José Trepat
Se levantan de sus asientos, o bancas; algunos
permanecen sentados. Pero todos saben que en esos momentos, la lucecita roja
que les apunta directamente al rostro significa que cientos de miles de
conciudadanos los están observando. Es su momento de gloria y a él se lanzan,
impertérritos, esforzándose para que sus gestos o palabras no los traicionen.
En definitiva, se trata de convencer a sus
pares y a las miles de personas que están al otro lado de esa lucecita roja, de
que los argumentos que saldrán de sus bocas son la verdad absoluta. Confían en
que la gruesa capa de cemento con la que recubren sus rostros se mantenga firme
hasta el final de su intervención.
Si lo logran, recibirán simbólicamente el
diploma de políticos de primer nivel, sin que importe mucho la sinceridad o
falsedad de sus palabras; eso es lo de menos. Lo que interesa es convencer, ya
sea con verdades o mentiras, utilizadas en el momento adecuado. Saben que los
gestos son importantes, que a veces un golpe de puño sobre el pupitre puede ser
útil, y que un buen ataque suele ser la mejor de las defensas.
Hay que reconocer que algunos están muy bien
preparados para exponerse al escrutinio público y salen airosos, o eso es lo
que creen, sobre todo cuando su elocuencia es rubricada con el aplauso de sus
colegas de partido. Pero, ¿Qué pasa con el receptor de sus palabras? ¿Se siente
derrotado?, No, simplemente espera a que el presidente de la Cámara le diga que es su
turno, para lanzar a su rival una furibunda réplica que también será aplaudida por sus
correligionarios. Y así la noria sigue girando. Es la política en plena ebollición.
Estamos asistiendo a la sesión semanal en el
Congreso de los Diputados en la que el Jefe de Gobierno y sus ministros deben
comparecer para exponer sus planes y/o defenderse de los embates de la
oposición, cuando más virulentos mejor. Es el juego de la Democracia ; gracias a
esta práctica los ciudadanos pueden conocer y juzgar a sus representantes,
verlos y escucharlos en directo. ¿Les creen o no? Eso está en la conciencia y capacidad
de discernimiento de cada uno.
En medio de la crisis que está viviendo España,
con el consiguiente desprestigio de políticos y banqueros, estas sesiones
parlamentarias televisadas en todo su desarrollo, son un hálito de frescura y permiten
a los españoles conocer mejor a quienes beneficiaron o castigaron con sus votos.
Es gratificante ver como un Presidente de Gobierno (cualquiera sea el partido
en el poder) debe someterse a los cuestionamientos de la oposición por medio de
un mecanismo de réplica y contra réplica que es igual para todos: el presidente
del Congreso les da el mismo tiempo a cada uno y no hay más remedio que
aguantarse el vendaval de acusaciones que se lanzan de ambas partes.
Fueron memorables los debates entre Felipe
González y José María Aznar; recordados los enfrentamientos entre José Luis
Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, y más tolerantes los que mantienen en la
actualidad el presidente Rajoy y el jefe de la oposición, Alfredo Pérez
Rubalcaba.
“Señor
Gónzalez, usted miente!!”
“Señor
Rodríguez Zapatero, toda la culpa de lo que pasa la tiene usted! Váyase!
“Señor
Rajoy, llámelo rescate Light, rescate rosa o rescate maravilloso, pero no lo
llame línea de crédito. Diga las cosas por su nombre y comenzaremos a
entendernos!”
Son sólo tres ejemplos pero hay intercambios
mucho más fuertes, casi rozando el insulto; y el presidente de turno debe
aguantarlos y responder. Aquí no vale la autoritaria cadena nacional en la que
el Jefe del Estado lee un discurso preparado sin derecho a réplica.
Los ciudadanos que quieren enterarse de lo que
pasa en su país pueden ver en la transmisión directa de televisión como los
políticos se defienden como gato panza arriba, y como atacan cuando les llega
el turno. Es escaso consuelo porque los problemas continúan y quienes los
crearon se mueven a sus anchas, sabedores de que con un buen estudio de
abogados todo tiene solución.
Solo he querido destacar un aspecto positivo en
este desaguisado que es hoy España. Ah, no!. No es el único aspecto positivo
porque las estafas, los fraudes financieros, la desastrosa gestión de algunos
bancos, los problemas de los empresarios, las responsabilidades de quienes
crearon todas las burbujas, todo eso se solucionará con “la generosa línea de crédito
que nos extiende Europa”.
¿Qué le queda al ciudadano común y a los
millones de desocupados? Sentarse frente al televisor y ver con qué desparpajo los políticos de ambos lados manipulan el idioma. Para eso se han preparado con tanto
esmero.
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