7 de octubre de 2016

Teruel y Albarracín (3)

Nos vamos

Todo lo que empieza termina, y así también esta breve excursión de tres días, que incluyó dos medias jornadas para los viajes de ida y vuelta. El plan era partir de Teruel a las nueve, cubrir 146 kilómetros por carretera hasta Alcañiz, una breve visita a esa población, almorzar a las tres de la tarde y luego directo a nuestro punto de partida. El autocar iría dejando a los viajeros en varias localidades a lo largo de la costa del Mediterráneo. 

Atrás quedaba Teruel, su historia, sus más que interesantes monumentos mudéjares y sus amantes
Foto tomada desde el autocar en marcha
El viaje hasta Alcañiz, un municipio del Bajo Aragón de poco más de 16.000 habitantes, se hizo en dos horas. El paisaje resultó un tanto monótono, por un terreno chato y árido. Daba la sensación de que estábamos en una tierra pobre, cubierta por vegetación amarillenta y campos pelados poco aptos para la explotación agrícola. Sólo se veían algunas viñas, almendros y olivares. Un rebaño de ovejas fue el único exponente del reino animal durante el trayecto. 

La casa de paredes amarillas es una excepción; fue la única de la zona rural que vimos en buen estado. La foto pequeña muestra una vivienda abandonada pero en buen estado, a diferencia del resto, sin techo y paredes derrumbadas
Lo que sí me llamó la atención fue el triste espectáculo de decenas de casas derruídas y abandonadas, muchas sin techo y casi sin paredes. Era como si en el pasado las condiciones tal vez eran otras ya sea por motivos climáticos o vaivenes de las políticas económicas. La realidad es que quienes habitaban esas casas las dejaron en un estado de abandono total y emprendieron nuevos caminos. De tanto en tanto alguna población  rompía la monotonía del paisaje. Poco había que explicar y la guía lo entendió así permitiendo que cada viajero empleara el tiempo como le apeteciera, ya sea en dormir, leer o en reflexiones filosóficas .

No todo era plano; también algunas formaciones rocosas



Aunque en verdad, conociendo ya las peculiaridades de algunos compañeros de aventura, las reflexiones filosóficas quizás fueron sustituidas por algo más tangible: la pata de jamón que la empresa había prometido obsequiar a cada uno de los pasajeros. En cada excursión se regala algo pero esto parecía más apetecible que la diminuta medallita que nos dieron cuando fuimos a Lourdes.

Las 51 patas de jamón se cargarían en el autocar durante la visita a un saladero y procesamiento de embutidos que íbamos a realizar antes del almuerzo en el restaurante de un hotel de Alcañiz. 



Las visitas a establecimientos de elaboración y venta de productos regionales es parte también de la rutina de estos viajes. Los visitantes asisten a una demostración de como se elabora lo que luego se ofrece en el apartado de venta al público. Son pocos los que se resisten a irse con alguna delicia autóctona; está sobreentendido que la empresa turística se queda con un porcentaje de las ventas, pero nadie está obligado a comprar nada. 


Asistimos a la charla sobre el proceso de elaboración del jamón, visitamos las cámaras frigoríficas y luego, en fila bien ordenada, canjeamos los embutidos, olivas, conservas, mermeladas, anchoas, etc.,  por euros que dejamos en la caja registradora. El círculo se había cerrado una vez más: visita didáctica, compra y regalito que nos sería entregado al llegar a nuestro destino.  


Es sintomático. No hay población en España, sea grande o pequeña, en la que no se divise un campanario, siempre en la parte más elevada. Por supuesto Alcañiz no fue la excepción, pero en este caso la guía recomendó especialmente la visita a la catedral, tal vez el único edificio importante de la ciudad. Sería la última visita turística antes de emprender el regreso. La guía señaló con el dedo hacia arriba e invitó a los turistas a trepar 90 escalones hasta la entrada del templo. Como no habría nada más que ver, allí fuimos con las escasas energías que nos quedaban.  




La mayor parte de esta obra data del siglo XIII






Pareja de novios en un calesín de época


Ya de regreso hacia el autocar nos sorprendió este cartel colgado de un balcón y suspendido en el tiempo. Todo hace suponer que es un reclamo publicitario de los hermanos Navarro para llamar la atención, pero queda la duda..

Esto se ha hecho muy largo, así que despidámonos amistosamente igual que al autocar que nos dejó cerca de casa y con dos jamones, que mientras duren nos recordarán este paseíto.


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1 comentario:

Pampa sin eco dijo...

Qué lindo viaje. Gracias por tus crónicas !

Abz