16 de septiembre de 2008

DETRAS DE LA NOTICIA - 2 de abril de1982 (Primera parte)






José Trepat


Introducción
La nota que sigue no es una crónica sobre la Guerra de las Malvinas, ni pretende promover un debate acerca de los orígenes, desarrollo y desenlace del conflicto. Ya se ha escrito mucho y todos tenemos nuestra opinión. Además, no tengo ni la más remota intención, faltaría más, de influir en uno u otro sentido.

Es simplemente un relato de cómo se vivió en una agencia de noticias inglesa instalada en la capital argentina todo el desarrollo de la contienda; una situación paradojal, sin duda. Muchos sufrieron penurias, otros apenas algunos inconvenientes. Cada uno debe ubicarse en el segmento que le corresponde.

En la agencia de noticias fueron tres meses de estrés -por momentos muy intenso- y de incertidumbre acerca de lo que nos podía ocurrir al día siguiente. Pero nada de esto fue comparable al sufrimiento y sacrificio de los inexpertos jóvenes soldados enviados al frente. Valga esta aclaración como respeto a los que SI vivieron en carne propia el horror de una guerra. Muchos entregaron sus vidas y otros vieron como durante y después del conflicto, las suyas habían cambiado para siempre.

Un despertar distinto
Aquel 2 de abril de 1982 amaneció con un cielo azul y luminoso, unas condiciones ideales para llevar a cabo lo que tenía planeado para el día.

Mi horario de trabajo en Reuters comenzaba a las 15 horas y por lo tanto tenía toda la mañana. Me levanté temprano y partí de inmediato en mi coche hacia un terreno que había comprado, a 77 kilómetros de mi casa en Munro. El coche no tenía radio, así que completé tranquilamente el trayecto, pensando en lo que iba a hacer.

Estaba provisto de una pala y mi propósito era dar vuelta la tierra para airearla y limpiarla de yuyos. Quería parcelar una parte del terreno y delimitar dos superficies iguales para que mis dos hijos mayores, Pablo y Guillermo, de 11 y 8 años, hicieran allí lo que quisieran, en sana competencia. Mi esposa Beatriz se había quedado en casa con los dos menores, Fernando (3) y Ana (2).

Llegué al terreno, clavé en el suelo una rama, colgué en la punta la radio portátil y me dispuse a trabajar. Había apenas comenzado a cavar cuando escuché en la radio voces altisonantes, como de tono marcial. Algo había ocurrido; pensé en un golpe militar. Dejé la pala y toda mi atención se volvió a la radio: tropas argentinas habían desembarcado en las Islas Malvinas!. No tenía la menor idea de lo que estaba ocurriendo, pero sabía lo que tenía que hacer. Subí al coche y emprendí el regreso, mientras el aparato de radio seguía vomitando voces de tono militar.

Comienza la cuarentena
Al llegar a la agencia me encontré con un verdadero pandemonio. La noticia había tomado a todos por sorpresa y de inmediato fueron convocados todos los periodistas disponibles, ya sea los que tenía día libre o habían cumplido ya sus horarios de trabajo.
Comenzó en ese momento una “cuarentena” de 90 días que se interrumpía cuando alguno de los integrantes de la redacción, después de 12 o 15 horas de trabajo, debía forzosamente irse a casa a descansar un poco para volver seis horas después.

Nos organizamos de la mejor manera posible, y en ese esquema, a mí me tocaba trabajar desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche, incluyendo por supuesto sábados y domingos. Así durante 90 días, en los que me desconecté prácticamente de la vida familiar, sin que nadie pudiera saber cuando y cómo terminaría todo.

Después de la sorpresa inicial, los directivos de la agencia de origen inglés, decidieron de manera acertada que su presencia en Buenos Aires podría ser contraproducente, y afectar la seguridad del plantel de periodistas NO INGLESES que debíamos quedarnos para mantener el servicio informativo. Algunos se instalaron en la vecina Montevideo y otros emprendieron transitoriamente el regreso a Londres.

Dejaron en nuestras manos la decisión de cuales despachos iban a ser incluidos en la información que se enviaba al exterior. En tiempos normales, los Jefes de la Mesa de Redacción, deben elegir unos 200 artículos diarios de un total de aproximadamente 600 u 800, pero en este caso la responsabilidad era mayor dado la índole de la información que llegaba a nuestras manos: estábamos en una agencia británica instalada en el país que en ese momento estaba en guerra con Inglaterra!. Yo era uno de los Jefes de Mesa, el que tenía a su cargo el turno tarde/noche.

Vigilados
Desarrollábamos nuestro trabajo de una manera totalmente objetiva, sin ningún tipo de censura ni de autocensura, difundiendo todos los partes oficiales que emitía el gobierno militar de Argentina, y en contraposición, todos los despachos enviados desde Londres, algunos de ellos elaborados por corresponsales ingleses desde las mismas islas. Cabe destacar que nunca recibimos desde nuestra sede mundial en la capital británica, ni desde el gobierno argentino, ninguna orden de restringir tal o cual información.

Los despachos sobre una acción determinada diferían en cuanto al enfoque de la misma, según quien los enviara, pero nuestra misión era transmitir las dos versiones con la máxima premura, y permitir que los lectores sacaran sus propias conclusiones.

No puede negarse sin embargo que vivíamos los acontecimientos en un ambiente tenso, casi de temor, porque no podía descartarse una eventual acción de grupos nacionalistas que, exacerbados por el tono triunfalista de los partes militares que emitía la televisión, quisieran actuar por su cuenta y emprenderla contra la agencia inglesa y sus periodistas.

Las oficinas de Reuter estaban en un cuarto piso de la céntrica avenida Corrientes y desde los ventanales observábamos la presencia de automóviles Ford Falcon sin matrícula ni identificación alguna, aparcados día y noche frente al edificio.


Los temores se acentuaron a raíz de la ominosa presencia de esos vehículos, que habían adquirido una notoriedad siniestra al vinculárselos directamente con la terrible ola de secuestros y asesinatos políticos cometidos por la tristemente célebre Triple A, creada por el alucinado ministro José López Rega durante la última etapa del gobierno de Isabel Perón. No sabíamos porque estaban allí, pero nunca tuvimos inconvenientes. Tal vez su misión era proteger a la agencia de algún posible ataque. De ser así, debe considerarse un acierto del gobierno argentino, por aquello de la imagen ante el mundo.

La guerra seguía su curso en las heladas trincheras de las Malvinas, mientras en Buenos Aires, a 2.000 kilómetros de distancia, la vida continuaba casi con normalidad con restaurantes, cines y teatros recibiendo a su clientela. Una situación surrealista, difícil de entender.


(sigue)


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