lo más fácil es adquirirlos en el super mercado del pueblo más cercano.
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*5. Un día cualquiera
Un día cualquiera para la gente de campo comienza cuando el sol todavía no ha comenzado a desputar en el horizonte, y antes de que el gallo se anuncie con su primer y puntual canto. La chacra de Arrecifes, dónde pasé mi niñez y comienzo de la adolescencia, no era la excepción, y así lo asumíamos mi primo Quito y yo porque no nos quedaba otro remedio, para qué lo vamos a negar. En esas primeras horas del día la rutina era siempre la misma, sin importar que fuese domingo o el Día de la Bandera. Este día cualquiera corresponde al verano, época de vacaciones escolares. Los libros y cuadernos ya estaban bien guardados y no serían tocados hasta el comienzo de otro período lectivo, en marzo. Pero el campo no sabe de vacaciones y exige una atención permanente para que brinde sus frutos como corresponde. Después de recibir las muestras de alegría de los seis perros que nos esperaban todas las mañanas para saltarnos encima y expresarnos su cariño con lenguetazos y carreras cortas alrededos nuestro, nos encaminamos a nuestra primer tarea: ir al medio del campo a pie hasta donde se encontraba el rebaño de vacas y llevarlas al corral con ayuda de los perros.
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6. Las cosechas
Llegamos a la última etapa de este viaje a través del tiempo, que comenzó cuando un sentimiento de nostalgia inundó la mente con recuerdos de una época en la que trasponíamos los umbrales de la adolescencia y todos los sueños y proyectos nos parecían realizables. Ese paso de la infancia a la pubertad en un escenario tan cautivante como el campo argentino, en contacto directo con la naturaleza y los seres que la habitan, transcurrió entonces sin mayores preocupaciones, las que son propias de la realidad que va acompañada del crecimiento. No obstante, no era ajeno totalmente a las circunstancias familiares por las que me había tocado en suerte pasar mi infancia en esa chacra de Arrecifes. Mis padres habían llegado de España un año antes con una mano atrás y otra adelante, “cargando” con dos hijos y mi abuela materna, además de unos pocos enseres.
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