José Trepat
PrólogoLos periodistas conocen la premisa de que lo importante es la noticia, la información pura, y que, salvo en alguna ocasión muy especial, las dificultades que deben superarse para que esa información llegue a los lectores, pasan a un segundo plano y ni siquiera deben mencionarse en el artículo propiamente dicho.
Las excepciones son los reportajes especiales en los que el periodista escribe en primera persona.
Así funcionan las agencias internacionales de noticias como Associated Press, Reuters, France Press, EFE y otras. Son normas convencionales que se respetan desde que el barón Julius Reuter fundó a mediados del siglo 19 la agencia más antigua del mundo, que lleva su nombre.
Los periodistas de agencias no suelen y no deben contar los avatares que ocurren detrás de la noticia mientras desarrollan su labor profesional, pero actualmente, con el advenimiento de los blogs personales se abre la posibilidad de compartir algunas experiencias de la profesión.
De modo que en la medida de lo posible iremos hurgando en los archivos de la memoria para referir alguna situación -interesante, o no tanto, pero siempre real- que escape a la rutina de la mera producción informativa. Estas notas –esperemos que sea la primera de una serie- van dirigidas a un determinado grupo de seguidores de este blog, pero como puede observarse, está abierta a todos los visitantes de esta página.
No se sigue un orden cronológico. Son recuerdos que van saliendo a la luz.
El destino es Medellín
En 1978 se disputaba en Medellín, Colombia, una nueva edición de los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, y como ocurría siempre con eventos de esta índole, la oficina central de la Agencia Reuter en Buenos Aires, envió a un equipo de periodistas para cubrir el acontecimiento.
El grupo de cuatro estaba integrado por Enrique Aleson y Juan Araya, de la sección Deportes, y Jorge Bañales y yo, de Información General, que por ser General, incluía también a Deportes. Todos habíamos estado ya en diversos sitios en eventos similares y éste iba a ser otra de esas misiones de rutina.
Salir de Buenos Aires en este tipo de asignaciones era algo bien recibido por la mayoría de los elegidos, pues los hoteles eran siempre de primera categoría, todos los gastos pagados y viáticos diarios más que generosos. Los periodistas compensábamos eso trabajando a destajo, sin horarios y muchas veces hasta la madrugada. El trabajo era exigente; el dinero había que ganárselo.
De Medellín no teníamos referencias muy halagüeñas y los hechos confirmaron esos temores.
PrólogoLos periodistas conocen la premisa de que lo importante es la noticia, la información pura, y que, salvo en alguna ocasión muy especial, las dificultades que deben superarse para que esa información llegue a los lectores, pasan a un segundo plano y ni siquiera deben mencionarse en el artículo propiamente dicho.
Las excepciones son los reportajes especiales en los que el periodista escribe en primera persona.
Así funcionan las agencias internacionales de noticias como Associated Press, Reuters, France Press, EFE y otras. Son normas convencionales que se respetan desde que el barón Julius Reuter fundó a mediados del siglo 19 la agencia más antigua del mundo, que lleva su nombre.
Los periodistas de agencias no suelen y no deben contar los avatares que ocurren detrás de la noticia mientras desarrollan su labor profesional, pero actualmente, con el advenimiento de los blogs personales se abre la posibilidad de compartir algunas experiencias de la profesión.
De modo que en la medida de lo posible iremos hurgando en los archivos de la memoria para referir alguna situación -interesante, o no tanto, pero siempre real- que escape a la rutina de la mera producción informativa. Estas notas –esperemos que sea la primera de una serie- van dirigidas a un determinado grupo de seguidores de este blog, pero como puede observarse, está abierta a todos los visitantes de esta página.
No se sigue un orden cronológico. Son recuerdos que van saliendo a la luz.
El destino es Medellín
En 1978 se disputaba en Medellín, Colombia, una nueva edición de los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe, y como ocurría siempre con eventos de esta índole, la oficina central de la Agencia Reuter en Buenos Aires, envió a un equipo de periodistas para cubrir el acontecimiento.
El grupo de cuatro estaba integrado por Enrique Aleson y Juan Araya, de la sección Deportes, y Jorge Bañales y yo, de Información General, que por ser General, incluía también a Deportes. Todos habíamos estado ya en diversos sitios en eventos similares y éste iba a ser otra de esas misiones de rutina.
