30 de diciembre de 2010

Dos personajes, dos ex colegas

José Trepat

Treinta años en la vida de una persona pueden albergar muchas vivencias, muchas anécdotas y muchos recuerdos. Y si ese segmento de tres décadas se ha desarrollado en el mundo del periodismo, es posible que todos esos momentos especiales se multipliquen por la índole misma de la profesión.

Es simple: la vida del periodista se enriquece no solo porque para ejercer este trabajo se requiere una preparación que tiene que ver con cierto nivel de cultura general, sino también porque inevitablemente ha de tener contacto con personalidades destacadas en alguna rama del saber, de la política o de las artes, etc.

Con el paso de los años, cuando llega el tiempo del reposo, comienzan a desfilar por la memoria hechos que estaban olvidados pero que continúan latentes a poco que algo los despierte. Tendemos a borrar de la mente los aspectos desagradables que nada nos aportan, y rescatamos en cambio los recuerdos placenteros que aún quieren acompañarnos.

Gracias al hábito, por no llamarlo vicio, de sumergirnos en Internet en nuestros momentos de ocio, nos encontramos con nombres, rostros y datos que enlazan la información actual con recuerdos del pasado.

Este tipo de notas como la que nos ocupa hoy pueden ser leídas por cualquiera que entre en el blog, pero se trata más bien de algo parecido a un diario personal que voy pergeñando sin pauta alguna; dispongo de tiempo, me apetece hacerlo y cuento con las herramientas apropiadas: el teclado y la memoria.

Y a través de estos elementos ingresan al blog dos personajes con los que mantuve una relación personal en un breve período de nuestras vidas laborales. Se trata de un prestigioso y reconocido escritor y periodista del New York Times, y un conde polaco, también periodista y escritor. Ellos son Alan Riding y Andrew Tarnowski.

Alan Riding

Compartí con Alan Riding sus inicios en el periodismo en la redacción de la Agencia Reuter allá por la década del 60. No me imaginaba entonces hasta dónde sería capaz de llegar ese muchacho simpático, bromista, buen compañero y, sin duda, embrión de gran periodista.



Obviamente, hace tiempo que conozco la trayectoria profesional de Alan Riding, que iré desmenuzando para que se conozca mejor al personaje, pero hace un par de días investigué más a fondo su notable carrera y decidí invitarlo –sin que él lo sepa- a compartir este espacio para sumarlo a la lista de recuerdos agradables de épocas lejanas.

Para que se sepa de quien estamos hablando, digamos que actualmente Alan Riding es desde hace ya tiempo el responsable de la sección cultural del poderoso New York Times, después de haber sido Corresponsal Jefe del diario en México, Brasil, España, Francia, Alemania y algún otro país que no recuerdo. Tiene escritos además por lo menos cinco libros.





Pero el comienzo de todo este carrerón tuvo lugar en las oficinas de la agencia internacional de noticias Reuter, enviado como corresponsal por la central de Londres, y en la que yo trabajaba desde enero de 1964, aunque no como periodista sino como teletipista, tarea que se limitaba a transcribir y transmitir los despachos que redactaban los periodistas en las máquinas de escribir clásicas que todavía utilizaban las hojas de papel.

Estaba muy lejano aún el tiempo de los ordenadores (computadoras) y las conexiones inalámbricas como la actual Internet.

La relación era muy fluida y pasábamos el tiempo de la mejor manera posible, con bromas y charlas sobre fútbol y lo que fuera. Como coincidíamos en el turno de noche muchas veces armamos escenas de pugilato ficticio rememorando algunos combates boxísticos de la época.

Alan había nacido en Brasil de padres británicos, así que además del castellano y el inglés dominaba perfectamente el portugués. En la actualidad el francés es otro de los idiomas que también habla y escribe fluidamente, como no podía ser de otro modo ya que reside en París desde hace varios años junto a su esposa Marlise Simmons, también periodista y con quién compartía su vida cuando nos conocimos en los 60.

Es curioso como algunos pequeños gestos o tics quedan grabados en la memoria. Alan no escribía con los diez dedos sino sólo con los dos índices, sobre los que superponía los dedos medios. Detalles intrascendentes que me vienen a la mente.

Después de Reuter, Riding estuvo varios años en México trabajando primero para el Financial Times y The Economist, antes de comenzar una carrera de 30 años como corresponsal del New York Times en distintas capitales. Su asignación en el país latinoamericano lo convirtió en un experto en historia y política mexicana, lo cual aprovechó para escribir en 1985 su primer libro Distant Neighbours (Vecinos distantes) que por supuesto leí y conservo en mi biblioteca. Quince años después de este libro, escribió la continuación (¿Cambiará México ahora?).

"Sera un libro clásico sobre México durante mucho tiempo", dijo el escritor mexicano Carlos Fuentes y, en efecto, Vecinos distantes ha sido tanto un fenómeno editorial como un bestseller político (solo en México se han vendido más de 250 mil ejemplares).

En 1994 decidió abandonar el periodismo de noticias de actualidad para ingresar de lleno al mundo de los artículos más elaborados, que tienen que ver con la pintura, la ópera y las artes en general. El New York Times lo envió hace seis años a París como corresponsal a cargo de todo lo relacionado con la cultura en Europa. Esto le dio material para otros libros de cuya existencia acabo de enterarme en el curso de esta pequeña investigación .





Además de los que dedicó a la Opera y a William Shakespare, mi ex colega abordó en otro como era la vida de los artistas e intelectuales en París durante la ocupación alemana. Así, relata que Maurice Chevalier y Edith Piaf cantaron para los nazis, y Pablo Picasso continuó pintando en su estudio de la orilla izquierda del Sena.
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Debe ser muy interesante. Vamos a intentar conseguirlo.

La imagen actual de Alan Riding, atildado y elegante, poco tiene que ver con la que conservo en la memoria: la de un joven periodista de mi edad, informal en el vestir y extrovertido y amigable en su manera de ser. No hay razones para dudar que no conserve las dos últimas cualidades.

El conde

Nada lo hacía suponer y jamás lo escuché de sus labios, sino que me enteré por algún comentario al pasar: Andrew Tarnowski, otro de los corresponsales de Reuter que había recalado en Buenos Aires, pertenecía a una rancia y aristocrática familia de Polonia, aunque eso de ninguna manera lo hacía diferente de los demás colegas.



Pero era un hecho sin duda singular. Uno de nuestros colegas, uno más entre el grupo de periodistas, era un conde polaco!. Alto y delgado, lucía cabello largo y liso que se echaba continuamente hacia atrás mientras de desplazaba a grandes zancadas. Algo reservado, parecía estar siempre nervioso.
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Allí comenzaba también su carrera de 30 años como corresponsal de Reuter en distintos países. Poco a poco íbamos sabiendo más detalles de su vida familiar. Ahora vengo a enterarme de que tiene escrito un libro (La última mazurca) en el que relata la apasionante historia de la familia Tarnowski en una etapa especialmente difícil para la Europa de las dos grandes guerras. Está haciendo también trabajos de investigación para otros dos libros.
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En la época de Tarnowski yo había ascendido a traductor/redactor, así que pasaba al castellano lo que él y los otros corresponsales escribían siempre en inglés. Como coparticipe del trabajo de todos ellos fui adquiriendo las nociones de periodismo que pude aplicar más adelante.
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La increíble y apasionante red de redes (Internet) me ha permitido "reencontrarme" con ellos aunque sólo a través de estos recuerdos.
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