Segunda nota sobre las 100 novelas que muchos consideran como las mejores de la literatura universal. Claro que todas las opiniones son subjetivas. En todas las entradas se transcribe la primera página de esas obras.
Crimen y castigo es una novela de carácter psicológico dividida en seis partes más el epílogo. Fue publicada por primera vez en un diario llamado El mensajero ruso, en 1866, en doce partes, y después se editó como novela.
El protagonista es Rodion Raskolnikov, un estudiante de Derecho que vive en San Petersburgo y que apenas tiene para sobrevivir, a pesar de la ayuda que recibe de su madre Pulqueria y su hermana Dunia. Rodion se indigna con Dunia porque quiere casarse con un abogado, sólo por interés, para ayudarle a él. De modo que urde la idea de asesinar y robar a una vieja malvada y usurera que guarda una importante cantidad de dinero en su casa.
Crimen y castigo está escrita en tercera persona a través de un narrador omnisciente. Su lectura requiere un poco de concentración, por su densidad. El siguiente párrafo permite vislumbrar el contenido de la novela:
“No he matado para poder ayudar a mi madre, no; ni tampoco para erigirme en bienhechor de la humanidad, después de haber adquirido los medios. No; he matado sencillamente, he matado para mí solo y no me preocupaba saber, en aquel momento, si llegaría a ser algún bienhechor o si pasaría mi vida como una araña atrapando víctimas en mi tela para saciarme con su vitalidad. Sobre todo, no era la necesidad de dinero lo que me afectaba más cuando maté; necesitaba menos dinero que otras cosas… Necesitaba saber otra cosa, otra cosa empujaba mi brazo; quería saber, lo más pronto posible, si era un parásito como los demás o un hombre."
Dato interesante: Los diálogos mantenidos entre el protagonista, Raskolnikov, y el inspector de policía, son considerados por algunos autores, como el prestigioso literato austríaco Stefan Zweig, como una de las cimas de la literatura universal.
CRIMEN Y CASTIGO (Fedor Dostoyevski)
Primera página
PRIMERA PARTE I
Una tarde extremadamente calurosa de principios de julio, un joven salió de la reducida habitación que tenía alquilada en la callejuela de S... y, con paso lento e indeciso, se dirigió al puente K...
Había tenido la suerte de no encontrarse con su patrona en la escalera.
Su cuartucho se hallaba bajo el tejado de un gran edificio de cinco pisos y, más que una habitación, parecía una alacena. En cuanto a la patrona, que le había alquilado el cuarto con servicio y pensión, ocupaba un departamento del piso de abajo; de modo que nuestro joven, cada vez que salía, se veía obligado a pasar por delante de la puerta de la cocina, que daba a la escalera y estaba casi siempre abierta de par en par. En esos momentos experimentaba invariablemente una sensación ingrata de vago temor, que le humillaba y daba a su semblante una expresión sombría. Debía una cantidad considerable a la patrona y por eso temía encontrarse con ella. No es que fuera un cobarde ni un hombre abatido por la vida. Por el contrario, se hallaba desde hacía algún tiempo en un estado de irritación, de tensión incesante, que rayaba en la hipocondría. Se había habituado a vivir tan encerrado en sí mismo, tan aislado, que no sólo temía encontrarse con su patrona, sino que rehuía toda relación con sus semejantes. La pobreza le abrumaba. Sin embargo, últimamente esta miseria había dejado de ser para él un sufrimiento. El joven había renunciado a todas sus ocupaciones diarias, a todo trabajo.
En el fondo, se mofaba de la patrona y de todas las intenciones que pudiera abrigar contra él, pero detenerse en la escalera para oír sandeces y vulgaridades, recriminaciones, quejas, amenazas, y tener que contestar con evasivas, excusas, embustes... No, más valía deslizarse por la escalera como un gato para pasar inadvertido y desaparecer.
Aquella tarde, el temor que experimentaba ante la idea de encontrarse con su acreedora le llenó de asombro cuando se vio en la calle. «¡Que me inquieten semejantes menudencias cuando tengo en proyecto un negocio tan audaz! pensó con una sonrisa extraña . Sí, el hombre lo tiene todo al alcance de la mano, y, como buen holgazán, deja que todo pase ante sus mismas narices... Esto es ya un axioma... Es chocante que lo que más temor inspira a los hombres sea aquello que les aparta de sus costumbres. Sí, eso es lo que más los altera... ¡Pero esto ya es demasiado divagar! Mientras divago, no hago nada. Y también podría decir que no hacer nada es lo que me lleva a divagar. Hace ya un mes que tengo la costumbre de hablar conmigo mismo, de pasar días enteros echado en mi rincón, pensando... Tonterías... Porque ¿qué necesidad tengo yo de dar este paso? ¿Soy verdaderamente capaz de hacer... "eso"? ¿Es que,......
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Otras portadas
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