16 de septiembre de 2016

Panticosa (1)


Viaje organizado por la empresa conocida ya por nosotros de otras muchas excursiones, largas y cortas. Como en general habíamos quedado conformes por los servicios ofrecidos, nos apuntamos una vez más.
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En la elección de Panticosa confluyeron el interés y un hecho fortuito. Hace tiempo que deseaba visitar la zona del Pirineo de Huesca y si fuese posible, el Parque Nacional de Aigüestortes, aunque en realidad éste se encuentra en la provincia de Lleida. En España todo está cerca, o sea que la zona pirenaica de Lleida, Huesca o Asturias ofrece paisajes parecidos. 

Y el hecho fortuito fue que hablando del tema nos llega el folleto promocional de la agencia de viajes; uno de los destinos ofrecidos era Panticosa, en la provincia de Huesca, comunidad autónoma de Aragón. El nombre Panticosa me resultó simpático, pero sigo sin saber su significado, pues la raíz es desconocida. Las fotografías también nos gustaron, así que rápidamente decidimos apuntarnos para esta excursión de solo tres días. 

La distancia es algo más de 300 kilómetros, que en viaje directo en automóvil insume alrededor de tres horas. En el autocar es mucho más tiempo porque efectúa varias paradas para recoger a los viajeros y cada tanto se hace una detención técnica obligatoria.  Además, los chóferes conducen con mucha prudencia por autovías (autopistas sin peaje) sobre pavimentos que no saben lo que es un bache. En España los accidentes se producen por imprudencia y consumo indebido de alcohol; que no se culpe a las carreteras. 


Nobleza obliga. Esta foto -la única que no es nuestra- es para ofrecer una vista panorámica de la población de Panticosa, el que creíamos iba a ser nuestro lugar de hospedaje, pero no fue así. 
Dos despertadores debían sonar a las 04:30 para llegar con tiempo al encuentro previsto para las 05:45 en Plaza España, a 400 metros de la puerta de nuestro edificio. Hacia allí fuimos con nuestra maleta con rueditas (gran invento) y un par de bolsos de mano. El autocar llegó con puntualidad inglesa y mientras el vehículo se acercaba a la parada, tuvimos una pequeña sorpresa, pues en el asiento del guía junto al chófer, observamos una silueta que nos hizo recordar a Kuki, el guía de la anterior excursión a Lourdes.

Pero no. Si bien en un primer momento le vimos un parecido con Kuki (cabeza redonda, cabello negro, bigote, gafas con marco de carey color negro), al descender comprobamos que no se trataba de su inefable colega; éste, de nombre Arnau, era más alto y no parecía tener los muslos escaldados. Alivio por nuestra parte y a continuación una pequeña alegría: íbamos a ser sólo 28 pasajeros, lo cual nos permitiría sentarnos a placer en los asientos de atrás, lejos de las voces, gritos y risas habituales.

El autobús, el mismo del día de Lourdes, otra vez a medio llenar
El autocar, bastante nuevo, limpio y muy bien equipado (especialmente el aire acondicionado, que a lo largo de todo el viaje resultó un bálsamo para todos, porque las temperaturas en el exterior eran de 30º o más).

Después de detenciones en Caldes de Montboui, Terrasa y Sabadell, seguimos viaje hasta La Panadella, cerca de Igualada, dónde subieron otros cinco pasajeros traídos por otro vehículo de la empresa que los había  recogido en la zona sur de Barcelona.


Completada esta primera detención técnica (los chóferes deben parar cada tanto según la reglamentación, y después del alivio corporal y desayuno de cortados y cruasanes, partimos de La Panadella, que de bonito no tenía nada. Eran las 09:00 y el sol ya comenzaba a hacerse sentir.  


El autocar era el mismo que nos llevó a Lourdes. En la foto, el conductor Ibrahim, un marroquí muy eficiente a la hora de sortear las centenares de curvas cerradas por caminos de alta montaña. El tiempo era bueno pero imagino lo difícil que es circular en épocas de lluvia y nieve. 
Continuamos viaje por la provincia de Lleida, en terreno todavía llano, aprovechado para el cultivo de frutas y verduras; una buena lluvia no le hubiera venido nada mal.



A las 11:10 otra detención en las proximidades de Huesca. Un café y a seguir, observando el paisaje, dormitando o leyendo. El guía Arnau, no muy dado a la verborragia, tuvo sin embargo el buen tino de no “deleitarnos” con ninguna película, algo que, con luz diurna y pantallas pequeñas, no hubiera entusiasmado a nadie. A mí, seguramente no.

Las condiciones del viaje, entonces, eran óptimas: ninguna voz altisonante, marcha sin interrupciones y ambiente refrigerado. A lo lejos, todavía algo borrosas, se veían las siluetas de las montañas pirenaicas. Hacia ellas nos dirigíamos.


Ya próximos a llegar a nuestro destino, indaguemos un poco sobre Panticosa. Siempre es interesante conocer algo de los lugares en los que ponemos pie.

PANTICOSA

Es un municipio al norte de la provincia de Huesca, comunidad autónoma de Aragón. Tiene un área de 95,9 km² con una población de 790 habitantes. Este pueblo pirenaico se emplaza en el Valle de Tena junto a la confluencia del Caldarés y el Bolática, ríos que descienden de las más altas cumbres. Su economía, antaño basada en la ganadería, hoy depende del turismo ya que dispone de numerosos hoteles y restaurantes que se llenan al completo en invierno y en verano.