Salir de Buenos Aires en este tipo de asignaciones era algo bien recibido por la mayoría de los elegidos, pues los hoteles eran siempre de primera categoría, todos los gastos pagados y viáticos diarios más que generosos. Los periodistas compensábamos eso trabajando a destajo, sin horarios y muchas veces hasta la madrugada. El trabajo era exigente; el dinero había que ganárselo.
De Medellín no teníamos referencias muy halagüeñas y los hechos confirmaron esos temores.
Un vuelo cargado de angustia
El vuelo Buenos Aires-Bogotá fue plácido y sin problemas. En la capital de Colombia pasamos la noche en un hotel céntrico para recuperarnos del cansancio del viaje y al día siguiente partimos hacia Medellín en un bimotor. Sabíamos que para aterrizar en esa ciudad los aviones debían atravesar un estrecho desfiladero de montañas que requería mucha pericia de los pilotos, especialmente si había viento. Y ese día había vientos fuertes.
Para qué negar que por momentos el estómago se nos subía hasta la boca, como suele decirse, al ver que los extremos de las alas pasaban muy cerca de las amenazantes rocas pues el viento impedía que el aparato siguiese una línea recta. Finalmente aterrizamos y el aplauso para los pilotos fue la catarsis emocional que es normal en estos casos.
Nos alojamos en el hotel que se nos había asignado, ocupando habitaciones compartidas pues en esa época todos teníamos la misma categoría de redactores. Más adelante, al ir subiendo en el escalafón jerárquico, las habitaciones pasarían a ser individuales. En esa ocasión me tocó compartirla con mi amigo de toda la vida, “Piraña” Alesón.
Una vez instalados y después de almorzar en el restaurante del hotel, decidimos “reconocer” el terreno y nos dirigimos a pie hasta el estadio, distante unos 2.000 metros, donde estaba instalada ya nuestra oficina central de operaciones. El conserje del hotel nos aconsejó que regresáramos al hotel no mucho mas tarde de la puesta del sol.
“¿Por qué?” preguntamos.
“Ya sabe.. Todavía quedan muchos en la calle”, nos respondió.
“Muchos qué?”, insistimos.
“Mucha gente peligrosa”, agregó sin dar detalles.
“Quítense todo lo de valor”
Su consejo de volver al hotel poco después de la puesta del sol iba a ser imposible de cumplir ya que nuestro trabajo finalizaba alrededor de medianoche, cuando las calles quedaban desiertas y la oscuridad era total. Conseguir un taxi era algo fortuito, así que deberíamos regresar a pie los 10 o 12 días que duraban los Juegos.
Con una ligera aprensión pero no excesivamente preocupados llegamos al escenario principal del evento, retiramos nuestras acreditaciones y luego visitamos la que iba a ser nuestra oficina, ubicada justo debajo de una de las tribunas del pequeño estadio.
Emprendimos el regreso al hotel un tanto avanzada la noche, por lo que decidimos detenernos a cenar en un establecimiento de comidas casi desierto. Al pasar por la caja para pagar la consumición, el cajero fijó la mirada en mi reloj pulsera y murmuró de manera apenas audible sin levantar la vista: “Antes de salir quítense el reloj y oculten todo objeto de valor. No miren a nadie. Háganlo en forma natural, no todos al mismo tiempo”.
Por supuesto que le hicimos caso y por qué no decirlo, empezamos a sentir una sensación de inquietud que desapareció recién cuando llegamos al hotel, caminando deprisa. Comentamos el hecho con el recepcionista del turno noche y éste nos aconsejó dejar en la caja de seguridad todos los objetos de valor.
A la mañana siguiente comentamos con humor lo sucedido la noche anterior, pero los objetos de valor –relojes, cadenitas de oro, anillos y poco más, quedaron en el hotel bajo llave. Acto seguido concertamos una entrevista con la máxima autoridad de Medellín en cuestiones de seguridad, para escribir un artículo sobre las medidas de seguridad que iban a ponerse en vigor durante la realización de los Juegos.
El funcionario, un político, nos aseguró que no debíamos preocuparnos por nada, que todo estaba controlado. Confirmó que en los días previos se habían efectuado redadas de pequeños delincuentes conocidos, malvivientes, mendigos y prostitutas, retirando de la circulación a unas 5.000 personas, y que por lo tanto la seguridad estaba garantizada.
