31 de enero de 2010

Sábado a la noche, cine



José Trepat

-“En el uno están dando Luna de Avellaneda
-“Ya la ví”
-“Yo también, pero quiero verla otra vez. Si querés mirar el fútbol la veo en el otro televisor”
No, vamos a verla”. (El Real Madrid le estaba ganando al Depor, así que el partido había dejado de interesarme).

Así terminó el sábado. Más de dos horas de cine sin interrupciones publicitarias en las que nos dejamos atrapar una vez más por la “adicción” a las películas del director argentino Juan José Campanella y su séquito de actores fetiche: Ricardo Darín y Eduardo Blanco, esta vez acompañados por Mercedes Morán, Valeria Bertuccelli y un notable Daniel Fanego.

Es que Campanella ha sabido retratar como pocos la idiosincrasia y los valores humanos de los argentinos, con sus virtudes y defectos, y con un lenguaje mundano, ágil y ameno que por momentos provoca una sonrisa y en otros abre las puerta de la emoción; un fiel reflejo de la vida misma.

Desde que en 2001 nos regaló aquella conmovedora “El hijo de la novia”, en la que Darín y Blanco tuvieron a dos acompañantes de lujo, Norma Aleandro y Héctor Alterio, Juan José Campanella se convirtió en un referente obligado cuando se habla del cine argentino de la última década.

Antes y después de Luna de Avellaneda, el cineasta sacó de su chistera otras dos pequeñas gemas que completan este paquete de cuatro (en algún lado se lee el neologismo cuatrilogía) que uno no se cansa de volver a ver: “El mismo amor la misma lluvia” y “El secreto de sus ojos”, ambas con el personaje femenino central encarnado por Soledad Villamil haciendo pareja con Ricardo Darín.

Campanella, con experiencia como guionista en Estados Unidos (la serie La ley y el orden), tuvo el buen tino de regresar a la Argentina y volcar allí las distintas experiencias recogidas en el extranjero.

Si alguien que no sea argentino quiere saber como es, piensa y siente el ciudadano medio de ese país, encontrará en estas cuatro películas la referencia exacta. En el fondo, los sentimientos no difieren mucho de los que puede sentir un español o un italiano, ya que esas dos masivas corrientes inmigratorias moldearon lo que es la sociedad argentina.

Pero gracias a los aportes que llevaron a ese país los representantes de otros pueblos y culturas, el argentino surgió de ese crisol de razas con matices propios, personales e inconfundibles, que también incluyen los toque autóctonos de sus distintas regiones. Con un lenguaje propio que no todos pueden captar sin un conocimiento previo del significado de algunos vocablos (el “che” y el “boludo” ya son casi universales) el argentino es reconocido inmediatamente como tal.

Las películas de Campanella retratan de manera perfecta su idiosincrasia, a veces sensiblera y melancólica, pero siempre profundamente humana.

En Luna de Avellaneda, el director y guionista rinde un homenaje a la inmigración a su país producida en la primera mitad del siglo XX, en el personaje del ya fallecido José Luis López Vázquez, como el fundador del Club Social Luna de Avellaneda, el leitmotiv de la película. La evolución de la sociedad hacia otras formas de vida, amenaza con hacer desaparecer el club, y el argumento gira en torno a los esfuerzos del nostálgico Darín, entre otros, por salvarlo. Para quien no ha visto la película no revelaremos si lo logra, o no.

El tema de la inmigración fue reflejado también por Campanella en la serie para televisión “Vientos de agua” que muestra la vida de los inmigrantes europeos en Argentina a comienzos del siglo XIX, y también la situación que enfrentan actualmente los inmigrantes argentinos en Europa.

En una charla de sobremesa posterior a la emisión de la película, Juan José Campanella, acompañado de Eduardo Blanco, dijo que mucho de su manera de hacer cine está inspirada en la película de 1946 “Que bello es vivir” , de Frank Capa. “Para mí es la mejor película de la historia del cine y cada vez que la veo (unas 90) me pongo a llorar", dijo. Tal vez esta acotación ejemplifica la sensibilidad que transmite en su cine.

En otro tramo de la conversación precisó con exactitud como cree que debe ser el humor que matiza sus películas. “El humor debe estar en el texto. No que alguien se haga el gracioso”.

Aprovechamos para intercalar un bocadillo: “No hay que hacerse el gracioso, sino SER gracioso”. Si ese no es el caso, es mejor mantener la boca cerrada. (Es imposible no pensar en este momento en tanto idiota que se ve por televisión, pretendiendo hacerse el gracioso).

Después de esta digresión sólo resta decir que estos párrafos son el resultado de la admiración que me despierta el director argentino y sus películas.
*

No hay comentarios: