12 de febrero de 2011

¿Justicia terrenal o divina?



José Trepat

Los egipcios están felices. Se han librado del dictador Hosni Mubarak, tirano y corrupto. Estan tan felices que tal vez no les preocupa que Mubarak, a partir de ahora, se lo pasará mucho mejor que ellos, a menos que caiga sobre él algún castigo de la justicia terrenal, no de la divina, que eso es harina de otro costal.

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Todo hace suponer que la vida de los egipcios no cambiará de la noche a la mañana, pues a partir del lunes todos volverán a sus penurias cotidianas, pero eso sí, en un clima de libertad, algo que se ganaron por derecho propio al decidir levantarse masivamente contra el “faraón” que durante 30 años los gobernó a su antojo.

En los últimos días me enteré de la crisis de Egipto a través de los titulares de los diarios y por los telediarios. No leí ningún comentario de los analistas, así que esta reacción es espontánea y superficial. Es, si se quiere, una sensación.

El caso de Mubarak es como el de tantos otros a lo largo de la historia. Dictadores que sometieron a sus gobernados durante décadas y que, de un día para otro, son derrocados y se marchan tranquilamente al exilio a países que los recibirán; de buen grado o con mala cara, pero los recibirán.

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Llegará algún tipo de justicia para ellos? El tiempo lo dirá, pero mientras tanto, parece que Hosni -no gracias a su salario como presidente- ha logrado hacerse con una residencia en Inglaterra, y vaya uno a saber cuántas cosas más. ¿Cómo obtuvo esos bienes? Alguien le pedirá cuentas?

Claro, el levantamiento del pueblo egipcio fue espontáneo, sin líderes ni cuadros organizativos, es decir que todos decidieron agruparse en espacios públicos para exigir la dimisión del dictador.

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Pero toda esa espontaneidad desbordada no les permitió pensar que hubiera sido interesante que en lugar de concentrarse todos en las plazas públicas, algunos grupos pudieron haber copado los aeropuertos y vías de salida del país. ¿Para qué? Simplemente para que estos tiranos corruptos no escapen y se den la gran vida en otra parte del mundo con el dinero mal habido.

Otros no tuvieron esa suerte. Al rumano Nicolae Ceausescu y su esposa las cosas no les fueron tan bien, aunque bien es cierto que el ejército se puso contra ellos, y ya sabemos como fue el final: capturados, juicio sumarísimo y fusilamiento. Algún tipo de justicia se les vino encima. Criticable o no el expeditivo método, el corrupto matrimonio pagó de alguna manera todos sus crímenes.

También los pagó el nicaraguense Anastasio Somoza cuando, exiliado en Paraguay, fue asesinado por un grupo guerrillero argentino. Algo parecido ocurrió con el dictador de República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo Las balas impidieron que legiones de abogados muy caros hubieran podido defender sus respectivas inocencias en algún eventual tribunal de justicia.

Otros dictadores murieron de muerte natural, pero todos habían sido recibidos por gobiernos democráticos, y para algunos el exilio fue de esos que podemos llamar “dorados” , gastándose las inmensas riquezas obtenidas a costa de la miseria de sus pueblos.

¿Por qué los países que se consideran paradigmas de la democracia y la justicia reciben a quienes se sabe positivamente que han sido dictadores corruptos y en algunos casos genocidas?. “La política es el arte de lo posible”, se dice, lo cual le permite escindirse de los principios morales.


O también: "En política no hay amistades; hay intereses".


Quizás sea más simple: “Hoy te ha tocado a ti, mañana puede tocarme a mí”.

Si Hosni Mubarak logra afincarse finalmente en el señorial barrio londinense de Knightbridge, cerca del Palacio de Buckingham, podrá arrellanarse en un mullido sillón y ver por televisión la felicidad de los egipcios por haberse librado de él. ¿Estará muy preocupado? Quizás hasta tenga tiempo para escribir sus memorias y afirmar que “la historia me juzgará”.

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No sé que pasará con la Historia, pero con la justicia terrenal le ha ido bastante bien, hasta ahora.

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1 comentario:

flaco dijo...

A José:La historia es una sola, solamente que está escrita por diversas personas y de acuerdo a ellas es el ángulo y el color del cristal con que se mire. El tiempo es lo único que no podemos ni adelantar ni atrasar, pero a la larga nos va marcando la verdad.
A veces esa verdad no nos llega en el momento en que desearamos, y a veces llega cuando no estamos más en la tierra. Lo que si es cierto es que la verdad llega, pero tomándose su tiempo de reflexión y de análisis. Lo que pasa es que cuando llega, muchas veces hay miles de lágrimas que surcaron las mejillas y que no tuvieron respuesta.Tampoco hay que olvidar que esas lágimas son también generadoras de la verdad y de la historia.Amén