7 de septiembre de 2009

Africa, fuente de inspiración

José Trepat

Africa ejerce para mí una especie de fascinación, a pesar de que lo único que conozco personalmente de su territorio es la ciudad de Tánger, y sólo durante algunas horas, como parte de un paquete turístico. 

En ese continente tan olvidado por los poderosos de este mundo salvo en los casos en que haya un interés geopolítico, muchos escritores, por suerte, buscaron y encontraron en sus extensas sabanas y tupidas selvas la inspiración para sus novelas o relatos de viajes y expediciones.

Gracias a estos y a los cineastas que lo eligieron como escenario para desarrollar sus guiones, junto con los productores de los incontables documentales relacionados con la vida animal, Africa siempre ha tenido algo que ofrecer para concitar la atención de muchos, entre los que me incluyo.

Lo lamentable es que invariablemente, las noticias sobre Africa han tenido que ver con las terribles luchas tribales en medio de hambre y miseria y en el avasallamiento y matanzas emprendidas por potencias occidentales y también por sanguinarios dictadores autóctonos.

Pero si bien esto es una realidad tangible y forma parte de la historia de este sufrido continente, no vamos a internarnos aquí en las facetas históricas o políticas –que de por sí ofrecen material para un estudio pormenorizado- sino que vamos a referirnos a la imagen de Africa que nos han ofrecido tantos escritores calificados. Y todo visto desde una óptica personal, la del autor de estas líneas, que quiere expresar así su solidaridad hacia los millones de seres humanos miserables y hambrientos, y también su interés por el mundo animal, que se prodiga tan generosamente en el tercer continente del mundo por extensión geográfica.

Creo recordar que mi interés por Africa comenzó en el paso de la pubertad a la adolescencia, cuando llegó a mis manos un ejemplar de Tarzan de los monos, de Edgar Rice Burroughs. Era un tomo de la vieja editorial Tor, de tapas flexibles color amarillo y con páginas a dos columnas en letra muy pequeña.

No sabía en esa temprana edad cual era la diferencia entre una novela y un relato de la vida real, por lo cual creía que lo que estaba leyendo había sucedido realmente, así que viví intensamente las aventuras del hombre mono en su relación con los animales y su entorno. Desgraciadamente Tarzan tuvo que matar a leones y otras fieras para sobrevivir, pero eso formaba parte de “esa vida real” como también lo era su amistad con el elefante Tantor y la mona Chita. Eso era Africa en mi imaginación: vida y muerte sin solución de continuidad.

Más adelante en el tiempo me topé con un escritor que a partir de su primera novela Cuando comen los leones (When the Lions Feed), publicada en 1964, me llevó a través de sus aproximadamente 30 títulos, que leí todos, a interesarme cada vez más en ese escenario, sus gentes y sus animales.

Wilbur Smith, que de él se trata, nació en Sudáfrica, país que hasta hace algunos años estuvo gobernado por blancos de marcado tono racista, producto de la colonización de potencias europeas como Holanda o Bélgica, entre otras. 
Tal vez –no lo sé- el novelista haya gestado su obra con un tufillo también racista, pero me cautivaron sus relatos tan descriptivos sobre los orígenes de algunos de sus pueblos.



En otro de sus libros, Pájaro de Sol, dedica buena parte del volumen a describir de manera atrapante a una misteriosa civilización pérdida y sus tesoros. Wilbur Smith sin duda conoce bien su oficio.

No falta en su producción literaria otros aspectos esenciales para conocer la realidad africana, como el comercio de esclavos, las matanzas de elefantes solo para arrancarles los colmillos del codiciado marfil, y la caza mayor, esa actividad tan deleznable que aún hoy practican impunemente tanto reyes como vasallos.

Ver las fotografías de los “valientes” cazadores apoyando orgullosamente un pie y su fusil sobre el cadáver de un indefenso ciervo sigue provocándome repulsión, que se acentúa al pensar que su único propósito haya sido el de colgar en los salones de sus casas la cabeza disecada junto con su enorme cornamenta, única razón por la que fue abatido.

Una cosa es matar para defenderse pero otra muy distinta es hacerlo por placer y con todo a su favor: la sorpresa, un arma letal y la indefensión de su presa.
Volviendo a la adolescencia se me cruza en la mente Las minas del Rey Salomón, de H. Rider Haggard, escrita en 1885. Este relato de aventuras no hizo más que acrecentar mi interés por Africa. Recuerdo que me gustó bastante la versión cinematográfica, protagonizada por Stewart Granger y Deborah Kerr.

