25 de noviembre de 2008

Cuando un amigo se va (II)

(Segunda parte)

Seguimos desempeñando nuestros cargos en la oficina de Telex, pero siempre atentos a cualquier oportunidad que pudiera presentarse.

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Corría el año 1964 y Argentina se hallaba en un proceso electoral que llevó al poder al médico cordobés , Arturo Umberto Illia, de la Unión Cívica Radical, el segundo partido mayoritario después del peronismo.

Avido lector de diarios y revistas, aunque menos de libros, el petiso se mantenía bien informado sobre la actualidad y nuestros temas de conversación giraban en torno a los deportes, la política y obviamente las mujeres –como todo hombre joven de cualquier edad-, cada uno con sus historias paralelas. Nuestro ídolo era, como de tantos otros, el barbado Fidel Castro, líder de la revolución cubana que había expulsado de la isla al dictador Fulgencio Batista.

Reuter entra en escena


Un día, un colega de la oficina de Telex nos hizo saber que la agencia de noticias británica Reuter necesitaba a dos teletipistas para reanudar sus actividades en Argentina, tras algunos años de ausencia. La agencia, la más antigua del mundo, había sido expulsada del país años antes, seguramente porque sus despachos no eran del agrado del gobernante de turno.

Reuter mantenía su presencia en Buenos Aires con sólo dos corresponsales, Alfonso Mauri, un catalán republicano que había trabajado para Reuter durante la Segunda Guerra Mundial, y Luis Longhi a cargo de la información económica. Mauri –parecido fisicamente y en carácter al gran actor español Fernando Fernán Gómez- se ocupaba de la parte política y de temas generales. Longhi, de carácter introvertido, congenió rápidamente conmigo por nuestra mutua afición al ajedrez (Vease EL AJEDREZ , juego (¿?) maravilloso).


La tarea de ambos consistía en enviar a la sede central de Londres, las noticias relevantes que ocurrían en Argentina.

La oficina en que trabajaban estaba instalada en un antiguo edificio de la calle San Martín al 300. Posiblemente había sido una lujosa residencia familiar en su época de esplendor. Dos escritorios con sendas máquinas de escribir Underwood y un mueble-archivo, era prácticamente lo único de que disponían Mauri y Longhi, y a la sazón Reuter, en el momento de decidir regresar a Buenos Aires y establecer allí su central latinoamericana.

Con esa misión Londres envió a Alan Paterson, con quien nos entrevistamos y nos contrató en el primer encuentro. Así fue nuestro debut en la prestigiosa agencia, y el comienzo de una relación que se prolongó exactamente 30 años. Los horarios que cumplíamos en Reuter se acomodaban bien con nuestro trabajo en la ITT, por lo tanto estábamos en dos sitios a la vez; era lo que buscábamos para revitalizar nuestras maltrechas economías.

Paterson, dos o tres años mayor que nosotros, era un personaje singular. Muy alto y también muy gordo –unos 120 kilos- se pasaba el día desenroscando con los dedos sus ensortijados rizos rubios y sometiendo a mi amigo a constantes bromas sobre su corta estatura. Lo bautizó con el apelativo de “poison dwarf” (enano ponzoñoso). Solía hacer largas lanzas con rollos de papel y se las arrojaba al enano. Nos parecía que estábamos ante un “chiflado” pero con el tiempo demostró que cuando había que ponerse “serio” era un gran periodista.

Reuter estaba en la fase de instalación técnica y nuestro trabajo era vigilar que una cinta de prueba redonda, o sea, pegada en sus extremos, girara constantemente sin trabarse en el aparato transmisor.

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El texto de prueba tenía sólo dos líneas que habrían de repetirse cientos de miles de veces: THE QUICK BROWN FOX JUMPS OVER THE LAZY DOGS BACK – 1234567890. Eso servía a los técnicos para calibrar las líneas de comunicación. Nuestra tarea, prácticamente nula, pero bien remunerada. Un éxito.

Necesitábamos una primicia
Una vez instaladas las comunicaciones, la agencia se disponía a funcionar como tal. Se había decidido debutar con una noticia importante, cuya primicia debíamos tener a toda costa: la inminente muerte del primer ministro inglés Winston Churchill.

Para ello debíamos turnarnos Alesón y yo para esperar ese momento. La noticia llegó una noche y la transmitimos a los escasos clientes (diarios y radios) que el propio Paterson había conseguido haciendo de agente comercial. La primicia fue nuestra y marcó la reaparición de Reuter en América latina. Fue el comienzo de un largo camino y nosotros fuimos los primeros en ser incorporados para esa nueva etapa.

Se instaló rápidamente una mesa de traducción pues los despachos venían en inglés desde Londres. Enrique y yo comenzamos a trabajar entonces en la tarea específica para la que habíamos sido contratados: copiar en las teletipos las hojas escritas que nos pasaban los traductores, y transmitirlas a los clientes. (En la ilustración puede verse un transmisor de cintas perforadas).

Al poco tiempo ambos habíamos dejado nuestros empleos en la ITT y trabajábamos exclusivamente en Reuter. Igual que nos había ocurrido con el sistema Morse, sentíamos admiración por el trabajo de los traductores. Era una tarea que requería buen nivel cultural y obviamente estaba mejor pagado que la de teletipista. Pero sabíamos poco inglés y nada de redacción.

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Aquí discrepamos en el enfoque: yo me había hecho el propósito de llegar a traductor y aprender inglés, en tanto que Enrique tenía cierta “alergia” –no para entenderlo, que sí lo consiguió con el tiempo- sino para hablarlo y escribirlo. De eso ni hablar!

