...o palomitas, o pochoclos, o como se los quiera llamar. Pero ese “odio” tiene su matiz, porque en realidad no tengo nada contra esos granos de maíz pisingallo que al ser calentados de la forma adecuada estallan en rosetas blancas que multiplican varias veces su volumen y pueden comerse en cantidades industriales sin que sacien el apetito.
Para comer en casa y hacer el deleite de niños y grandes mientras miran televisión me parece perfecto, pero cuando en un cine se ve a los espectadores ingresar a la sala llevando consigo esas enormes bolsas de papel rebosantes de palomitas, eso no lo soporto.
Tan rebosantes están las bolsas que en el camino hacia la butaca van esparciendo en el suelo cientos de pop-corns como si fueran Hansel y Gretel dejando caer migas de pan para no perderse en el bosque. La diferencia con el cuento está en que aquí no están los pájaros que se comen las migas, sino que éstas, en forma de palomitas, quedan en la moqueta pisoteadas inevitablemente por quienes vienen detrás.
Hay parejas que suelen llevar sendos cubos, como si uno solo no fuese suficiente para ambos. Resultado: al final de la película se han zampado apenas la mitad de sus respectivas bolsas y el resto queda en los asientos o desparramados en el suelo para alegría de los siguientes espectadores, pues el personal de limpieza no da abasto entre una sección y otra.
El tiempo apenas les alcanza para retirar las bolsas semi llenas y los vasos –también gigantes- de gaseosas que acompañan la ingesta de pochochos.
Los artículos de consumo tanto sólidos como líquidos han sido adquiridos en el vestíbulo, a precios exorbitantes, lo cual no deja de ser una ventaja porque, si fuesen baratos, creo que todo el mundo entraría en la sala con sus palomitas y sus Coca-Cola; sería un gran picnic a oscuras.
Que diferente era hace algunos años cuando se iba al cine a ver la película y no a inflarse con esta moda de los pop-corn de neta influencia hollywoodense. La variante española podría ser ingresar con un bocadillo de jamón serrano y una botella de vino, pero eso ya sería demasiado, aunque el aroma sería más agradable que el nauseabundo olor dulzón que desprenden los pochoclos acaramelados.
Los administradores de las salas prohiben entrar con comida QUE NO HAYA SIDO ADQUIRIDA ALLI, con lo cual a nadie escapa el gran negocio que significa llenar generosamente las bolsas, cobrando muchos euros por algo cuyo costo es de unos miserables céntimos. Pero muchos les siguen el juego, cual masa aborregada.
Es sencillo deducir que a muchos espectadores les gusta la fórmula palomitas-Coca-Cola, y por eso aceptan sumar al precio de la localidad una cantidad similar para poder deglutir los exquisitos granos de maíz regados con la infaltable gaseosa.
¿Por qué tanto problema por esto? Hay cosas peores. Es cierto.
Para comer en casa y hacer el deleite de niños y grandes mientras miran televisión me parece perfecto, pero cuando en un cine se ve a los espectadores ingresar a la sala llevando consigo esas enormes bolsas de papel rebosantes de palomitas, eso no lo soporto.
Tan rebosantes están las bolsas que en el camino hacia la butaca van esparciendo en el suelo cientos de pop-corns como si fueran Hansel y Gretel dejando caer migas de pan para no perderse en el bosque. La diferencia con el cuento está en que aquí no están los pájaros que se comen las migas, sino que éstas, en forma de palomitas, quedan en la moqueta pisoteadas inevitablemente por quienes vienen detrás.
Hay parejas que suelen llevar sendos cubos, como si uno solo no fuese suficiente para ambos. Resultado: al final de la película se han zampado apenas la mitad de sus respectivas bolsas y el resto queda en los asientos o desparramados en el suelo para alegría de los siguientes espectadores, pues el personal de limpieza no da abasto entre una sección y otra.
El tiempo apenas les alcanza para retirar las bolsas semi llenas y los vasos –también gigantes- de gaseosas que acompañan la ingesta de pochochos.
Los artículos de consumo tanto sólidos como líquidos han sido adquiridos en el vestíbulo, a precios exorbitantes, lo cual no deja de ser una ventaja porque, si fuesen baratos, creo que todo el mundo entraría en la sala con sus palomitas y sus Coca-Cola; sería un gran picnic a oscuras.
Que diferente era hace algunos años cuando se iba al cine a ver la película y no a inflarse con esta moda de los pop-corn de neta influencia hollywoodense. La variante española podría ser ingresar con un bocadillo de jamón serrano y una botella de vino, pero eso ya sería demasiado, aunque el aroma sería más agradable que el nauseabundo olor dulzón que desprenden los pochoclos acaramelados.
Los administradores de las salas prohiben entrar con comida QUE NO HAYA SIDO ADQUIRIDA ALLI, con lo cual a nadie escapa el gran negocio que significa llenar generosamente las bolsas, cobrando muchos euros por algo cuyo costo es de unos miserables céntimos. Pero muchos les siguen el juego, cual masa aborregada.
Es sencillo deducir que a muchos espectadores les gusta la fórmula palomitas-Coca-Cola, y por eso aceptan sumar al precio de la localidad una cantidad similar para poder deglutir los exquisitos granos de maíz regados con la infaltable gaseosa.
¿Por qué tanto problema por esto? Hay cosas peores. Es cierto.
J.T.
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3 comentarios:
A José: estoy en un 100 x 100 de acuerdo con vos. No hay olor más asqueroso que el del pochoclo que venden en los cines, ya que el mismo se siente desde la entrada ó a medida que te vas acercando a la sala. No es lo mismo que el que huelo en San Bernardo ¡(playa en Pcia. de Bs.As.) cuando paseo por la peatonal que ademàs de hacerlo en forma artesanal, tienen manzanas, quinotos ó ciruelas acarameladas. Es repugnante para mi entrar a una sala y ya sentir el olor y la MASTICACION del pochoclo, pero creo que no hay forma legal de quejarse (y pensar que antes existía el caramelero). Sé que los baños de las canchas ó de las estaciones de tren ó de algunos bares tienen olores insoportables, pero se tambièn que la permanencia en los mismos es fugaz, cosa que no ocurre en el cine que te lo tenès que aguantar el olor durante toda la pelicula . Coincido totalmente con vos y me pareció una nota de protesta que aunque parezca banal no es asì.Amèn
Me reconforta sobremanera encontrar a alguien que coincida conmigo en este tema. Pensaba que eran manías mías, pero ahora creo que podemos ser legión. Abajo el nauseabundo pochoclo!! Vivan las aromáticas pastillas de menta!!
Sierto
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