30 de mayo de 2013

La mente divaga


(Reflexión a partir de una simple extracción de sangre)

José Trepat
El reloj biológico tampoco me falló esta vez. Eras las ocho en punto cuando los rayos de sol que se filtraban por la persiana me hicieron abrir los ojos. A las 08:24 debía estar en el centro sanitario de mi zona, a tres calles de distancia, para la extracción de sangre después de 12 horas de ayuno. Llegué cinco minutos antes de la hora prevista y me senté en la sala de espera junto con parte de las 60 personas que estaban allí para lo mismo; como ocurre diariamente.

Me dispuse a leer mientras aguardaba turno, pero ni siquiera había abierto el libro cuando escuché mi nombre. Me dirigí a uno de los cuatro compartimientos dónde cuatro enfermeras debían efectuar las extracciones a todos los pacientes en apenas 60 minutos; por eso las citaciones indicaban la hora en minutos precisos. Cuando me senté en el sillón miré el reloj: eran exactamente las 08:24! casualidad? puede ser, pero me llamó la atención.

"¡Qué puntualidad!" dije a la enfermera que me atendía. "Me citaron a las 08:24 y son exactamente 8:24." Otra enfermera, la de mi médico, a la que visito regularmente para control de presión y peso, estaba en el habitáculo contiguo, separado del mío por una cortina. "Oye Ana -le dije- que puntuales que son". "Pues mira José, no siempre es así, a veces alguien se marea y nos atrasamos algunos minutos", respondió Ana sin interrumpir la atención de su paciente.

La puerta de la sala de espera estaba abierta y una señora sentada enfrente, que había escuchado el diálogo  no pudo contenerse: "Y tanto que no es así. Un día tuve que esperar diez minutos!", dijo con cara seria. "En una vida de 80 años le parece mucho diez minutos?" le respondí desde mi sillón. A falta de otra cosa que hacer, las personas que esperaban turno iniciaron un murmullo generalizado. "Este hombre tiene razón", me secundó un señor muy mayor apoyando las manos en su bastón, "siempre nos atienden en hora y no hay por qué quejarse!" Un alboroto siguió a sus palabras con opiniones diversas. La sala se había animado y así continuó cuando me fui apretando la gasa que recogió la gota de sangre resultado del pinchazo.

Seguramente el ambiente se calmó pronto pero yo salí de allí con una sonrisa en los labios pensando en lo ocurrido. Crucé la calle por la línea de cebra respetando escrupulosamente el semáforo aunque no había coches a la vista. ¿Qué importan 20 o 30 segundos más? pensaba, aunque es verdad que no siempre es así. Hay quienes cruzan/cruzamos la calle con semáforo en rojo, pero esas son las excepciones. En general, las normas de convivencia se respetan.

Y ese era el tema que tenía en mente cuando entré en la panadería/cafetería que tenía enfrente y por la tengo un apego especial, tanto por la calidad de sus productos como por la atención de sus empleadas, todas mujeres sonrientes, amables y generosas en el piropo: "Hola guapo, buenos días, qué te pongo?". "Hola, buenos días cariño, una tortilla francesa y un café con leche, por favor", fue mi respuesta.

Mientras esperaba el pedido comencé a internarme en la Barcelona medieval que me revelaban las páginas de Te daré la tierra, de Chufo Llorens, pero poco pude avanzar ya que muy pronto llegaron la aromática omelette y el humeante café con leche.

Al tiempo que mi organismo reponía la sangre entregada, observaba a través de los grandes ventanales las escenas cotidianas a las que habitualmente no prestamos atención: un anciano paseando a su perro de un tamaño acorde a la escasa vitalidad de su dueño (de haber sido un Labrador, el que tiraría de la correa hubiera sido el animal); una mujer joven recogía del suelo las deposiciones de su mascota; un par de jubilados conversaban sentados en un banco dando la cara al sol que ya brillaba intensamente sobre un cielo completamente azul; madres llevando de la mano a sus hijos hasta uno de los colegios cercanos.