Autodidactas
Mi aprendizaje consistía en tomar el despacho original en inglés y compararlo con la hoja traducida. Así fui aprendiendo palabra por palabra, pero claro, las frases tenían poco sentido. Lo importante era saber redactar en español y para ello lo único válido era leer y leer los diarios. Fueron dos años de “estudiar” miles de traducciones sobre política, economía, arte, deportes y todo lo que se presentara, para ir aprendiendo esa técnica.

Enrique volcó sus esfuerzos en el campo del deporte y fue capacitándose cada vez más en la que sería su especialidad en el futuro. Ninguno de los dos asistió jamás a una escuela de periodismo; eso quedaba para quienes tenían estudios secundarios. Y el deporte, precisamente, nos abrió las puertas para que hiciéramos nuestras primeras armas como “periodistas” sin título de tales.

Luis Longhi, a cargo de la información local, recibía todos los años un par de acreditaciones de cada una de las instituciones futbolísticas que permitían el acceso al estadio y también a los vestuarios. Enseguida vimos el filón impresionante que se nos abría!. Longhi no podía ir todos los partidos al mismo tiempo; de hecho no iba a ninguno porque no le gustaba el deporte. Obtenía los datos de la radio y así elaboraba sus notas para enviar a Londres.

Nosotros dos íbamos todos los domingos al fútbol, así que un buen día le pedimos que nos prestara un par de esas acreditaciones. No tuvo ningún problema y de esa manera se inició un período glorioso: veíamos los partidos en ubicación preferencial e ingresábamos en los vestuarios para hablar con los jugadores mientras estos se duchaban y se vestían…y todo GRATIS.

La primera experiencia fue en un partido que el equipo brasileño Santos disputó en Buenos Aires, y en el vestuario tuvimos oportunidad de conocer y hablar con el ídolo del fútbol mundial, el gran Pelé, que totalmente desnudo se avenía a dialogar con los “periodistas”. En esa época los periodistas tenían libertad total para entrar en los vestuarios apenas finalizado el partido. No creo que eso ocurra en la actualidad.

Eso lo repetíamos todos los domingos. Como es de imaginar elegíamos los estadios de Boca o River. Habíamos arreglado con nuestro colega Longhi pasarle dos datos que obtuviéramos para que él los redactara de manera coherente. Al poco tiempo, la redacción se la hacíamos nosotros pues los despachos se limitaban a consignar el resultado y breves declaraciones de los futbolistas, nada más. Longhi feliz y nosotros dos todavía más. Nos habíamos iniciado como periodistas.

El derrocamiento del presidente Illia en 1966 por un golpe militar encabezado por el General Juan Carlos Onganía en lo que se conoció como la Revolución Argentina (1966-1973) fue el marco de una anécdota graciosa que nos tuvo como protagonistas, y que paso a relatar en tres párrafos.

No recuerdo exactamente la fecha pero a poco de producirse el golpe, tuvo lugar una marcha de tanques del ejército por la Avenida de Mayo que tenía por destino final la Casa de Gobierno. La calzada estaba totalmente despejada y miles de curiosos estaban apostados en las veredas esperando el paso de los tanques.

Enrique y yo habíamos ido a curiosear en mi motocicleta DKW de 125 cc. A la altura de Congreso y no sé por qué circunstancia, nos vimos en medio de la Avenida con toda la calzada a nuestra disposición. Como no podíamos salir debido a la línea compacta de espectadores a ambos lados, no tuvimos más remedio que seguir avanzando en dirección a la Casa de Gobierno. Cien metros detrás venían los tanques.

El enano, con su eterno traje negro y anteojos oscuros, aparentemente hizo creer a la gente que éramos una especie de “avanzada” de los tanques, o tal vez policías de civil que abrían el paso a los blindados. El caso es que NOS APLAUDIAN. Nos reíamos nerviosamente pero queríamos zafar de esa situación no buscada.

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Finalmente se nos acercó una moto policial y tras abrirnos paso entre la gente nos dijo que nos fuéramos inmediatamente antes de que nos metieran en la cárcel. Por supuesto que acatamos la orden. Ninguno simpatizada con la “Revolución” y menos Enrique, que estaba afiliado al Partido Radical.

Comenzaba la etapa de los noviazgos “serios” con las que iban a ser nuestras respectivas esposas y así, mi relación con Piraña se amplió a un ámbito más familiar.

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En el trabajo, mi amigo iba afianzándose en lo que le gustaba, los deportes, en tanto que yo persistía en mi deseo de llegar a traductor/redactor. Nuestros esfuerzos se verían coronados años después con los cargos de Jefe de Deportes y Jefe de Redacción, respectivamente.

Pero antes de eso ocurrieron muchas cosas.
(Continuará)

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Joder, estaba muy concentrado en la lectura y lo dejastes a media otra vez!!! jajajja!!!! La verdad es que es super interesante esto. No puedo creer que todavia te acuerdes de las palabras esas que se escribian para calibrar la maquina esa y que hayas estado hablando con Pele, eso si que nunca lo contastes, en realidad nada de todo esto lo sabia. Espero mas que ansioso la tercera parte y espero que haya muchas mas sobre este u otros temas. Gracias por compartir todo esto con nosotros, hubiera sido una lastima no haber conocido todo esto.
Un beso

Anónimo dijo...

Muy buenas estas historias, segui asi!!