José Trepat
¿Quién no se ha visto envuelto alguna vez en una sensación de ternura al alzar la vista y ver surcar el cielo azul una nívea paloma, símbolo de la paz y amor entre los hombres?
Ese grácil ser alado que ha servido de inspiración a poetas y artistas, convive con el hombre desde los albores de la historia y su candorosa imagen ha quedado plasmada en innumerables textos e ilustraciones que hablan de la concordia humana.
El genial Pablo Picasso la inmortalizó con un par de trazos que se transformaron en emblema universal. Otros artistas dejaron para la posteridad sus propias creaciones y muchos poetas la utilizaron metafóricamente en versos inmortales.
El autor de esta nota, amante de los animales en general, la tenía también en el podio de sus preferencias, hasta que…sin ser invitadas, las palomas decidieron compartir su techo, o mejor dicho, su balcón techado.
Cómo no recordar el día aquel en que el autor, desde el interior de la habitación, observó como una hermosa paloma se posaba en el borde mismo del piso del balcón. Inmóvil, para no asustarla, el autor contemplaba extasiado las gráciles líneas de su visitante, hasta que, en cuestión de segundos, éste emprendió el vuelo.
El autor pensó que debía hacer algo atraer nuevamente a la palomita y en consonancia con ese deseo, desmigajó pacientemente un pan para que el fugaz visitante tuviese un motivo para volver. El cebo quedó allí. Cuan grande fue su felicidad al ver que el plan había dado resultado. La paloma o el palomo no solo volvió sino que lo hizo acompañado. En cuestión de segundos, las migas desaparecieron.
Esto se repitió en los días siguientes. Se había establecido una comunión entre paloma y autor. Lo único desagradable, pero absolutamente natural, era que las palomas parecían canjear las migas de pan por deposiciones en el piso del balcón hasta entonces limpio de toda suciedad, salvo alguna hoja caída de las plantas que la esposa del autor cultivaba en tiestos. La esposa sentía que los pájaros habían invadido su territorio y no les profesaba el mismo amor e interés que su cónyuge.
Este siguió observando día a día que las palomas (ya eran más de una) parecían sentirse muy a gusto en ese rincón del balcón que pacientemente iban cubriendo de ramitas de árboles y ….más deposiciones.
Poco a poco la disposición de las ramitas iba adquiriendo la forma de nido. El proceso seguía de maravillas: después del nido vendrían los huevitos y luego, con suerte, el nacimiento de los pichones. El autor seguía esas etapas con gran interés, no exento sin embargo de una incipiente preocupación porque una superficie cada vez mayor del balcón estaba ya cubierta por ramitas y deposiciones. La esposa quería desalojar a los visitantes y limpiar ese espacio, pero finalmente se acordó esperar al nacimiento y posterior alejamiento de los “okupas” ocasionales.
Cada vez más ramas, arrullos, plumas sueltas y deposiciones en toda el área del balcón.
Los huevos llegaron y al poco tiempo, se produjo el milagro de la vida: dos pichones recién salidos del cascarón se ofrecieron a la vista. Como crecían día a día y como aumentaba también la suciedad en todo ese ámbito colombófilo!.
Con la aparición de las primeras plumas de los pichones, el autor convino con su esposa en que era deseable que los palominos echaran a volar cuando antes.. YA!! para así poder limpiar el balcón y reanudar la vida cotidiana.
Una mañana no los vimos más y entonces, albricias!, dimos por concluida nuestra relación con esos pájaros urbanos. Pero ellos no pensaban lo mismo.
Al quitar las ramas del nido notamos con desagrado que en el piso pululaban insectos que se movían entre ramitas y deposiciones adheridas firmemente al suelo. Raspamos el mosaico con espátulas pero las manchas quedaron. “No quiero ver más una paloma aquí”, dijo amenazante la esposa del autor, quién estuvo totalmente de acuerdo.
Había sido transpuesta la delgada línea roja entre el amor y el odio.
Cuan rápida fue la transición de símbolo de la paz a pajarraco inmundo.