Ubicado en el grupo de “grandes escritores” aunque más valorado por sus cuentos que por su novelas, Ernest Hemingway, sintió también la atracción de Africa, que reflejó precisamente en un cuento, Las nieves del Klimanjaro, llevada al cine con Gregory Peck, Ava Gardner y Susan Hayward.

Hemingway fue probablemente quien introdujo en el idioma inglés el vocablo safari extraído de la lengua swahili, y también, por su desbordante personalidad, contribuyó a crear la imagen del Gran Cazador Blanco, actividad que según parece le apasionaba.
Personalmente, pienso que lo mejor que he leído de Hemingway, premio Nobel de Literatura, ha sido El viejo y el mar, dónde narra de manera admirable, la lucha entre un viejo pescador y un enorme pez espada.

Grandes nombres de la literatura como Graham Greene o Joseph Conrad dedicaron también parte de su obra al Africa misteriosa y desconocida, del mismo modo que lo hicieron Isak Divisen, con Memorias de Africa (Robert Redford y Meryl Streep en el cine) y la bióloga Dian Fossey, asesinada en circunstancias misteriosas en su lucha por la defensa de los gorilas, especie en peligro de extinción.

El novelista español Alberto Vazquez Figueroa ambientó en Africa varias de sus obras, y otro escritor, Javier Reverte, nos acerca la realidad del continente a través de sus libros de viajes.

Habrá quedado aquí reflejado de manera sucinta mi interés por Africa, continente que siempre quise conocer y en el cual emprender un safari, pero no uno de esos safaris de leyenda, plagados de peligros, sino uno mucho más tranquilo y pacífico en el que el letal fusil provisto de balas reforzadas para perforar la piel de los rinocerontes, sea reemplazado por una inofensiva cámara fotográfica.

Sobre todo, un safari de respeto hacia sus habitantes, sean humanos o del reino animal.

*

4 comentarios:

flaco dijo...

A José:No te ofendas, me gustó la nota pero tiene gusto a poco y desabrida. De áfrica continental es muy poco lo que se y lo poco es que siempre fue avasallada desde la época de los fenicios, pasando por Alejandro Magno,los romanos, los italianos,belgas, franceses (Napoleón), españoles, etc.Sobre sus luchas intestinas y por la liberación se los pueblos solamente lo que quieren los monopolios o corporaciones que sepamos . De la Africa insular conozco solamente a José Vélez.Amén

jose trepat dijo...

A Flaco: No me ofendo, sino que agradezco todo comentario, cualquiera sea su tenor.
Leyendo la nota detenidamente, queda en claro -espero- que la misma no es, ni pretendió serlo, un análisis sobre la historia de Africa, sino un intento de contar (o recordarme a mí mismo) el sentimiento de afecto e interés que despertó en mí ese continente, a través de los libros, películas, documentales, noticias periodisticas, etc.,etc., que he leído y visto y que conservo en la memoria, la UNICA FUENTE que utilizo el escribir estas notas, pues no se consulta ningún archivo ni nigún libro de historia; es sólo la memoria que todavía funciona. Y el tema central de la nota es, como se indica, la relación entre Africa y los escritores que han buscado en ella fuente de inspiración. Es eso, ni más ni menos; otra pretensión no estuvo nunca dentro de mis cálculos. Seguramente, si consultara la Enciclopedia Británica, podría transcribir cientos de páginas sobre Africa y todo lo que contiene, pero en un blog personal eso no tiene valor. Cualquier persona puede acceder a toda la información que desee sobre un tema en particular. Ese no es el fin de estas modestas notejas. Abzs.

martagbp dijo...

Cuando ví "Grilas en la niebla" (una de las fotos que ilustran tu nota)me dejó mucha ternura y también amargura. Más modernamente, acabo de ver "La chica del café" que desmenuza la política del G8 para con Africa -tema SIDA incluido- desde el 2000 en adelante. Las cifras estadísticas que cita me amargan aún más. Dos Africas: la conservación de las especies y la conservación de los seres humanos, sobre todo niños y parturientas.

jose trepat dijo...

Gracias Marta. Aclaremos que la mujer de la foto es la auténtica Dian Fossey, y no la Sigourney Weaver de la película Gorilas en la niebla, que dicho sea de paso, la ví y me gustó mucho. Slds.