Cuenta también con otro núcleo de población de menor entidad, El Pueblo de Jaca, en el que hay un albergue al cual acuden grupos juveniles y escolares para esquiar en la estación o participar en colonias de verano. Entre sus monumentos destacan La Iglesia de la Asunción, originaria del siglo XIII, de estilo gótico tardío, y El Puente de Caldarés, construido en 1556 por Beltrán de Betbedé. (Como pasamos de largo no vimos ninguno de los dos). 




Efectivamente, al pasar por esa hermosa población de montaña con sus casas de techo de pizarra, el guía Arnau lanzó un despectivo “son cuatro casas y nada más. Nosotros vamos ocho kilómetros más arriba, al Balneario de Panticosa, dónde tenemos el hotel muy bueno de cuatro estrellas”.  (De acuerdo señor Arnau, pero a mí me hubiese gustado caminar por las estrechas callejuelas de esas “cuatro casas”, visitar la Iglesia y su campanario, conocer a sus gentes y sobre todo, tomar FOTOS, muchas FOTOS). Esto lo pensé pero no lo dije. Lo pongo en pasado porque NO hicimos la visita a esa población, algo que lamentamos.



Bueno, no nos desviemos del orden cronológico de nuestro viaje. A las 12:30 llegamos a destino después de completar decenas de curvas entre las montañas pirenaicas, sin duda uno de los lugares más bonitos de España.

El Balneario de Panticosa y su hotel, dónde íbamos a pasar dos noches, es un sitio también de gran belleza, pero el viajero está “encerrado” allí a menos que el autocar lo lleve a visitar otros lugares, como ocurrió.




Del Balneario parten diversos senderos que acercan al montañero a los numerosos ibones y picos, así como un paso hacia Francia antaño usado por contrabandistas que negociaban con el vecino valle de Bearn.

Nos instalamos a la habitación (3406) muy moderna, a todo confort y bajamos a almorzar. Bufete libre, buena comida en calidad y cantidad. No hay queja en este aspecto.


El aire acondicionado estaba conectado en forma permanente, así que al ingresar, el ambiente era perfecto.

Nuevamente, la dieta quedaría para el lunes siguiente a nuestro regreso.




Concluido el almuerzo, la primera actividad “oficial” del programa fue ponernos los albornoces que estaban en la habitación, y visitar el SPA que ofrece el complejo del Balneario. Aguas termales, fuertes chorros para masajear el cuerpo, aguas perfumadas, sauna finlandés (dónde no aguanté ni un minuto), solario y piscina al aire libre.





Varias clases de pescado, pastas, carnes, ensaladas y variedad de postres. No hay queja
Después del baño termal paseamos un poco por los alrededores para esperar la hora de la cena. El día siguiente sería intenso y había que acostarse temprano.

En ese breve paseo encontramos un bar, pero apenas nos sentamos a una mesa se nos dijo que cerraban (eran las 18:30!) porque al día siguiente habría una carrera de montañistas que largaba a las 05:00!.  Frustrados, volvimos al bar del lobby del hotel pero no había nadie para atender así que leímos algunos diarios, caminamos un poco más y enseguida se hicieron las 20:00, hora de la cena.



Íbamos conociendo a nuestros compañeros de viaje. En las comidas y los desayunos una familia se sentaba frente a nosotros en un extremo de la larga mesa reservada para nuestro grupo.

Tenerlos tan cerca por cierto invitaba a la observación minuciosa con un particular sentido del humor pero siempre desde el respeto. Esta familia de matrimonio e hijo nos ofrecía algunas particularidades. La mujer padecía varias enfermedades: parkinson, diabetes e hipertensión. El hijo presentaba deficiencias de tipo neurológico, y el hombre actuaba con normalidad y corrección. Era la viva imagen de José Saramago, o sea, otro candidato a engrosar nuestra lista de apodos.

El hijo tenía una obsesión: comer a destajo con la cabeza gacha a diez centímetros del plato, y olvidarse de todo lo que ocurría a su alrededor, como por ejemplo ayudar a su madre a llenar la copa de agua, ya que ella, a causa del Parkinson, podía verter más líquido fuera que dentro. En un momento dado,  la mujer, con voz temblorosa, exclamó: “nadie se ocupa de mí”. Su retoño, sentado al lado, ni pestañeó y siguió “paleando” comida hacia su boca insaciable. El marido sí se ocupaba de ella, dándole las pastillas que debía tomar.

Una anécdota casi sin importancia, pero estas personas compartían con nosotros la experiencia de un viaje que posiblemente los había ilusionado. Suerte para ellos a su regreso a casa, que la vida sigue con todos sus dramas y alegrías!.

Observé que dos sillas más allá, otro veterano como casi todos, sufría también de Parkinson y eso quedó patentizado al comer paella. Al llevarse a la boca el tenedor cargado de arroz, su tembleque hacía que los granos saliesen disparados en todas direcciones… un almuerzo compartido, sin duda.

-- Aclaración: los datos sobre Panticosa  fueron tomados de Wikipedia)
(Continuará)


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