5 de abril de 2010

Los eternos olvidados




José Trepat


Sentado comodámente en un sillón, con un vaso de cerveza al alcance de la mano y a punto de encencer un cigarrillo –si es que le apetece ese vicio-, el espectador acciona el control remoto de su televisor y se dispone a “vivir” las hazañas que otros han preparado para que él las disfrute.

El documental que acaba de comenzar muestra una panorámica de altas montañas cubiertas de nieves eternas para situar al espectador en el escenario de la acción. Luego, un medio plano en el que un montañista, convenientemente pertrechado para la ocasión, busca con el pie una hendidura sólida que le permita apoyar sus botas con suelas claveteadas.

Una vez conseguido, es el turno del otro pie el que busca apoyo algunos centímetros más arriba, ayudándose con las dos manos que tratan de aferrarse a alguna saliente en la roca que está bajo la capa de nieve. Y así sucesivamente va escalando ese inhóspito pico montañoso hasta llegar a la cima.

Un primer plano de su rostro protegido por gafas de sol y el grueso gorro que le cubre la cabeza, permite conocer sus facciones, con las expresiones y rictus que transmiten al espectador el tremendo esfuerzo que está realizando. Esa es la imagen que decenas de miles de personas verán en sus televisores y también en periódicos y revistas.

Otro escenario

Estamos ahora en un caudaloso rio en medio de una selva que puede ser el Amazonas o algún país asiático, por mencionar solo dos de los lugares posibles.

El explorador debe cruzar el rio infestado de cocodrilos, alguna anaconda o alimañas diversas. No tiene para hacerlo otro medio que no sean sus piernas, y allá va! Entra al agua color marrón que a poco le llega a la cintura y después al cuello. Por suerte todavía puede hacer pié en ese lugar poco profundo.

Avanza con enormes dificultades con los brazos levantado sobre su cabeza sosteniendo en sus manos un revolver y un cuchillo de hoja larga, para defenderse de un posible ataque. El espectador puede ver en su rostro que es un momento difícil; su expresión es de temor o ansiedad, pero si todo va bien, esas imágines le permitirán en el futuro revivir su hazaña y lucirse ante parientes o amigos.

El tercero en discordia

Tanto el escalador de montaña como el explorador de la selva han logrado su objetivo: ser los protagonistas de ese documental que quedará grabado para la posteridad. Y todo en base a las imágenes que reflejan con todo detalle y minuciosidad los difíciles momentos vividos.

Pero, ¿quién lo ha hecho posible? Por supuesto, el camarógrafo que corrió los mismos riesgos y además de preocuparse de su seguridad personal, debió filmarlos a ellos, con todo lo que eso implica para el que resultado final fuese aceptable. Enfoque, encuadre, zoom de acercamiento y todo lo que trae aparejado un buen trabajo de filmación.

Siempre que veo estos documentales, cuando el protagonista se queja de lo difícil y penoso que es hacer ésto u lo otro, pienso que lo hace frente a una cámara que está siendo operada por un profesional que está corriendo los mismos riesgos y cuyo trabajo no es reconocido como se debiera. La identidad de los camarógrafos, en muchos casos, solo es conocida cuando pagan con su vida la perfección que buscan al realizar su tarea.

En lo personal puedo evocar un caso del que tuve conocimiento directo pues el protagonista real frecuentaba la agencia de noticias Reuter, la que utilizaba a veces como base de operaciones en su trabajo de camarógrafo para la televisión sueca.

Leonardo Henrichsen, nacido en Argentina de ascendencia irlandesa, tenía 33 años cuando su profesión lo llevó a Santiago de Chile al producirse una sublevación militar contra el gobierno de Salvador Allende. Allí filmó su propia muerte.

El 29 de junio de 1973, un despacho conmocionó a quienes estábamos en la central de la agencia en Buenos Aires. Luego nos enteramos de los pormenores.

Henrichsen estaba cubriendo el alzamiento militar y en la mañana de ese 29 de junio, mientras desayunaba, se enteró de que muy cerca había una patrulla militar en acción. Su instinto lo condujo hacia ese lugar y se colocó la cámara al hombro para comenzar su trabajo.

Enfocó a un vehículo militar desde el que sus ocupantes disparaban en varias direcciones. A través de la lente vio que uno de ellos le apuntaba con su fusil. En lugar de apartarse o buscar protegerse, avanzó hacia el soldado enfocándolo directamente, mientras gritaba “Prensa, prensa! Soy periodista!”.

La última imagen que registró su cámara fue la bala que salió del cañón del fusil y que le perforó el cuello.

Por eso, delante de la cámara puede estar la fama, la gloria o el escarnio. Detrás, casi siempre, el anonimato.


Leonardo Henrichshen es quien está al comienzo de esta nota.

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