Textos y fotos: Bea y José
Nos despertamos para el tercer día de esta excursión con la mirada puesta en un diáfano cielo azul salpicado sólo por algunas nubecitas blancas, esas que no contienen ni siquiera una gota de agua. Un buen comienzo para estar jornada que dedicaríamos enteramente a conocer Lisboa, una ciudad entrañable por lo que ofrece y por su historia.
Este tipo de viajes organizados están al alcance de los bolsillos de mucha gente, pero al mismo tiempo limitan bastante en cuanto a las posibilidades de conocer determinados sitios que no figuran en el programa, pero así son las cosas y lo que corresponde es sacar el máximo beneficio posible de lo que se nos ofrece.
El grupo se va conociendo más y la convivencia es excelente. Todos cumplimos escrupulosamente con los horarios que nos imponen y así, el plan se van cumpliendo con absoluta normalidad para beneplácito de las guías que coordinan todo. Sin embargo, hay imponderables y uno de ellos lo sufrimos hoy. Después del desayuno y de cargar nuestro equipaje en el autocar –la noche siguiente la pasaríamos en Fátima-, salimos a las 08:00, tal como estaba previsto, para encontrarnos con una guía local que a las 09:00 nos esperaba para acompañarnos en el recorrido.
La Torre de Belém
Pero un monumental atasco en el puente 25 de abril a causa de un accidente, hizo que llegásemos con una hora de retraso. Tiempo perdido pero nadie tiene la culpa. Nos reunimos con la guía en las inmediaciones de la Torre de Belém, sobre el estuario del Tajo. Antes de las presentaciones, nos dieron veinte minutos para bajar del autocar y tomar fotografías del lugar.
La Torre de Belém era anteriormente el Castelo de Sao Vicente de Belém, una fortaleza defensiva de la línea de mar de Cascais a Lisboa para impedir la entrada de los piratas ingleses y holandeses. Actualmente es un icono turístico de la capital de Portugal, tal vez el más emblemático. También fue utilizada como aduana para la recaudación de impuestos de los navíos que entraban en la ciudad.
El Monasterio de los Jerónimos
En ese lugar durmieron Vasco da Gama y su tripulación la noche antes de iniciar su expedición, según nos contó la guía de nacionalidad portuguesa que se expresaba en un castellano más que aceptable. El rey Manuel I les prometió que si regresaban con éxito construiría una gran iglesia. De resultas de esa promesa se erigió el Monasterio de los Jerónimos, el más bello de todos los que puedan verse en Portugal.
Es de estilo Manuelino y se construyó en base a los impuestos por las especias orientales. Nuestra visita al monasterio tuvo que ser abreviaba a causa de la demora mencionada más arriba, de modo que no pudimos visitar el claustro; una lástima ya que los claustros son nuestra “debilidad” cuando entramos en algún monasterio. Y éste, realmente valía la pena.
A quienes podíamos escucharla, algo difícil dada la aglomeración de visitantes, la guía explicó que en los Jerónimos se encuentran las tumbas del navegante Vasco da Gama y del poeta Luis de Camoes, además de las arcas funerarias del rey Manuel I y otros reyes. Desde 1985 descansan aquí también los restos del escritor Fernando Pessoa.
A bordo del autocar, recorrimos varios puntos de interés de Lisboa, una de esas grandes ciudades que han sabido conservar la esencia de su pasado, que hace 3.000 años atrajo la presencia de los fenicios y fue ocupada sucesivamente por griegos, romanos, visigodos y moros. Afortunadamente, como ocurre también en otros países, se ha conservado su casco histórico, como orgullo de sus orígenes.
Centro de Lisboa
Calles empedradas, flanqueadas por edificios antiguos, algunos abandonados y tapiados, se mantienen como parte de su historia. La historia consigna también que un fuerte terremoto destruyó parcialmente Lisboa en 1755, después del cual parte del barrio bajo fue reconstruido con un sentido más moderno, con calles rectas y anchas en cuadrículas, a diferencia de las sinuosas y estrechas callejuelas vecinas.
Los 700.000 habitantes de Lisboa se engrosan diariamente con quienes vienen a trabajar desde las áreas suburbanas, y con miles de visitantes; nos asombró la cantidad de turistas que en estos días pasean por su calles rebosantes de comercios, bares y restaurantes. Como en Budapest, Bruselas, Praga y otras, muchas calles peatonales están ocupadas por mesas de restaurantes que compiten por captar clientes en base a buenas maneras y buenas comidas. Da la impresión de que este país no se merece la crisis económica que está sufriendo.
Almorzamos en un restaurante que a las 13:00 nos esperaba con las mesas dispuestas y con bacalao como plato principal. Para los portugueses, el bacalao es la comida tradicional, y lo preparan de 365 maneras distintas, una para cada día del año. Como todas las actividades están programadas, allí estábamos puntuales.
Tras el almuerzo –ni pensar siquiera en una breve y reparadora siesta- el autocar nos depositó en la céntrica Praça do Rossio, con dos horas para disponer libremente de ellas. Las arterias céntricas, muchas peatonales, tienen suelo de pórfido blanco y negro que fue colocado a mano por los presos del castillo de San Jorge (Castelo de Sao Jorge) que se levanta en una de las colinas de la ciudad.
Elevador de Santa Justa
Vimos músicos ambulantes, estatuas vivientes, y estudiantes vestidos con capas negras que festejaban su graduación en un ambiente festivo y de respeto absoluto. Pasamos frente al elevador de Santa Justa, inaugurado en 1902, un medio de comunicación entre las partes alta y baja de la ciudad, tarea que cumplen también los típicos y coloridos tranvías que ponen un sello característico.
Caminamos hasta sentir el cansancio lógico y empleamos la última media hora sentados en un bar al aire libre, a la espera del regreso del autocar que iba a llevarnos directamente a Fátima, nuestro alojamiento para las tres noches siguientes. Abandonamos Lisboa tras haber visto sólo una pequeña parte de lo mucho que tiene para ofrecer, pero satisfechos con el recuerdo que nos llevábamos de esta ciudad, que en lo personal me pareció más bonita e interesente de lo que había imaginado.
(Continuará)
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1 comentario:
Muy interesante, al igual que las anteriores entregas. Besos a los dos!
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