30 de enero de 2009

Hoy toca una recomendación



Voy por la mitad, pero con lo leído ya me basta para recomendar este libro de Henning Mankell para quienes son adictos a la llamada "novela negra".

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Mankell goza de una fama muy merecida, y el protagonista de varias de sus novelas, el comisario Kurt Wallander, es uno de los personajes de ficción más formidables creados por un autor. Opinión personal.

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En El chino no está Wallander, pero igual es muy interesante.

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Para aportar más elementos de juicio a esta sugerencia, se incluye una nota "robada" al diario La Nación, de Buenos Aires.

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Por Vicente Battista Para LA NACION
El chino Por Henning Mankell
Tusquets/Trad.: Carmen Montes/469 páginas/$ 58



Henning Mankell es un típico ciudadano de dos mundos: desde hace un par de décadas vive seis meses del año en compañía del frío y de la nieve en su Suecia natal; los otros seis meses los pasa en compañía del calor y de las arenas de África: es director del Teatro Nacional Avenida de Maputo, en Mozambique.

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Ha escrito cerca de cuarenta libros, pero esencialmente se lo conoce por diez de sus novelas: nueve de ellas protagonizadas por el Inspector Kurt Wallander, y la restante por su hija, Linda Wallander. Padre e hija no mantienen una relación cordial. Es comprensible, él acaba de cruzar la barrera de los 60 años y está al borde de la jubilación; ella aún no ha cumplido los 30 y acaba de graduarse en la escuela de policía.

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En la literatura de crimen y misterio abundan los inspectores, los comisarios, los oficiales y los detectives. La llegada de Kurt Wallander no tendría por qué haber sorprendido a los devotos del género. Sin embargo, los sorprendió. Este inspector sensible y solitario, que pone en movimiento razón e intuición para resolver sus casos y, de paso, plantea una aguda crítica a la sociedad contemporánea, se transformó en una figura emblemática.

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Curiosamente, esta última obra de Mankell no lo tiene por protagonista; tampoco aparece Linda, la hija de Wallander. Ausencias que de ningún modo alejan a El chino del género: se trata de una genuina novela policial. Basta con evocar de qué modo comienza: un lobo solitario, perdido y hambriento llega en los primeros días de enero de 2006 a Hesjövallen, un pequeño pueblo al sur de Hälsingland, en el que no viven más de 20 familias.

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La bestia va en busca de comida; en su largo peregrinar (viene de Noruega) malamente se ha alimentado con el cadáver de algún alce. En Hesjövallen no encontrará cadáveres de alce, pero sí de seres humanos: dieciocho cuerpos de hombres y mujeres, destrozados por las torturas que han sufrido, y el cuerpo de un chico asesinado, aunque no torturado.

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Los medios no vacilan en afirmar que desde la muerte de Olof Palme no se había producido en Suecia un hecho de sangre de tal magnitud. Vivi Sundberg, una policía con algo más de cincuenta años, pronunciado sobrepeso y dos veces viuda, es quien se hará cargo de la investigación. Pero será otra mujer, la jueza Birgitta Roslin, sesenta años y un matrimonio en crisis, la que tendrá activa participación en la historia.

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Aunque Kurt Wallander no fue invitado a protagonizar esta novela, hay más de un rasgo del viejo inspector que encontraremos en ambas mujeres. La edad, en primer lugar, y, casi de inmediato, el desencanto. Birgitta Roslin en su juventud fue militante de la ultraizquierda prochina de Suecia; ahora, sexagenaria, debe desempeñarse como jueza en una sociedad que está lejos de ser lo que ella ambicionaba; pero el otro sistema, por el que ella luchó, también ha fracasado.

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La jueza y la policía, igual que el inspector Wallander, aceptan con desagrado el mundo que les ha tocado en suerte. En ese mundo existe gente capaz de asesinar a dieciocho ancianos y a un niño. Los ancianos fueron torturados; el niño, no. ¿Por qué? ...sta es la primera pregunta que se plantea Vivi Sundberg; la respuesta vendrá desde la otra punta del país y por boca de Birgitta Roslin. Lo que casi por casualidad descubre la jueza será espeluznante. Para comprenderlo habrá que retroceder casi dos siglos y situarse en el desierto de Nevada, Estados Unidos de América, en 1863, durante el montaje de las vías del ferrocarril.

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Un viejo proverbio chino señala: "El aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo". Una interrelación causa-efecto a la que Mankell recurre para la construcción de su novela; de ese modo, los crímenes que se producen en uno de los sitios menos poblados de la tierra (Hesjövallen, total: 22 habitantes) se originan en uno de los sitios más poblado de la tierra: China, mil trescientos millones de habitantes.

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La razón de esos crímenes es tan antigua como el mundo: cumplir con una venganza prometida. A ese desenlace arribará la jueza Birgitta Roslin después de sobrellevar numerosas peripecias y un sinnúmero de aventuras y malentendidos.

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Se ha señalado que Mankell le dio una vuelta de tuerca al policial europeo. El chino es una buena prueba de ello. Prescinde de la norma que caracteriza las narraciones policiales: centrarse en el tema, desechando todo lo que puede ser secundario. En lugar de eso, Mankell plantea dos novelas en una.

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Tendremos los sucesos que acontecen en Suecia, China y Londres durante el invierno de 2006 y los que se desarrollan en los Estados Unidos de América entre los años 1863 y 1867. En el siglo XIX habrá escenarios y personajes que aparentemente nada tienen que ver con los escenarios y personajes del siglo XXI. Sin embargo, todo estará conectado.

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Pese a prescindir, como se indicó, de la norma que caracteriza las ficciones policiales, Mankell mantiene la tensión y el suspenso que distinguen a esas narraciones. Logra que en ningún momento se pierda interés por la lectura, aunque a lo largo de páginas y páginas se refiera al conflicto familiar que sufren la jueza y su marido o dedique capítulos enteros a postular de qué modo un sector de la dirigencia comunista china pretende replantear la colonización en África.

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Esto lo consigue esencialmente por sus dotes de narrador y la indudable calidad de su escritura, detalle que se advierte en la prolija traducción al español de Carmen Montes, quien ha prescindido de charanga y pandereta: no encontramos ni un solo "gilipollas" ni un solo "hostias" en ningún rincón de la novela.


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