¿Qué es un blog personal sino una manera de ir dejando constancia de algunos -solo algunos- hechos que van jalonando nuestra vida? Son visiones y opiniones totalmente subjetivas sobre experiencias vividas que ayudan a enriquecernos, por lo menos espiritual o intelectualmente. Este blog tiene cinco años de vida, con más de 700 entradas o notas, todas producto de un estado de ánimo propio del momento en que fueron elaboradas. La lectura de un libro, un viaje, un acontecimiento familiar, un suceso deportivo, una película, una noticia leída en los periódicos o en Internet, en fin, el espectro es muy amplio.
Me consta que el blog tiene seguidores fijos, algunos desde el comienzo, y de que muchos otros se han sumado últimamente. Para estos más recientes se me ocurre que una manera de darles la bienvenida es repasar algunas entradas que forman parte de series sobre algún tema determinado.
Así que invito a los nuevos seguidores, y a todos en general, a compartir este recorrido por la serie Recuerdos de viaje, a la que más adelante seguirán otras, para que "no acumulen polvo en las estanterías" virtuales.
La coronación de Napoleón
Soy apenas un observador acuciado por la curiosidad, y de ninguna manera un entendido en ninguna de las expresiones que conforman lo que englobamos como obras de arte. De qué manera una creación artística afecta la sensibilidad de una persona es algo que no vamos a discutir. Se puede sentir admiración por la magnificencia de una obra, por la refinada técnica empleada, por la concepción de formas y colores, por su monumentalidad, por la interpretación que cada uno se hace sobre lo que quiso transmitir el artista, o más simplemente por el impacto visual que la misma provoca.
Es indudable que muchos nos situamos frente a una pintura, una escultura o un monumento, condicionados por lo que poco o mucho que hayamos leído. Si todos los comentarios han sido favorables, cuando veamos la obra probablemente opinaremos lo mismo, porque personas que saben más que nosotros así lo han establecido. También se puede discrepar pues en materia de gustos no hay nada escrito, según el dicho popular. ...
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La vida del periodista puede deparar muchas satisfacciones, sobretodo cuando la misión que le ha sido asignada no significa poner en peligro su vida. De ahí que no está de más dejar constancia en esta nota, el reconocimiento a tantos que se han inmolado por cumplir con su deber; hablamos de los corresponsales de guerra, tarea solo para elegidos. Esta nota no trata sobre ellos sino de lo que puede ofrecer el lado “fácil” de esa profesión, tal vez la más apasionante de cuantas existen, por cuanto exige una formación cultural por lo menos modesta, la que se adquiere leyendo y leyendo y también viajando, una maravillosa manera de aprender.
Quienes integran o integraron el plantel de una agencia internacional de noticia tienen, en su mayoría, la particularidad de no ser especialistas en nada, pero deben saber un poco de todo, pues los temas son casi infinitos y como más conocimientos puedan adquirirse, tanto mejor.
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La tumba de Napoleón Dependiendo de la cantidad de días de que se disponga, una visita a París no es tal si uno no posa sus plantas en algunos de los sitios y monumentos emblemáticos que ofrece la llamada Ciudad Luz –la Torre Eiffel, el Arco de Triunfo, Notredame, Saint-Germain-des-Prés y el Louvre, por citar solo cinco de las tantas atracciones.
Es lo que ofrecen los paquetes turísticos y los nombres que no pueden faltar en las agendas personales de los viajeros, cuando la permanencia en la capital francesa deba limitarse a una semana o diez días.
Pero una vez cumplido ese rito casi obligado, cada uno dedicará el resto de las jornadas a satisfacer sus apetencias personales.
Después de haber satisfecho esa placentera necesidad básica y con el espíritu rebosante de agradecimiento por haber podido conocer esas cinco maravillas (la lista puede modificarse según los gustos) los viajeros –el autor de estas líneas y su compañera- hacen una pausa para dar un merecido descanso a los maltrechos pies y se disponen a disfrutar de un almuerzo en un restaurante a orillas del Sena, mientras observan la catedral de Notre Dame en la ribera opuesta y el ir y venir de las embarcaciones que surcan el río.
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Praga es sinónimo de Puente Carlos, y viceversa. Quiere decir esto que quien visita la fascinante capital de la República Checa tiene que atravesar indefectiblemente el histórico puente medieval que une Barrio Pequeño y Ciudad Vieja, los dos barrios históricos a orillas del río Moldava. Pero aunque no fuese necesario ese tránsito obligado, es como un imán para el turista que tras recorrer a pie parte de la ciudad, pasando por la Plaza de San Wenceslao, desemboca indefectiblemente en la torre gótica con una gran arcada de acceso al piso adoquinado del famoso puente, escenario mudo de trascendentales acontecimientos que jalonaron varias centurias de la historia del país.
Como parte de uno de los numerosos grupos de visitantes que siguen fielmente a su guía, el turista -en este caso el autor de estas líneas- se encuentra finalmente en uno de los extremos del puente de 516 metros de largo por 10 de ancho, sostenido por 16 arcos y pilares que perforan el lecho del Moldava, río que hoy se ve manso pero que en otras épocas sus correntadas y crecidas arrasaron otros puentes que precedieron al actual.
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Habíamos visitado ya el cuarto y tercer piso del Museo Reina Sofía, en Madrid, observando cansinamente y sin mucho interés diversas obras de arte moderno expuestas en las gigantescas salas de paredes blancas. Todas tendrían un sentido y una explicación, pero no nos despertaron ninguna emoción. Esperábamos ver pinturas de artistas de renombre, pero esencialmente, una en particular y excluyente: el archifamoso Guernica, de Pablo Ruíz Picasso. Tanto habíamos leído a lo largo de los años sobre este famoso cuadro cargado de historia y de simbolismo, que todo lo demás quedaba en un segundo plano. Era una de las razones del viaje a Segovia y Madrid. En una visita anterior fue el Museo del Prado el destinatario de nuestro interés....
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