21 de noviembre de 2008

Cuando un amigo se va (I)

José Trepat

Prólogo
La siguiente nota puede ser leída por quien lo desee, para eso está en el blog, faltaría más…pero quienes le encontrarán más sustancia son aquellas personas que han conocido a los dos personajes centrales de este collar de recuerdos hilvanados a golpe de memoria. José Trepat



Nace una amistad Fueron más de 30 años. Esta es una historia pequeña, mínima, de amistad sin concesiones, en los que mi amigo y yo compartimos todas las alegrías y sinsabores de una trayectoria laboral que nos llevó a escenarios diversos –algunos insólitos- pero con una particularidad: siempre coincidíamos en el debut y despedida en todas las actividades que desarrollamos.


Mi relación con Enrique Emilio Santiago Alesón en lo que hace a esa dualidad, comenzó en el año 1961 y terminó en 1994 con el cierre de la sede central de la Agencia de Noticias Reuters en Buenos Aires, y su traslado a Estados Unidos. Allí culminó una trayectoria conjunta de exactamente 30 años en un mismo lugar de trabajo.


Nuestros caminos se bifurcaron con suerte diversa, pero la amistad continuó hasta que, estando ya radicado en España, un aciago día me enteraba a través de un correo electrónico, de que “Piraña” o “el enano”, o “el petiso” , como le llamábamos, había fallecido a la edad de 66 años, un día antes de que finalmente le hubiese sido adjudicada la jubilación que tanto necesitaba para subsistir.


En 1961 comenzó mi vida laboral cotizando para la lejana jubilación argentina…y 47 años después aún sigo aportando a esos fondos del estado que teóricamente nos garantizarían una vejez digna y decorosa. Mis aportes actuales son para la Seguridad Social de España, a la espera de que su contraparte argentina le comunique oficialmente la cantidad de años que he trabajado en el país donde viví 55 años.


Las ilusiones, esperanzas e inconsciencia de los años juveniles nos habían hecho creer a muchos que no tendríamos que depender de la jubilación, pues nuestros éxitos en la vida iban a garantizarnos un muy buen pasar cuando la senectud invadiera nuestros cuerpos y mentes.


Un consejo a los jóvenes: no piensen nunca que no van a necesitarla. Trabajen pensando en que la mayoría dependerá de ese retiro pago para que en las postrimerías de la vida se encuentren preparados para no depender de ayudas externas. Este párrafo ha sido una digresión al paso. Volvamos al meollo de esta nota. “Hola, me llamo Alesón” Ingresé a CIDRA (Compañía Internacional de Radio) empresa de comunicaciones dependiente de la norteamericana ITT (International Telephone and Telegraph).


El primer día de trabajo, un joven bajito, de anteojos oscuros y traje negro, se me acercó y dijo (recuerdo exactamente las palabras): “Hola, me llamo Alesón. Si no nos presentamos nosotros acá no te presenta nadie”. Tenía dos años más que yo. Había comenzado a trabajar allí pocos días antes y era también su primer empleo “serio” después de un período como ejecutante de trombón en un grupo musical en el sur del Gran Buenos Aires, cerca de la localidad donde vivía, Luis Guillón. Ninguno de los dos había terminado los estudios secundarios.


El motivo había sido el mismo: estrechez económica de los padres y necesidad de aportar ingresos al hogar. Muchos años después ambos íbamos a saldar esa deuda pendiente, uno en cursos nocturnos y otro en Bachillerato para adultos. Notamos que había afinidad entre nosotros y enseguida comenzamos a simpatizar.


Eramos auxiliares a cargo las tareas menores como insertar papel carbónico en los formularios de los telegramas o ir a comprar un sándwich o bebidas a quien nos lo pidiera. Sentíamos admiración por los operadores de sistema Morse que enviaban y recibían los telegramas. Nos maravillaba verlos con los auriculares puestos y “escuchando y escribiendo” a través de ese sistema de golpecitos cortos y largos -puntos y rayas- que hoy parece tan lejano y olvidado en los arcones de la historia.


Tal es así que comenzamos ambos un curso de Morse pues veíamos allí nuestro futuro. Nos cansamos pronto del curso. Fue una suerte porque al poco tiempo el sistema Morse fue sustituido por las teletipos, que utilizaba cintas perforadas para enviar y recibir mensajes.


