16 de septiembre de 2008

DETRAS DE LA NOTICIA - 2 de abril de 1982 (Segunda parte)



Primeras evaluacionesPoco a poco cada uno iba haciéndose su composición de lugar sobre el resultado final del conflicto después de su extraño y sorpresivo comienzo, producto de una serie de análisis absolutamente erróneos pergeñados por la entonces gobernante cúpula militar, que independientemente de la justicia de la reivindicación histórica, los llevaron a un camino sin retorno, una especie de crónica de una derrota anunciada.

La Junta Militar encabezada por el general Galtieri no previó la magnitud de la reacción de la primera ministra británica Margaret Thatcher, como tampoco previó que en caso de un choque armado, Estados Unidos no sólo no permanecería neutral sino que se volcaría decididamente a favor de los ingleses, aunque políticamente se pretendiera dar otra imagen.

Una vez comenzadas las acciones bélicas en gran escala, no teníamos dudas de que uno de los bandos impondría su indiscutible mayor poder y experiencia de combate frente a otro que sólo podía hacer frente merced principalmente al heroísmo de los pilotos de la fuerza aérea que volando casi a ras de las heladas aguas del Atlántico Sur para eludir las pantallas de radar del enemigo, se aproximaban a las naves inglesas, ya casi con los tanques vacíos de combustible, y les disparaban sus misiles como única probabilidad de éxito.

Esas heroicas acciones individuales eran poco para contrarrestar la masiva presencia de la escuadra inglesa, apoyada por un portaviones moderno, el Canberra, y sobre todo, por el submarino atómico Conqueror que además de provocar el cruel hundimiento del crucero General Belgrado, inmovilizó a la armada argentina en sus amarraderos.

Más adelante se supo que satélites estadounidenses informaban a los ingleses la posición de las unidades argentinas. Era una desventaja demasiado grande como para abrigar alguna esperanza de victoria militar.

En la agencia, lo que vivíamos más de cerca era la febril actividad diplomática que estaba desarrollándose en torno al conflicto, con viajes a Londres y Buenos Aires del Secretario de Estado norteamericano Alexander Haig, tratando de mediar en el conflicto y sobre todo, intentando presentar a los países de América latina una imagen de neutralidad. Mientas él iba y venía los satélites seguían girando…..

Los directivos ingleses que pasaban fugazmente por Buenos Aires en ningún momento expresaron el más mínimo comentario que pudiera molestar a algún argentino, limitándose a discutir el aspecto puramente profesional y periodístico. No nos sentíamos “enemigos” sino un grupo de profesionales que debía llevar a cabo la misión de informar, de una manera totalmente objetiva; de esto puedo dar fe.

¿Por qué íbamos a sentirnos enemigos como consecuencia de la decisión de un lunático que condujo a la muerte a cientos de jóvenes, procedente en su mayoría de provincias pobres? Nuestros colegas ingleses tampoco eran culpables de la despiadada decisión de hundir al General Belgrano. Todos, en conjunto, teníamos el deber de informar, para eso está el periodismo.

Los ejecutivos ingleses que pasaban por la agencia procuraban darnos las mayores facilidades. Recuerdo que el Director General en ese momento, Brian Voughn, se dedicaba a preparar café y salía a comprar las facturas (pastas en España) para el desayuno. Estando en lo más alto de la escala jerárquica, cumplía funciones de ordenanza. Todo un gesto.

Los viajes del Papa a Londres y Buenos Aires, con sus lógicas exhortaciones de paz, tampoco incidieron en el desarrollo del conflicto que seguía su curso hacia un final que con el paso de los días se vislumbraba no muy lejano, dada la disparidad de fuerzas.

El final
Un colega, Luis Carlino, dijo un día algo que resultó premonitorio: “cuando los ingleses pongan un pie en las islas, se acaba la guerra”. Así ocurrió. Apenas se produjo el desembarco en Pradera de los Gansos, el avance por tierra de los ingleses fue incontenible. Su equipamiento militar era infinitamente superior y contaban con los gurkas, avezados en el combate cuerpo a cuerpo. ¡Qué difícil debe haber sido para los bisoños soldados argentinos, “muertos” de hambre y de frío, resistir el avance enemigo.
No olvidemos que los ingleses tenían fusiles provistos de rayos infrarrojos que permitían detectar nitidamente objetos y cuerpos en la oscuridad.

La definición fue entonces cuestión de días. La imagen que me quedó en la retina es la del general Menéndez, con el uniforme bien planchado y peinado a la gomina, ante un desprolijo y cansado Jeremy Moore; un reflejo del respeto que ambos sentían hacia sus subordinados.

Nota final: todo esto ha sido escrito sin consultar absolutamente ningún dato de mi archivo. Ha sido una transcripción fiel de cómo vivimos ese acontecimiento, en base a los recuerdos que siguen en mi memoria. Los historiadores seguramente ahondarán en las causas y efectos.
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2 comentarios:

flaco dijo...

Como siempre, tú experiencia y profesionalidad para describir los acontecimientos más difíciles los hacés sencillos. Te felicito por la objetividad de la nota, y la honradez de tú memoria, (no haber usado archivos), sin embargo más que los satélites norteaméricanos, la superioridad armada de los ingleses ó la soberbia de algunos argentinos, lo que más me duele recordar es la traición del gobierno chileno de Pinochet, quien nos vendió por un puñado de dólares, (esto no quiere decir que no ibamos a perder la guerra) simplemente que somos unos BOLUDOS como decimos en Argentina. Nuevamente te felicito y reitero mi opinión sobre la guerra: es lo más es estúpido que existe en el mundo. En la guerra de Malvinas NO MURIO NINGUN GENERAL, pero sí jóvenes oficiales de la aviación (la mayor cantidad) suboficiales y tropa que en promedio no llegaban a los 26 años. AMEN.

Anónimo dijo...

Flaco: es muy acertado lo que decís sobre Pinochet. Hay innumerables facetas que no han sido incluídas en la nota. Lo que me ha movido a escribirla, aparte de contar una de tantas anécdotas, es mi deseo de rendir un humilde homenaje a los inocentes inmolados estupidamente. Pudieron haber sido nuestros hijos.
José