Las palomas volvieron. Les gustaba el lugar. Eran cada vez más (lo notábamos por las deposiciones.. que ya eran directamente cagadas). Las ahuyentábamos, se iban, volvían…dejaban huevos sin siquiera hacer el nido, los quitábamos, volvían...¿qué hacer?
Colocamos un tejido a todo lo largo de la reja del balcón pensando que esa era la solución. No lo fue. Siguieron entrando por la parte superior de la baranda, aprovechando el espacio libre de casi dos metros entre la baranda y la azotea. La invasión había comenzado. Debíamos ausentarnos por un tiempo y por lo tanto quitamos todos los tiestos o macetas del balcón. Colocamos un tejido precario desde la baranda del balcón hasta la pared y puerta de acceso, y abandonamos el piso.
El cuñado del autor efectuaba visitas periódicas para airear el piso y al hacerlo comprobaba que las otrora dulces palomitas aprovechaban los resquicios del tejido para entrar, instalarse, procrear y cubrir toda la superficie de excrementos, ramas, plumas, basura e insectos.
Ingentes fueron los esfuerzos del cuñado para frenar el avance; reforzó las defensas, remendó el tejido roto y colocó maderas para tapiar algunas vías de acceso. Todo en vano.
Cuando el autor y su esposa volvieron al piso se encontraron con un panorama desolador en los dos balcones: nidos, pichones, huevos, ramas, plumas y plumones, eyecciones, es decir, todo lo que hace al habitat colombófilo. Había que declarar la guerra. “Entre estos bichos y yo hay algo personal”, dijo el autor mientras diseñaba el plan de defensa.
Con riesgo de su vida y encaramado en lo alto de una escalera, mientras la esposa lo sostenía de la cintura para no caer al vacío desde un segundo piso, construyó una estructura metálica y revistió de un tejido plástico todo el espacio abierto. ¿Será esta la solución final? El tiempo lo dirá.
El autor sigue amando a los animales, pero en este caso prefiere contemplar a las palomas a la distancia, en fotografías y en el trazo magistral de Picasso.
*
Ese grácil ser alado que ha servido de inspiración a poetas y artistas, convive con el hombre desde los albores de la historia y su candorosa imagen ha quedado plasmada en innumerables textos e ilustraciones que hablan de la concordia humana.
El genial Pablo Picasso la inmortalizó con un par de trazos que se transformaron en emblema universal. Otros artistas dejaron para la posteridad sus propias creaciones y muchos poetas la utilizaron metafóricamente en versos inmortales.
El autor de esta nota, amante de los animales en general, la tenía también en el podio de sus preferencias, hasta que…sin ser invitadas, las palomas decidieron compartir su techo, o mejor dicho, su balcón techado.
Cómo no recordar el día aquel en que el autor, desde el interior de la habitación, observó como una hermosa paloma se posaba en el borde mismo del piso del balcón. Inmóvil, para no asustarla, el autor contemplaba extasiado las gráciles líneas de su visitante, hasta que, en cuestión de segundos, éste emprendió el vuelo.
El autor pensó que debía hacer algo atraer nuevamente a la palomita y en consonancia con ese deseo, desmigajó pacientemente un pan para que el fugaz visitante tuviese un motivo para volver. El cebo quedó allí. Cuan grande fue su felicidad al ver que el plan había dado resultado. La paloma o el palomo no solo volvió sino que lo hizo acompañado. En cuestión de segundos, las migas desaparecieron.
Esto se repitió en los días siguientes. Se había establecido una comunión entre paloma y autor. Lo único desagradable, pero absolutamente natural, era que las palomas parecían canjear las migas de pan por deposiciones en el piso del balcón hasta entonces limpio de toda suciedad, salvo alguna hoja caída de las plantas que la esposa del autor cultivaba en tiestos. La esposa sentía que los pájaros habían invadido su territorio y no les profesaba el mismo amor e interés que su cónyuge.
Este siguió observando día a día que las palomas (ya eran más de una) parecían sentirse muy a gusto en ese rincón del balcón que pacientemente iban cubriendo de ramitas de árboles y ….más deposiciones.
