13 de junio de 2012

Mentiras verdaderas

A veces no hace falta mentir; basta con utilizar el rico idioma castellano a su gusto y conveniencia. Y en eso son expertos.

 

José Trepat

Se levantan de sus asientos, o bancas; algunos permanecen sentados. Pero todos saben que en esos momentos, la lucecita roja que les apunta directamente al rostro significa que cientos de miles de conciudadanos los están observando. Es su momento de gloria y a él se lanzan, impertérritos, esforzándose para que sus gestos o palabras no los traicionen.

 


En definitiva, se trata de convencer a sus pares y a las miles de personas que están al otro lado de esa lucecita roja, de que los argumentos que saldrán de sus bocas son la verdad absoluta. Confían en que la gruesa capa de cemento con la que recubren sus rostros se mantenga firme hasta el final de su intervención.

 

Si lo logran, recibirán simbólicamente el diploma de políticos de primer nivel, sin que importe mucho la sinceridad o falsedad de sus palabras; eso es lo de menos. Lo que interesa es convencer, ya sea con verdades o mentiras, utilizadas en el momento adecuado. Saben que los gestos son importantes, que a veces un golpe de puño sobre el pupitre puede ser útil, y que un buen ataque suele ser la mejor de las defensas.

 

Hay que reconocer que algunos están muy bien preparados para exponerse al escrutinio público y salen airosos, o eso es lo que creen, sobre todo cuando su elocuencia es rubricada con el aplauso de sus colegas de partido. Pero, ¿Qué pasa con el receptor de sus palabras? ¿Se siente derrotado?, No, simplemente espera a que el presidente de la Cámara le diga que es su turno, para lanzar a su rival una furibunda réplica  que también será aplaudida por sus correligionarios. Y así la noria sigue girando. Es la política en plena ebollición.

 

Estamos asistiendo a la sesión semanal en el Congreso de los Diputados en la que el Jefe de Gobierno y sus ministros deben comparecer para exponer sus planes y/o defenderse de los embates de la oposición, cuando más virulentos mejor. Es el juego de la Democracia; gracias a esta práctica los ciudadanos pueden conocer y juzgar a sus representantes, verlos y escucharlos en directo. ¿Les creen o no? Eso está en la conciencia y capacidad de discernimiento de cada uno.

 

En medio de la crisis que está viviendo España, con el consiguiente desprestigio de políticos y banqueros, estas sesiones parlamentarias televisadas en todo su desarrollo, son un hálito de frescura y permiten a los españoles conocer mejor a quienes beneficiaron o castigaron con sus votos. Es gratificante ver como un Presidente de Gobierno (cualquiera sea el partido en el poder) debe someterse a los cuestionamientos de la oposición por medio de un mecanismo de réplica y contra réplica que es igual para todos: el presidente del Congreso les da el mismo tiempo a cada uno y no hay más remedio que aguantarse el vendaval de acusaciones que se lanzan de ambas partes.

 


Fueron memorables los debates entre Felipe González y José María Aznar; recordados los enfrentamientos entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, y más tolerantes los que mantienen en la actualidad el presidente Rajoy y el jefe de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba.

 

“Señor Gónzalez, usted miente!!”

 

“Señor Rodríguez Zapatero, toda la culpa de lo que pasa la tiene usted! Váyase!

 

“Señor Rajoy, llámelo rescate Light, rescate rosa o rescate maravilloso, pero no lo llame línea de crédito. Diga las cosas por su nombre y comenzaremos a entendernos!”

 

Son sólo tres ejemplos pero hay intercambios mucho más fuertes, casi rozando el insulto; y el presidente de turno debe aguantarlos y responder. Aquí no vale la autoritaria cadena nacional en la que el Jefe del Estado lee un discurso preparado sin derecho a réplica.

 

Los ciudadanos que quieren enterarse de lo que pasa en su país pueden ver en la transmisión directa de televisión como los políticos se defienden como gato panza arriba, y como atacan cuando les llega el turno. Es escaso consuelo porque los problemas continúan y quienes los crearon se mueven a sus anchas, sabedores de que con un buen estudio de abogados todo tiene solución.

 

Solo he querido destacar un aspecto positivo en este desaguisado que es hoy España. Ah, no!. No es el único aspecto positivo porque las estafas, los fraudes financieros, la desastrosa gestión de algunos bancos, los problemas de los empresarios, las responsabilidades de quienes crearon todas las burbujas, todo eso se solucionará con “la generosa línea de crédito que nos extiende Europa”.

 

¿Qué le queda al ciudadano común y a los millones de desocupados? Sentarse frente al televisor y ver con qué desparpajo los políticos de ambos lados manipulan el idioma. Para eso se han preparado con tanto esmero.

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