José Trepat
Ese conocido refrán del título es perfecto para sintetizar el contenido de esta entrada dedicada a una serie de TV que acabo de ver y que, en mi modesta opinión, es un ejemplo de cómo una historia puede contarse en apenas seis capítulos, algo no muy frecuente en ese negocio que pretende ganar dinero -y lo consigue- atornillando al espectador frente a la pantalla durante cinco, seis o siete temporadas después de lanzamientos exitosos en los que los productores detectaron con satisfacción el favor del público.
Toda regla tiene su excepción; nada que objetar al estiramiento de, por ejemplo, House of Cards, Juego de Tronos y alguna otra propuesta de alta calidad.
Dicho esto, vamos al tema. Lo breve, si breve dos veces bueno, se aplica a El infiltrado, basada en la novela de John le Carré The Night Manager, con Hugh Laurie (el famoso Dr. House) en el papel de un perverso y siniestro traficante de armas. Le Carré dio autorización a los guionistas para que adaptaran la novela a otra época y otros escenarios. Teniendo en cuenta que el libro fue escrito en 1993, tal vez se pensó que sería mejor una actualización. Sea como sea, el resultado ha sido altamente satisfactorio. En seis capítulos la historia cierra perfectamente y el espectador agradecido.
Como contrapartida, tenemos dos series kilométricas que han caído en picada: The Good Wife y Scandal, que tratan de sobrevivir en su séptima y quinta temporada respectivamente. El problema no está en los intérpretes sino en los guiones que van perdiendo fuerza e imaginación a medida que avanzan hacia su final inexorable.
The Good Wife tuvo un muy buen comienzo con el siempre atractivo tema de los conflictos humanos y profesionales, esta vez en el ámbito de la Justicia. Los enfrentamientos entre fiscales y abogados en el marco de historias personales verdaderamente interesantes iban resolviéndose en las primeras temporadas con buenas actuaciones apoyadas en guiones inteligentes.
Pero en los últimos capítulos de la séptima temporada (creo que es la última) los casos judiciales que se ventilan en los estrados carecen de interés. Da la impresión de que los productores quieren mantener la atención de los espectadores lanzando a la protagonista, la veterana Juliana Magulies, a desenfrenados desbordes sexuales. Nada que objetar pero exhibir un vientre surcado de estrías ciertamente no la ha favorecido. Veremos como se cierra la historia en los capítulos finales.
Scandal no llegó a cautivarme ni siquiera en el comienzo, aunque quedó abierto el crédito para ver como evolucionaba. Ahora, en la quinta temporada, hay una caída libre hacia el absurdo y la falta total de credibilidad. Los actores y actrices están bien, aunque lo siento, pero no aguanto el protuberante morro de Kerry Washington con gesticulaciones excesivas y exageradas en sus histéricos parlamentos. Satura también su predilección por el vino, que bebe en inmensas copas de cristal en las que casi puede caber su cabeza. Todo muy snob, igual que la galería de vestidos que cambia constantemente como si fuera la reina de algún país que tolerara sus excesos.
En Scandal hay un presidente de Estados Unidos al que da vida el actor Tony Goldwyn. No lo hace mal, pero el guión lo "fusila" pues prácticamente no se lo ve ejerciendo como tal sino que utiliza el Salón Oval de la Casa Blanca para ventilar sus problemas conyugales y escarceos sexuales con la Olivia Pope que interpreta Kerry Washington. Separado de su esposa, que sin preparación alguna aspira a la presidencia, y distanciado ahora también de Olivia, el inefable Fitzgerald Grant arremete contra una periodista sin prejuicios ni discreción hasta el punto de ser sorprendidos ambos en la cama por su portavoz de prensa cuando ésta entra en el dormitorio presidencial como Perico por su casa. ¡Ni siquiera habían cerrado la puerta!; totalmente inverosímil y ridículo. Eso sí, los amantes observaban cierto pudor pues estaban en plena faena con las prendas íntimas perfectamente ajustadas a sus cuerpos.
Esta también el jefe de Seguridad Nacional ¡nada menos! que se lo pasa morreándose con la morruda Olivia sin que nadie pueda entender como semejante palurdo puede haber llegado a desempeñar cargo tan importante. En esta serie todo es posible y el espectador debe asumir que además de sus devaneos sentimentales, el presidente Grant en algún momento se reune con sus asesores y su gabinete para afrontar algún problema de Estado. Nada de eso se ve aquí; la comparación con House of Cards es ineludible. En síntesis, Scandal es un desfile de modas y una cata de vinos, en medio de riñas conyugales, infidelidades, reconciliaciones, traiciones y todo lo que uno quiera, menos una trama que pueda ser creíble.
*
No hay comentarios:
Publicar un comentario