17 de febrero de 2009

Altruismo y cobardía



José Trepat



¿Son personas desinhibidas que no creen en los límites de “buen gusto” que impone una sociedad pacata? O son personas altruistas convencidas de que en este caso, el fin justifica los medios? ¿O son ambas cosas?.


Sea como fuere, la decisión de exhibir la desnudez total de cuerpos embadurnados con tinta color sangre en una fría mañana de invierno en Barcelona como protesta impactante contra la crueldad hacia los animales, merece toda la adhesión y el respeto de quienes amamos a los seres vivientes que no pertenecen al género humano.


No es la primera vez que los periódicos publican en sus portadas fotos similares a las exhibidas en esta nota, todo un llamado de atención hacia las emperifolladas damas de la sociedad, que tal vez ignoran o no les importa que para confeccionar cada abrigo piel se ha debido asesinar a 20 zorros o 70 visones.


La ONG Animanaturalis dice que el 85 por ciento de la producción de prendas de piel en Europa proviene de animales criados en granja que se sacrifican por electrocución anal o genital para no dañar la piel.


No es el caso aquí incluir datos estadísticos ni mencionar otros procedimientos de extrema crueldad en torno al comercio de las pieles como prenda de vestir, sino aportar un grano de arena en la defensa de los animales frente a otros sectores que exhiben una insensibilidad total hacia esas vidas y hasta se vanaglorian de la diversión que les produce, por ejemplo, alojar una bala en la frente de un indefenso venado.


Pocos días después de ver la foto de los cien cuerpos desnudos y a rostro descubierto exhibiendo el cartel ¿Cuántas vidas para un abrigo? observé otra imagen que podríamos situar en las antípodas de la anterior.


Varios hombres posan orgullosos delante de los cadáveres de 15 venados de grandes cornamentas que acababan de asesinar de manera miserable y cobarde. Cuánta valentía!



Imaginarlos caminando sigilosamente para sorprender a los indefensos animales hasta tenerlos en las miras de sus poderosos rifles y luego apretar el gatillo, me produce una gran repugnancia, porque es matar por gusto, por diversión.


Uno de esos hombres era el Ministro de Justicia de España, de apellido Bermejo, quien en una entrevista radial dijo que si tuviese tiempo explicaría por qué siente pasión por la caza. En verdad, no me interesa su explicación.


La fotografía de Bermejo con sus trofeos ha tenido repercusión pública por una cuestión meramente política: en la “montería”, como se llama a estas salidas de caza, coincidió con el juez Baltasar Garzón, un encuentro “casual” políticamente incorrecto, como tuvo que admitirlo el propio ministro en las últimas horas.


La trascendencia informática de ese encuentro ha servido también para que pudieran leerse comentarios, algunos muy buenos, como el del periodista y escritor Manuel Vicent , que se incluye a continuación, como final de esta nota.




Cacería
MANUEL VICENT 15/02/2009
Un ministro de Justicia de cualquier país, de cualquier ideología, con una escopeta o con un rifle de mira telescópica en la mano, apuntando a un ciervo, a un muflón, a un guarro, a un conejo o a una perdiz es una imagen que le deja a uno desarmado.


Si encima ese ministro de Justicia es socialista y se deja fotografiar rodilla en tierra agarrado con orgullo a las cuernas de un venado, que exhibe un balazo en la frente, entonces esa estampa resulta tan grosera que no da otra opción que la de salir corriendo en dirección contraria.


Juntos, el ministro Bermejo y el juez Garzón han participado en varias cacerías.

Puede que lucieran abrigos con fuelles en las axilas y una pluma en el sombrero, que desayunaran migas con chorizo en compadreo con el resto de la cuadrilla, que entonaran a coro la salve de los monteros antes de la matanza.


Basta con este pavoneo para merecer la repulsa de gran parte de los ciudadanos, más allá de que trataran o no de apañar algún mejunje judicial entre animales muertos o de que ofrecieran, como membrillos, una baza política a la derecha.


Hay que imaginar al ministro de Justicia con el rifle cargado, bien apalancado en el puesto ante un venado, que se ha destapado entre unos arbustos. A través de la mira telescópica vislumbra en primer plano por un instante sus ojos de terciopelo, su belleza, su inocencia y, no obstante, frente a esa armonía de la naturaleza no duda en apretar el gatillo.


Entre gran alborozo recibe la felicitación de los secretarios por ese tiro tan certero y luego marca la culata de la pieza ensangrentada con sus iniciales. No posee un espíritu muy fino el ministro Bermejo si no es no es capaz de percibir que los ciervos que mata, miran antes la boca de su rifle llorando.


Hay que imaginar también al juez Garzón ajusticiando con propia mano a unos venados, que han sido cebados entre alambradas sólo para que después unos señoritos de pelo ensortijado se den el gustazo de llenarles de plomo la barriga.


El ministro Bermejo y el juez Garzón, juntos o por separado, no deberían matar animales, porque el oficio tan delicado de hacer justicia no encaja en una afición tan violenta y antiestética. Es como ver al ministro de Sanidad totalmente borracho. Ése y no otro es el escándalo.

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