28 de noviembre de 2008

Cuando un amigo se va (III) Ultima parte

El deporte, su pasión
En esa etapa inicial y viendo el interés de mi amigo por el deporte, Longhi le encomendó de muy buena gana, que se hiciera cargo de la cobertura deportiva de la agencia, actividad que Enrique asumió con gran entusiasmo, al tiempo que su redacción iba perfeccionándose.

Fimos descubriendo de a poco que el enano tenía una habilidad especial para presentar la información de una manera interesante y cuidando siempre el idioma, para lo cual consultaba diccionarios con mucha frecuencia. Reuter ha sido siempre muy exigente en cuanto a la buena redacción y la exactitud de la información. Todos los datos debían ser cotejados y verificados.

Alesón, como redactor principal de deportes y yo secundándolo mientras seguía esperando el ascenso a traductor-redactor, “copamos” la información deportiva de la agencia abarcando todas las especialidades pero con especial énfasis en el fútbol y el boxeo, al que también teníamos acceso munidos de las acreditaciones para asistir a las veladas de los sábados en el Luna Park, que en esa época era cita obligada de muchos integrantes del mundo de la farándula, como por ejemplo Mirtha Legrand, que no se perdía ningún combate importante.

Noches en el Luna

Nos metimos de lleno en el mundo del boxeo y conseguimos entrevistas con el primer campeón mundial que tuvo Argentina, Pascualito Pérez, ya retirado, con Carlos Monzón, Oscar “Ringo” Bonavena, y entre otros, con quien fue el ídolo máximo de mi gran amigo, el mendocino Nicolino Locche, también ex campeón del mundo y poseedor de un estilo único.

La oficina de Reuter se había agrandado y llegó un nuevo jefe en reemplazo del obeso Alan Patterson. Lo mismo que su antecesor, Ian Glenday confió también en nosotros dos para la cobertura de deportes. Con menos medios en comunicaciones como hay en la actualidad, la información de Reuter sobre los combates de boxeo por títulos mundiales se hacía de la siguiente manera:

Alesón, Glenday y yo nos ubicábamos en la primera fila debajo del cuadrilátero, reservada para las agencias de noticias. Cada uno con su pesada Olivetti, Enrique y yo relatábamos por escrito con la mayor rapidez posible, lo que ocurría en cada round mientras Glenday escribía su versión en inglés. Al término del combate, mi amigo armaba su comentario para los diarios de la región, y yo iba a los vestuarios para recoger las declaraciones, siempre en “caliente” y con los boxeadores prácticamente debajo de la ducha.

El petiso impuso un estilo propio a este trabajo. Cuando llegaba un boxeador extranjero, sobretodo de habla hispana –por aquello de su “alergia” a los idiomas-, Alesón establecía contacto con la delegación del visitante y se creaba una relación de “amistad” a tal punto que llegábamos casi a formar parte del grupo y hasta nos invitaban a cenar con ellos en algún restaurante. Con este sistema obteníamos notables primicias y nuestros despachos tenían mucha aceptación en los diarios y radios de la región.

Siguieron luego numerosos viajes al exterior, siempre juntos, para cubrir torneos de atletismo, varios Juegos Deportivos Panamericanos –en los de Indianápolis tuvimos ocasión de estrechar la mano y hablar con uno de los más grandes boxeadores de la historia, Cassius Clay y con la leyenda del atletismo, Carl Lewis.

Asistimos, siempre juntos, a los campeonatos mundiales de fútbol en México (1986) e Italia (1990), entre otros acontecimientos menores. En México, el histórico gol de Diego Maradona a los ingleses, permitió a Enrique acuñar una frase que fue recogida por muchos medios: “De la mano de Dios, Maradona conduce a la Argentina a su segunda Copa Mundial”.


La mayoría de los viajes al exterior los hicimos juntos, compartiendo primero la habitación del hotel y más adelante cada uno en la propia. Esa convivencia diaria cimentó una relación personal muy estrecha. Llegamos a conocernos perfectamente y congeniábamos en todo, respecto al deporte, la política y la vida misma.

Siempre al borde del estallido
En la convivencia conocí en profundidad el carácter y personalidad de este gran amigo que con el tiempo llegó a ser el padrino de mi primer hijo, Pablo. Su esposa, Marina, fue a su vez la madrina de mi hija Ana, la menor de cuatro hermanos.

Su corta estatura nunca fue impedimento para que se enfrentara con quien fuese cuando estaba convencido de que tenía la razón. Dispuesto al diálogo, podía no obstante pasar a un estado beligerante en cuestión de segundos, sin medir las consecuencias que ello pudiera tener para su físico. Salía siempre en defensa de sus amigos o compañeros cuando consideraba que estos defendían una causa justa.

Cuando en los hoteles surgía algún problema con el alojamiento o de otra índole, no trepidaba en golpear la mesa de recepción mientras a voz en cuello y con el rostro desencajado, pedía hablar con el gerente para que lo solucionara. Siempre lo conseguía.

Conocedores de su carácter “explosivo” los colegas lo provocábamos para que “estallara”. Nunca se lo tomaba mal ni aun cuando las bromas se referían a su estatura. “Petiso calentón”, “el rey petiso” o “Enrique el breve” eran algunos de los apelativos preferidos.

Fin de una etapa
Es imposible agrupar en estas pocas carillas todas las anécdotas y experiencias vividas en estos 30 años de amistad, la que siguió incluso después de que ambos, y muchos otros colegas, abandonamos Reuter en 1994, cuando la agencia decidió trasladar la central de operaciones latinoamericanas a Miami, Estados Unidos.

Cada uno siguió su camino. Yo pude trabajar en otros medios periodísticos, pero él no tuvo esa suerte. Una serie de decisiones bien intencionadas pero equivocadas, además de la crisis económica que sacudió a la Argentina a comienzos de este siglo, fue mermando las reservas de Enrique y su familia, hasta llegar a un estado de pobreza absoluta. En un momento dado llegó a depender de la ayuda que escasamente podíamos darle algunos de sus ex colegas.

Una actitud de Enrique lo pinta de cuerpo entero y quiero relatarla. Cuando Pablo, mi hijo, se casó, él, como padrino lógicamente era uno de los invitados. No asistió porque no tenía dinero para un traje; se había gastado los últimos pesos en un regio regalo de boda. Eso lo supe después.

No obstante conocerlo al cabo de tantos años de amistad, nunca pude establecer la verdadera razón por la cual había llegado a ese estado. Arribé a alguna conclusión pero me la reservo; creo que es lo que corresponde.

Para bien o para mal, Enrique Alesón no fue indiferente para ninguna de las personas que llegamos a conocerlo.

Así era el petiso, mi amigo.

*

4 comentarios:

martagbp dijo...

Muy lindas las anécdotas y muy bueno homenajear a un amigo de esta forma.
martagbp

Ana dijo...

Hermoso!! Da gusto leer algo así sobre un amigo!!

Anónimo dijo...

Muy interesante todo lo que contas. Seguro que el estuvo tan orgulloso y contento como vos de ser amigos.
A seguir contando cosas que aca tus lectores esperamos ansiosamente cada nueva entrada tuya!!!

Anónimo dijo...

Gracias a todos los que han enviado comentarios sobre esta serie de tres notas. Aunque alguno no lo conteste puntualmente, los leo todos. El enano fue sin duda un personaje muy especial; se merecía este recordatorio. Costó bastante reducir a tres notas las cientos de anécdotas; otras muchas quedaron en el tintero.