Tal vez por tenerlo tan cerca, a una hora y 37 minutos de coche, según el GPS, ese repetido "ya vamos a ir un día de estos" me lo escuché decir muchas veces en los últimos años, y así fue pasando el tiempo -años- desde que estuvimos en Rupit por primera vez. Recuerdo que ese pueblito montañoso y medieval me había gustado mucho, a tal punto que lo considero uno de los más bonitos de los relativamente pocos que conozco de la geografía española, tan variada y cambiante según las distintas regiones.
Tenía que volver a visitarlo y llevarme el recuerdo de algunas fotografías del lugar ya que en mis archivos personales no encontré las imágenes que sin duda tomamos en aquella ocasión. Así que días pasados pensé que éste era el momento, antes de que el calor del verano transforme en incómoda una excursión que como tal debe ser placentera. Observamos el pronóstico del tiempo; un sol limpio de nubles sobre el mapa de la comarca de Osona aventaba la posibilidad de lluvia o cielos grises (el enemigo de los fotógrafos), y decidimos que el domingo (el pasado) iríamos a Rupit con los que se quisieran unir a la expedición.
Las distintas obligaciones de cada uno hace cada vez más difícil organizar una salida masiva con todo el grupo familiar (muchos hijos y más nietos), así que las excursiones tienden a ser fragmentadas con quienes están en disponibilidad y con ganas. Eramos cinco adultos y dos pequeñuelos los que distribuídos en dos coches partimos de Mataró a las 09:03, dispuestos a completar los 94 kilómetros del recorrido por carreteras excelentes libres de peaje que iban internándose en la zona de montaña en dirección norte.
Una heladera portátil, bocadillos de tortilla francesa, milanesas de pollo y jamón serrado y queso, nos permitirían un paseo sin muchos gastos a excepción de la gasolina, algo inevitable. El tránsito era escaso y fluido, sin las molestas caravanas de vehículos que suelen formarse especialmente los domingos a la tarde/noche cuando los excursionistas regresan al área de Barcelona.
Después de llegar a la ciudad de Vic, a 60 kms del punto de partida, nos quedaban otros 34 por rutas que se hacían más sinuosas a medida que íbamos subiendo hacia zonas montañosas más elevadas. El conductor del vehículo debía estar atento pero los demás podían pasear la vista por el paisaje siempre cambiante, nunca monótono como pueden ser las rectas largas por terrenos llanos. El verde era el color predominante, descompuesto en distintos tonos según el follaje de las diversas variedades de árboles; era evidente que el invierno había sido lluvioso y este era el resultado: muchos sembrados en terrenos pequeños y bien cuidados, con algunas ovejas y vacas pastando en alfombras de intenso verdor. Todo un regalo para la visita, tan distinto de las grandes ciudades.
A la hora prevista llegamos a Rupit. Luego de aparcar el Nissan y el Peugeot, la primera ingesta, o segundo desayuno, en la cafetería/panadería a la entrada de este pequeño pueblo escalonado en la ladera de una montaña, cuyas construcciones respetan escrupulosamente el estilo medieval de casas de piedra y herrajes característicos. Los habitantes son menos de 400, que viven de la agricultura, el turismo (su mayor fuente de ingresos) y la elaboración de productos regionales que también se venden en la panadería. No pude resistir la tentación y compré un bull negre, una especie de salchichón amorcillado o morcilla salchinonada, que como preveía, resultó riquísimo.
Iniciamos nuestro recorrido entrando en el pueblo propiamente dicho a través de un puente colgante construído en el año 1945. A partir de allí comenzamos a subir por las calles empedradas, algo que puede resultar incómodo para quienes, como Fernando, debía cargar con un carrito de bebés que en este caso había que plegar y ponerlo al hombro mientras que la criatura, Martín, iba de brazo en brazo calle arriba, donde quedan sólo algunas piedras de un castillo del siglo XII a cuyo alrededor se formó el pueblo de Rupit, habitado en sus inicios por familias nobles.
Las construcciones actuales datan de los siglos XVI y XVII, en las pueden verse aun grabado en la piedra el año en fue fueron levantadas.Tampoco faltan las iglesias; hay cuatro en total distribuidas en el pueblo y sus alrededores. El entorno paisajístico de Rupit es espectacular y uno se queda con ganas de tener unos años menos y emprender las caminatas por senderos de montaña que se anuncian en indicadores de madera. A pocos kilómetros de marcha a pie se encuentran cuevas y cascadas. La más notable parece ser la de El salto de Sallent, donde el curso de agua que pasa bajo el puente colgante de Rupit se precipita a un abismo de 100 metros en caída libre.
No hacía falta esa escena para abrir nuestro apetito. A buscar un banco a la sombra y al ataque con los bocadillos. Un café y a los coches. La excursión había sido un éxito.
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1 comentario:
Qué lindo paseo!!!
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