Vino después la conexión punta a punta de esas ruidosas máquinas Siemens u Olivetti, que permitían escribir directamente en el teclado de las mismas. Cuando una de las partes terminaba de escribir finalizaba el párrafo con los signos +?, para indicarle al interlocutor lejano que era su turno.


Habían comenzado las comunicaciones por telex. “Piraña” –bautizado así por un compañero de trabajo- y yo, nos familiarizamos pronto con esa nueva tarea y fuimos ascendidos a “Operadores de Telex”, un gran salto hacia adelante. Yo estaba mejor preparado pues había hecho un curso de dactilografía en las entonces famosas Academias Pitman. Escribía por lo tanto rápido y con los diez dedos, mientras que mi amigo utilizaba sólo tres o cuatro.


Comerciantes frustrados La oficina de telex fue consolidándose con el paso del tiempo y tanto Enrique como yo fuimos escalando posiciones hasta alcanzar los cargos de Encargado de Turno y Supervisor de Telex; éste último puesto me tocó a mí.


El trabajo era interesante y comenzamos a familiarizarnos con el idioma inglés pues nuestra tarea lo requería. Así y todo, los salarios no eran muy buenos, así que elaboramos planes para incrementar los ingresos. Para ello incorporamos a nuestra “sociedad” a Alberto Gutierrez , a la sazón empleado bancario que por la noche venía a trabajar a la oficina de Telex y habíamos congeniado bien con él. “Guti” era hábil con los números pero reacio a cualquier esfuerzo físico; eso quedaba para nosotros.


Decidimos incursionar en el comercio, pero a lo grande. Vestidos de traje y corbata, Enrique y yo visitábamos a dueños de fruterías y nos hacíamos pasar por mayoristas que extendían su actividad al sur del Gran Buenos Aires. Nuestros precios iban a ser los mejores y la entrega estaba asegurada.


Para movilizarnos contábamos con un Rastrojero destartalado que “el enano” había comprado de ocasión. Nuestros recursos financieros eran muy escasos y ni siquiera nos alcanzaban para comprar una batería, de modo que para ponerlo en marcha, lo empujábamos hasta el centro de la calzada hasta que pasaba un camión o un colectivo, o autobús, que no tenía más remedio que darnos un empujón para que pudiera continuar su marcha.


Al entregar los pedidos de la mercadería que comprábamos en el Mercado Central, decíamos al cliente que el camión asignado para la distribución en esa zona estaba en el taller.


Ganábamos muy poco como puede suponerse dada la carencia de aparato logístico. Esa sarta de mentiras no podía durar mucho, como así ocurrió. Decidimos entonces apuntar más alto y citábamos a la oficina de telex a comerciantes que tenían varios negocios de venta. Allí –siempre en horario nocturno, sin jefes a la vista- lo sentábamos frente a una teletipo, y uno de nosotros mantenía una “conversación” con un supuesto exportador de San Pablo, que iba a enviarnos un cargamento de bananas y piñas.


Nuestros clientes observaban con ojos muy abiertos el diálogo que se imprimía en la máquina, sin percatarse de que el “exportador” era uno de nosotros instalado en otra teletipo a dos metros de distancia. No sé que queríamos hacer exactamente pero por supuesto, no concretamos ningún negocio. A esa edad todo eso era una especie de divertimento entre nosotros.


Cabe consignar que jamás estafamos a nadie. Introdujimos entonces una variante en el negocio. Nuestras mentes brillantes pensaron que podía resultar. Cargábamos el trajinado Rastrojero con naranjas compradas al por mayor y nos apostábamos los domingos cerca de un estadio de fútbol, principalmente el de Boca Juniors. Allí vendíamos las naranjas para los aficionados que desearan saciar su sed o simplemente arrojarlas al árbitro de turno. Otro fracaso.


Sin desalentarnos, decidimos entonces instalar un comercio para la venta de frutas, verduras y artículos de almacén, el cual sería atendido por los tres en nuestro tiempo libre. Alquilamos un local en la zona de Belgrano, con todos los requisitos legales de habilitación y permisos. El único dinero que nos quedaba alcanzaba justo para la compra de mercadería para el día de la inauguración. Pero qué pasó?