Escenas normales, cosas de poca importancia que, por repetidas, no asombran a nadie como es natural. Entonces, ¿a qué viene todo esto? A que en algunos momentos la mente comienza a divagar, algo que comúnmente todos hacemos con intención o sin ella.

 Es verdad que España atraviesa momentos de dificultades, especialmente para quienes están sin trabajo y los que llegan a fin de mes con lo justo y aún menos. Podemos entender esos problemas, esos reclamos y el clamor por un puesto de trabajo, algo que parece tan elemental en una sociedad moderna. Pero la vida debe continuar, y continúa.

Todos tiene razón en peticionar lo que les han quitado: el trabajo, la vivienda en algunos casos, el futuro en definitiva. La "fiesta" de las décadas pasadas ahora hay que pagarla y gracias al gobierno de derechas que los españoles eligieron, el peso de esa deuda recae sobre quienes menos culpa tienen, como aquellos que,  con el loable propósito de acceder a la vivienda propia, se embarcaron en hipotecas que ahora se les hace cuesta arriba pagar. No sé que haría un gobierno de otro signo político, pero alguna manera debe de haber para determinar mejor las responsabilidades

En esa economía boyante los Bancos otorgaban créditos a troche y moche. La gente tenía trabajo y pagaba puntualmente sus cuotas. España recibía oleadas de inmigrantes; era la octava economía del mundo. Pero la burbuja estalló, la construcción se paralizó y los españoles comenzaron a perder sus empleos. Los Bancos restringieron sus créditos, acumulaban deudas impagas y entraron en dificultades. Pero a no preocuparse! el gobierno actual acudió en su ayuda y gestionó para ellos miles de millones de euros para sus arcas y para pagar las insultantes primas e indemnizaciones millonarias a sus directivos. El ciudadano común asiste inerme a esta vergüenza nacional que algún día habrá de terminar.

Los primeros párrafos de esta nota hablan casi de una sociedad idílica, de una marcada convivencia cívica entre los habitantes de una ciudad (Mataró) en la que no parece reflejarse la crisis de un país: en los super mercados no falta nada, no hay cortes de luz, de gas, de agua; el transporte funciona regularmente; los niños son obligados a viajar en las sillitas reglamentarias; los vehículos se detienen ante el paso de un peatón; no hay baldosas flojas ni veredas rotas; las calles no se inundan. 
Todo eso es cierto pero al final la realidad pesa y los que vivimos en este sitio no podemos ser ajenos a los problemas que enfrenta la mayoría de los ciudadanos y es imposible no solidarizarse con ellos. Es imposible cerrar los ojos ante tantos casos de corrupción y de injusticias sociales; eso es parte también de la realidad cotidiana. Igual que en otros países, los partidarios del gobierno tratan de minimizar esos hechos..igualito, igualito que en otros países.

Lo que digo al comienzo, de que la mente divaga, es más que evidente. Una simple extracción de sangre hecha con profesionalidad, sonrisas y buenos modos, seguida por el amable trato recibido en la cafetería, me habían predispuesto para resaltar lo importante que es empezar así el día... pero la mente no descansa y de un tema salta al otro. No vivimos aislados y lo que nos rodea nos afecta. Sin embargo, con la misma energía que señalamos lo negativo, deberíamos resaltar también la parte positiva. En el quehacer cotidiano seguramente algo encontraremos para pensar que mañana puede ser mejor que ayer. Es verdad aquello de que no valoramos las cosas hasta que las perdemos. 
*


2 comentarios:

Beatriz dijo...

Qué confianza se tomó la camarera!!! Con razón no insististe en que te acompañe...Lástima que por aquí no hay cafeterías con camareros....bueno me debés un desayuno completito...¿Tal vez este domingo???? Besitos...

jose trepat dijo...

Je je.. ya las conocés cariño. El domingo vamos y se tiran de las mechas.