Están proliferando en distintos lugares del mundo grupos de personas a los que alguien, con mucho acierto, bautizó con el nombre de INDIGNADOS, que protestan contra lo que creen son injusticias, como corrupción de funcionarios, recortes a la educación y sanidad públicas, y muchos etcéteras más.
Son protestas relativamente pacíficas que por ahora no conmueven mucho que digamos a los que son blanco de sus ataques, porque de momento pocas cosas han cambiado y no han logrado que se dé marcha atrás en las causas que las motivaron. Pero cuidado! ¿No será éste el germen de otro tipo de protestas, de acciones más drásticas que sirvan de escarmiento para quienes son los causantes de esa indignación que se extiende cada vez más?
Un funcionario corrupto no devolverá el dinero mal habido ni las autoridades revertirán sus decisiones antipopulares. Esto es lo que parece, por ahora, si los destinatarios de esos actos de protesta no sufren en carne propia algún castigo más contundente y directo, como los memoriosos recordamos que ocurría en el pasado, cuando grupos de acción formados normalmente por jóvenes idealistas aplicaban lo que se había dado en llamar “justicia popular”.
Actualmente, la “justicia popular” está reducida a esas manifestaciones de protesta que son fácilmente desarticuladas por las fuerzas policiales, en tanto que la Justicia que imparten los jueces normalmente no deja conformes a nadie. La ecuación es simple: le irá mucho mejor a quien tenga poder político o económico, que al pobre desgraciado sometido sin recursos, que llevará siempre las de perder aunque le asista la razón.
Y así anda nuestra sociedad en estos tiempos tan difíciles, donde los valores tienen tan poco valor, y donde la hipocresía y la falta de solidaridad campean a sus anchas. Vamos a tomar dos escenarios que conocemos mejor: Argentina y España.
La crisis económica de 2001, que provocó un verdadero éxodo en Argentina cuando el Estado se apoderó de los depósitos bancarios, causó primero un estupor general pero luego la gente reaccionó de una manera lógica, natural, al sentir que le habían robado. Destrozó con palos y piedras las vidrieras de los Bancos, y en algunos casos parte de su interior, obligando a esas instituciones a tapiar los ventanales y las entradas con maderas y verdaderas empalizadas. Los Bancos, por decisión del gobierno, se habían quedado con los depósitos y la gente reaccionó. Esa situación difícilmente se repita en Argentina; el escarmiento había sido ejemplar, aunque los ahorristas hayan podido recuperar con el tiempo, solo parte de su dinero.
De nada hubiesen valido las manifestaciones de indignados, tan populares hoy en día. Si la historia enseña, hay que aprovechar las lecciones.
El panorama actual en España rebosa de patetismo. Con cinco millones de desocupados, los españoles se enteraron atónitos de que una institución bancaria días atrás dejo de funcionar, no sin antes indemnizar a tres de sus directivos, con un total de 23 millones de euros!!!!. Seguro que los tres caminan tranquilamente por las calles riéndose en su fuero íntimo.
Al pedírsele su opinión, la ministra de Economía, Elena Salgado, respondió que era “bastante inadmisible” que se hubiesen pagado esas indemnizaciones. “BASTANTE INADMISIBLE”, fue su calificación de este hecho que nos avergüenza y nos indigna a todos, aunque en un marco de pasividad que es difícil de entender. Diarios y noticieros de televisión reflejaron esa noticia, como no puede ser de otra manera, pero lo hicieron tímidamente, sin que a nadie le saliera espuma por la boca. ¿Esto puede quedar así? Tal vez sí, porque somos muy respetuosos de la ley que ricos y poderosos hacen a su gusto y placer.
Hoy se nos casó la Duquesa de Alba, y claro, la televisión envió periodistas y cámaras para cubrir el evento y satisfacer las necesidades de “su” público. Cuantas palabras previas y posteriores para hablar sobre el vestido de Doña Cayetana y sobre cuales son las verdaderas intenciones de su ahora marido, el funcionario Alfonso Diez, que ha dejado de serlo al convertirse en el Duque de Alba. Mientras tanto, recordemos: cinco millones de desocupados, a los que se suman miles de jóvenes que han hipotecado sus vidas para adquirir una vivienda. ¿Qué pasa con ellos si pierden el empleos?.
Claro que la televisión da a la gente lo que la masa aborregada quiere. Este es el esquema al que se prestan gustosamente los conductores/conductoras, que en lugar de criticar todo este despilfarro en un país con cada vez más pobres, lucen sus mejores sonrisas para rendir pleitesía a Doña Cayetana, que “estaba radiante (¿?¿¿)” según una presentadora. Eso sí, poco antes había puesto cara seria para comentar que una mujer había ahogado a sus dos hijos. Publicidad y vuelta a sonreir, que para eso cobran sus buenos emolumentos.
“Estoy aquí desde las seis de la mañana” decía una mujer con muchos kilos y poco cerebro que se aguantó siete horas para ver pasar a la feliz pareja. “Es el triunfo del amor (¿?)”, dijo otra. De haberla oído, Alfonso Díez, hubiese esbozado una imperceptible sonrisa.