Poco a poco la disposición de las ramitas iba adquiriendo la forma de nido. El proceso seguía de maravillas: después del nido vendrían los huevitos y luego, con suerte, el nacimiento de los pichones. El autor seguía esas etapas con gran interés, no exento sin embargo de una incipiente preocupación porque una superficie cada vez mayor del balcón estaba ya cubierta por ramitas y deposiciones. La esposa quería desalojar a los visitantes y limpiar ese espacio, pero finalmente se acordó esperar al nacimiento y posterior alejamiento de los “okupas” ocasionales.
Cada vez más ramas, arrullos, plumas sueltas y deposiciones en toda el área del balcón.
Los huevos llegaron y al poco tiempo, se produjo el milagro de la vida: dos pichones recién salidos del cascarón se ofrecieron a la vista. Como crecían día a día y como aumentaba también la suciedad en todo ese ámbito colombófilo!.
Con la aparición de las primeras plumas de los pichones, el autor convino con su esposa en que era deseable que los palominos echaran a volar cuando antes.. YA!! para así poder limpiar el balcón y reanudar la vida cotidiana.
Una mañana no los vimos más y entonces, albricias!, dimos por concluida nuestra relación con esos pájaros urbanos. Pero ellos no pensaban lo mismo.
Al quitar las ramas del nido notamos con desagrado que en el piso pululaban insectos que se movían entre ramitas y deposiciones adheridas firmemente al suelo. Raspamos el mosaico con espátulas pero las manchas quedaron. “No quiero ver más una paloma aquí”, dijo amenazante la esposa del autor, quién estuvo totalmente de acuerdo.
Había sido transpuesta la delgada línea roja entre el amor y el odio.
Cuan rápida fue la transición de símbolo de la paz a pajarraco inmundo.
Las palomas volvieron. Les gustaba el lugar. Eran cada vez más (lo notábamos por las deposiciones.. que ya eran directamente cagadas). Las ahuyentábamos, se iban, volvían…dejaban huevos sin siquiera hacer el nido, los quitábamos, volvían...¿qué hacer?
Colocamos un tejido a todo lo largo de la reja del balcón pensando que esa era la solución. No lo fue. Siguieron entrando por la parte superior de la baranda, aprovechando el espacio libre de casi dos metros entre la baranda y la azotea. La invasión había comenzado. Debíamos ausentarnos por un tiempo y por lo tanto quitamos todos los tiestos o macetas del balcón. Colocamos un tejido precario desde la baranda del balcón hasta la pared y puerta de acceso, y abandonamos el piso.
El cuñado del autor efectuaba visitas periódicas para airear el piso y al hacerlo comprobaba que las otrora dulces palomitas aprovechaban los resquicios del tejido para entrar, instalarse, procrear y cubrir toda la superficie de excrementos, ramas, plumas, basura e insectos.
Ingentes fueron los esfuerzos del cuñado para frenar el avance; reforzó las defensas, remendó el tejido roto y colocó maderas para tapiar algunas vías de acceso. Todo en vano.
Cuando el autor y su esposa volvieron al piso se encontraron con un panorama desolador en los dos balcones: nidos, pichones, huevos, ramas, plumas y plumones, eyecciones, es decir, todo lo que hace al habitat colombófilo. Había que declarar la guerra. “Entre estos bichos y yo hay algo personal”, dijo el autor mientras diseñaba el plan de defensa.
Con riesgo de su vida y encaramado en lo alto de una escalera, mientras la esposa lo sostenía de la cintura para no caer al vacío desde un segundo piso, construyó una estructura metálica y revistió de un tejido plástico todo el espacio abierto. ¿Será esta la solución final? El tiempo lo dirá.
El autor sigue amando a los animales, pero en este caso prefiere contemplar a las palomas a la distancia, en fotografías y en el trazo magistral de Picasso.
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3 comentarios:
Ya no sólo quiero, sino que NECESITO ver la nueva estructura metálica de tu plan de defensa... Esperamos fotos ansiosamente...
Ya lo decía el General:Más inùtil que cagadas de paloma, que no sirven ni para abono.(Primo:veo que todavìa mi prima te domina igual que Marta a mi)Besos
Che, che, el hacerlos reflexionar no es "dominio" sino invitar a deducir la mejor solución. He dicho y besos para todos!!!
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