Vamos al trencito
Y llegó la parte más importante de la excursión: una jornada completa de actividad intensa que comenzó levantándonos a las 07:00, desayuno y salida hacia del corazón de los Pirineos. Con la conducción experta de Ibrahim el autocar nos llevó por curvas y más curvas ascendentes a través de la frontera con Francia (aquí apagamos los móviles por consejo del guía Arnau), hasta Fabrèges la base del teleférico que nos dejaría en la estación de salida del Petit Train d’Artouse, 2.200 metros sobre el nivel del mar, el más alto de Europa.
En Fabrèges encontramos toda la infraestructura necesaria que requiere un sitio turístico: mapas, información, servicios sanitarios, bares, venta de souvenirs .... |
Un café y al teleférico |
En la parte superior del teleférico, tras un viaje de diez minutos en cabinas que han olvidado ya lo que es eso que llaman "pintura", nos esperaba el tren, cuyo horario de partida se respeta escrupulosamente ya que debe cruzarse con otro en un punto determinado del recorrido; obviamente hay una sola vía.
El Petit Train d’Artouse tiene su historia, como todo. En el plano estrictamente turístico, este pequeño tren que consiste en una locomotora y seis vagones, efectúa un recorrido de una hora entre paisajes espléndidos de Alta Montaña, sobre una vía muy angosta que por momentos está a 40 centímetros de abismos de 700/800 metros. Quienes sufran de vértigo deberían abstenerse o en su defecto ir sentados del lado interior.
Sus orígenes se remontan al año 1924 cuando era utilizado para el transporte de trabajadores, víveres y materiales, hasta el lago de Atauste, dónde se construía la represa del mismo nombre. Una vez finalizada la obra, se mantuvo la linea para la explotación turística de la montaña. Así fue como en 1932, después de adaptar y modernizar los vehículos, el tren empezó a funcionar todo el año llevando turistas o excursionista en verano y esquiadores en invierno.
Un peligro potencial
Causa un poco de aprensión ver que las laderas de las montañas están en algunos tramos literalmente cubiertas de piedras, muy pequeñas y también enormes. El desprendimiento de una de ellas que sirve de apoyo a otras podría desencadenar una avalancha de rocas que arrastraría fácilmente a alguno de los vagones al precipicio. Como todos están enganchados, no quiero ni imaginar la catástrofe subsiguiente….También es dable pensar que los técnicos e ingenieros tienen prevista esa posibilidad y que están tomadas todas las medidas de seguridad posibles. Pero…..creo que con una vez que se haga este viaje, ya es suficiente…
Al llegar a destino, Arnau nos invitó a visitar el lago entre montañas que estaban aún más arriba. "Hay que ir caminando pero son apenas cinco escaloncitos", dijo a modo de aliento para que iniciáramos la marcha.
Confiando en los “cinco escaloncitos” iniciamos el ascenso con mucho ímpetu, pero Bea, sabiamente, decidió abandonar a los pocos metros. Yo lo hice un poco más adelante porque, con el corazón a “media máquina” no tenía sentido esforzarme sin alguna razón importante.
Ida... |
vuelta, todo en cinco minutos |
En otra mesa vimos al inefable Arnau, que también había regresado, enfrascado en la lectura, indiferente a la suerte que pudieran haber corrido los septuagenarios deshechos humanos que tenía a su cargo. Si alguno se había ahogado en el lago o se había caído a un precipicio…. ya le avisarían…
Una anécdota: se le acercó la señora enferma de Parkinson y, educadamente, le preguntó “¿perdone, veo que está leyendo, pero falta mucho para que regresen los que fueron al lago?”. La respuesta: un encogimiento de hombros sin levantar la vista del libro.
A las 12:15 emprendimos el trayecto de vuelta al punto de partida. Arnau, confiando en la suerte, ni siquiera nos contó. Siguen algunas vistas de estos hermosos parajes pirenaicos.
Una excursión interesante, que cuesta 25€ pero eso estaba incluido en el programa, así que por nuestra parte, ya estaba pagado.
A las 12:30 llegamos al punto de partida después de atravesar un túnel de 300 metros que más bien parecía la madriguera de un topo; las paredes y techos estaban separados del tren por unos diez centímetros y la oscuridad era total. No apto para claustrofóbicos!. Bajamos en el teleférico y nos dirigimos al hotel (una hora y media de viaje) dónde nos aguardaba el almuerzo.
Normalmente, en una excursión el guía adopta un papel didáctico y explica al pasaje algunas particularidades interesantes de los sitios que vamos viendo, pero nuestro Arnau, engolando la voz, dijo simplemente: “Ya pueden conectar el móvil”. Acto seguido se escuchó el clic del micrófono al cerrarse.
(Continuará)
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