Son protestas relativamente pacíficas que por ahora no conmueven mucho que digamos a los que son blanco de sus ataques, porque de momento pocas cosas han cambiado y no han logrado que se dé marcha atrás en las causas que las motivaron. Pero cuidado! ¿No será éste el germen de otro tipo de protestas, de acciones más drásticas que sirvan de escarmiento para quienes son los causantes de esa indignación que se extiende cada vez más?
Un funcionario corrupto no devolverá el dinero mal habido ni las autoridades revertirán sus decisiones antipopulares. Esto es lo que parece, por ahora, si los destinatarios de esos actos de protesta no sufren en carne propia algún castigo más contundente y directo, como los memoriosos recordamos que ocurría en el pasado, cuando grupos de acción formados normalmente por jóvenes idealistas aplicaban lo que se había dado en llamar “justicia popular”.
Actualmente, la “justicia popular” está reducida a esas manifestaciones de protesta que son fácilmente desarticuladas por las fuerzas policiales, en tanto que la Justicia que imparten los jueces normalmente no deja conformes a nadie. La ecuación es simple: le irá mucho mejor a quien tenga poder político o económico, que al pobre desgraciado sometido sin recursos, que llevará siempre las de perder aunque le asista la razón.
Y así anda nuestra sociedad en estos tiempos tan difíciles, donde los valores tienen tan poco valor, y donde la hipocresía y la falta de solidaridad campean a sus anchas. Vamos a tomar dos escenarios que conocemos mejor: Argentina y España.
La crisis económica de 2001, que provocó un verdadero éxodo en Argentina cuando el Estado se apoderó de los depósitos bancarios, causó primero un estupor general pero luego la gente reaccionó de una manera lógica, natural, al sentir que le habían robado. Destrozó con palos y piedras las vidrieras de los Bancos, y en algunos casos parte de su interior, obligando a esas instituciones a tapiar los ventanales y las entradas con maderas y verdaderas empalizadas. Los Bancos, por decisión del gobierno, se habían quedado con los depósitos y la gente reaccionó. Esa situación difícilmente se repita en Argentina; el escarmiento había sido ejemplar, aunque los ahorristas hayan podido recuperar con el tiempo, solo parte de su dinero.
De nada hubiesen valido las manifestaciones de indignados, tan populares hoy en día. Si la historia enseña, hay que aprovechar las lecciones.
El panorama actual en España rebosa de patetismo. Con cinco millones de desocupados, los españoles se enteraron atónitos de que una institución bancaria días atrás dejo de funcionar, no sin antes indemnizar a tres de sus directivos, con un total de 23 millones de euros!!!!. Seguro que los tres caminan tranquilamente por las calles riéndose en su fuero íntimo.
Al pedírsele su opinión, la ministra de Economía, Elena Salgado, respondió que era “bastante inadmisible” que se hubiesen pagado esas indemnizaciones. “BASTANTE INADMISIBLE”, fue su calificación de este hecho que nos avergüenza y nos indigna a todos, aunque en un marco de pasividad que es difícil de entender. Diarios y noticieros de televisión reflejaron esa noticia, como no puede ser de otra manera, pero lo hicieron tímidamente, sin que a nadie le saliera espuma por la boca. ¿Esto puede quedar así? Tal vez sí, porque somos muy respetuosos de la ley que ricos y poderosos hacen a su gusto y placer.
Hoy se nos casó la Duquesa de Alba, y claro, la televisión envió periodistas y cámaras para cubrir el evento y satisfacer las necesidades de “su” público. Cuantas palabras previas y posteriores para hablar sobre el vestido de Doña Cayetana y sobre cuales son las verdaderas intenciones de su ahora marido, el funcionario Alfonso Diez, que ha dejado de serlo al convertirse en el Duque de Alba. Mientras tanto, recordemos: cinco millones de desocupados, a los que se suman miles de jóvenes que han hipotecado sus vidas para adquirir una vivienda. ¿Qué pasa con ellos si pierden el empleos?.
Claro que la televisión da a la gente lo que la masa aborregada quiere. Este es el esquema al que se prestan gustosamente los conductores/conductoras, que en lugar de criticar todo este despilfarro en un país con cada vez más pobres, lucen sus mejores sonrisas para rendir pleitesía a Doña Cayetana, que “estaba radiante (¿?¿¿)” según una presentadora. Eso sí, poco antes había puesto cara seria para comentar que una mujer había ahogado a sus dos hijos. Publicidad y vuelta a sonreir, que para eso cobran sus buenos emolumentos.
“Estoy aquí desde las seis de la mañana” decía una mujer con muchos kilos y poco cerebro que se aguantó siete horas para ver pasar a la feliz pareja. “Es el triunfo del amor (¿?)”, dijo otra. De haberla oído, Alfonso Díez, hubiese esbozado una imperceptible sonrisa.
¿Manifestaciones de indignados o justicia popular?. Habrá que decidirse.
- José Trepat
- José Trepat
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