Más tranquilos, comenzamos a trabajar en lo nuestro, lo estrictamente deportivo, que nos absorbería toda la jornada, desde las nueve de la mañana hasta la medianoche. Antes de instalarnos en nuestra base de operaciones en el estadio efectuamos una visita turística “obligada”: el lugar en el que en el año 1935 se produjo el accidente de aviación en el que murió el más famoso artista argentino de la época, Carlos Gardel.
“Den gracias a Dios por no haberse despertado”
Después de un par de días de trabajo sin problemas, ocurrió el incidente, como extraído de una película de suspenso.
Alesón y yo, en la misma habitación, nos acostamos sin cenar después de un día agotador. Los pantalones quedaron en el suelo o en una silla, a pocos centímetros de las camas; el orden no era nuestro fuerte, así que cada cual dejaba todo dónde le daba la gana.
A la mañana siguiente me levanto y comienzo a vestirme. Al ponerme los pantalones meto las manos en los bolsillos y compruebo que me faltaban más de 200 dólares; estaba seguro de que los tenía. Despierto a mi colega “Piraña” y le pregunto si me los había sacado. Me dice que no con el malhumor propio de quienes son despertados en un mal momento.
“Me faltan 200 dólares o más. Estoy seguro que los tenía en el bolsillo”, le dije de mal modo. Ya despierto del todo, Alesón me dijo que debía estar confundido y que pensara dónde los había dejado. “Un carajo! Los tenía en el bolsillo y ahora no están. Fijate si los tenés vos”.
Mi colega estaba vistiéndose a su vez y de pronto, muy alterado, exclamó: “A mí también me falta toda la guita. Tenía casi 200”. Nos miramos con cara de asombro. Vimos que la puerta estaba cerrada tal como la habíamos dejado, y no entendíamos nada.
Evidentemente nos habían robado, pero cómo? Quién?. Bajamos rapidamente a recepción y allí, bastante alterados, contamos lo que había sucedido. El recepcionista nos escuchó impasible y cuando hicimos una pausa, preguntó simplemente: ¿Corrieron el pestillo de seguridad de la puerta de la habitación?. "No, no lo hacemos nunca".
“Pues háganlo siempre”.
“Pero, ¿entró alguien? ¿Cómo puede ser que no nos hayamos despertado?
“Den gracias a Dios por no haberse despertado, porque ahora no me estarían contando esto”, dijo el empleado con total tranquilidad.
“Tienen una gran habilidad para abrir las puertas que no están cerradas por dentro y generalmente van armados de cuchillos. Hacen lo suyo y se van después de registrar bolsillos y las mesitas de luz junto a las camas. Si ustedes se hubiesen despertado podrían haberlos matado. Van drogados, son muy peligrosos”, fue la explicación del recepcionista como si lo ocurrido hubiese sido algo normal.
A nuestra pregunta sobre como pueden tener acceso al interior del edificio, dijo simplemente que una sola persona no puede estar pendiente de todo a lo largo de la noche.
Nos aconsejó denunciar el hecho a la policía, pero advirtió que eso nos ocasionaría mucho engorro. No podíamos perder tiempo, teníamos que seguir trabajando. La impasibilidad del empleado fue como una espina atravesada en la garganta, y nos dejó una tremenda sensación de impotencia. ¿Así que era normal que durante la noche entraran ladrones armados con cuchillos? Que no convenía denunciar el hecho porque era una pérdida de tiempo? Todo muy extraño…
Pero algo aprendimos: a cerrar la puerta de la habitación con el pestillo de seguridad.
Al regresar a Buenos Aires, contamos lo sucedido y los directivos ingleses de la agencia no dudaron un segundo y nos reintegraron el dinero perdido.
El periodismo es a veces una misión de riesgo. Esta vez nos tocó a nosotros.
*
5 comentarios:
Muy buen articulo!!!!
A ver si es verdad y hay mas, las esperemos con muchas ganas!!!!
Yo me hubiera ido a mi casita corriendo si me hubiese tocado vivir eso!!!!
A ver... una pista sobre quien envía este comentario ?? salvo que quiera permanecer en el anonimato total.
Muy bien, ahora el blog se pone interesante (jeje).
Gracias por hacerme caso.
Cuando quieras, te doy mas clases de temas para redacción de blogs
A ver cuando viene el próximo relato
Sí, despúes voy a editar un libro, jaja. Atiendo con mucho interés a todas las sugerencias y esta especie de feedback es el combustible que necesita el blog para crecer. Gracias a GT por su comentario.
Muy interesante! Está bueno que queden escritas las anécdotas!
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