El día señalado, mi amigo Enrique debía traer la mercadería en su Rastrojero, pero al venir por la avenida General Paz, el castigado motor de la camioneta dijo basta! y se fundió por falta de aceite. Nadie recordaba cuando había sido la última vez que se había cambiado el lubricante, tal vez nunca. Ese domingo el local no fue inaugurado. Nuestro esquema logístico había quedado pulverizado al quedarnos sin vehículo para el abastecimiento diario.


La solución obligada fue que yo me levantara a las cuatro de la mañana, fuera a comprar la fruta y verdura al Mercado de Dorrego y la llevara al local en una furgoneta alquilada. En esas condiciones las ganancias eran mínimas y los gastos –alquiler, impuestos, etc.- muy altos. Ergo: el local fue cerrado con pena y sin gloria.


El día del cierre, un domingo, decidimos jugarnos el todo por el todo con los escasos pesos que teníamos. Fuimos al hipódromo de Palermo y dejamos hasta la última moneda en las patas de un caballo que indudablemente no sabía cuánto dependíamos de su esfuerzo. El animal llegó tranquilamente en el quinto puesto y nosotros emprendimos el regreso a casa. No dramatizamos. Los tres teníamos nuestro empleo y nadie dependía de nosotros. Capítulo cerrado.


Mi relación con “Piraña” se había afianzado. Hablábamos de nuestros fracasos, esperanzas, proyectos, pero siempre con humor y afinidad de criterios. Nos encontrábamos los domingos para ir al fútbol –el simpatizaba con Boca y yo con River- y también los sábados a la noche para asistir a la velada de boxeo en el Luna Park. Nuestro mutuo interés por el deporte fue lo que nos abrió las puertas del periodismo, como se verá más adelante. (Continuará)


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6 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno esto que contas, nunca nos habias dicho nada!!!!!! ajjaja!!!
Estoy ansioso por leer la segunda parte!!!!!
Pobre Aleson, me acuerdo cuando fue a visitarnos a tu otro gran exito que fue el kiosco-liberia al lado del cole!!!!

Ana dijo...

Me encantó! Yo también desconocía gran parte de estas historias... Me acuerdo de Aleson, cuando siempre llamaba a Munro (cuando yo aún vivía ahí) y preguntaba cómo estabas vos por España...
Espero la segunda parte de la historia! (A ver si es más exitosa, jaja)

flaco dijo...

Querido José:
Es una de las anécdotas más intimistas y agradables que he leido sobre la amistad.La transparencia de la amistad es lo que más destaco de ella. Estoy también esperando la segunda parte de la misma.Roberto

Anónimo dijo...

Al anónimo (se quien es) y Ana: gracias por estar siempre presentes en mis notas. Me consta que muchos otros visitantes las leen pero aparentemente no tienen tiempo para enviar una línea de comentario -sea laudatorio o crítico-. A Roberto: eternamente agradecido por tratar de extraer siempre una valoración positiva de estos retazos de la memoria que, por el sólo hecho de escribirlos, se han convertido en una terapia sin fármacos. Así continuaré hasta que -como dijo Saramago- el corazón y la mente me lo permitan.

Beatriz dijo...

Hermoso homenaje a nuestro e inolvidable amigo Aleson...Siempre estará en nuestro recuerdo por su tan particular manera de ser y como padrino de nuestro primer hijo

SG Medición y Control dijo...

Hola hoy es 5/6/2020 y no se como llegue hasta aquí, pero me gusto mucho las 3 partes de la historia de amistad que relata, curiosamente conocí al señor Aleson el vivió o vivía en la esquina de San Martín y Alma fuerte en Luis Guillon, por la descripción y su relato creo que era el.
Yo lo conocí cuando era chico me llamaba la atención el apellido Aleson, con mi primo le decíamos Alison y eso nos causaba risa cosas de chicos.
Hace muy poco enero 2019 estuve por la zona donde vivía mi tía casi al frente de la casa de Aleson y vi que su casa esta en ruinas no se lo que paso pero me dio pena ver como estaba. Bueno si el autor lee esto quizá me responda, gracias