José Trepat
Hemos dicho en alguna oportunidad que si tuviésemos que elegir sólo tres palabras para definir los valores que consideramos esenciales en el ser humano, esos vocablos serían Gratitud, Solidaridad y Tolerancia, además de los clásicos Amor y Paz, que surgen espontáneamente cuando se pide a alguien que sintetice sus anhelos en dos o tres palabras.
Gratitud es lo que más se aproxima al espíritu de esta nota pergeñada en una mañana de domingo que nos ofrece un par de horas para aprovecharlas de la manera que más nos apetezca.
Pero Gratitud desde un punto de vista un tanto ingenuo pues estas líneas, que no son más que un rosario de recuerdos, se remontan a la época de nuestra adolescencia, cuando todo parecía posible, por lo menos en los sueños.
Y a una fábrica de sueños se refiere la nota, a la mayor que quizás haya existido: el cine, o más precisamente el Hollywood de sus años dorados. La formación de un adolescente va forjándose con lo que tiene a su alcance – el ejemplo de los padres, el entorno, lo que recibe a través de los libros y otros medios, y lo que alimenta sus ilusiones.
Algunas décadas atrás, el cine era para muchos nuestra ventana al mundo, a través de la cual echábamos a volar nuestra imaginación, corporizada en los “héroes” que descubríamos en la pantalla, convertidos en paradigma de todas las cualidades que nos hubiese gustado tener: audacia, valor, carácter, y un don irresistible para el sexo opuesto. Esos son los sueños, antes de chocar con la realidad y aceptar que en este valle de lágrimas y alegrías no todo es fácil de alcanzar.
No nos interesaba la vida privada de nuestros ídolos ni teníamos tanto acceso como hoy a su intimidad a través de la proliferación de tantas revistas “del corazón” y programas televisivos, dónde en cuestión de horas se desmitifica a quien sea y como sea –con razón o sin ella.
Hecha la salvedad de que la idealización tomaba forma sólo a través de lo que recibíamos de la pantalla mágica, vamos a ejercer la gratitud en función de ello, dejando bien en claro que la inocencia ya pasó y estamos enterados de que sus vidas privadas tenían poco que ver con lo que nos transmitían en el celuloide.
Hay una lista muy extensa de nombres pero tomaremos a solo cinco, una lista personal y subjetiva, por los que sentí verdadera admiración e idolatría en los años juveniles. Todos están en la historia grande del cine: Errol Flynn, Gary Cooper, Humphrey Bogart, James Dean y Marlon Brando.
Algunas décadas atrás, el cine era para muchos nuestra ventana al mundo, a través de la cual echábamos a volar nuestra imaginación, corporizada en los “héroes” que descubríamos en la pantalla, convertidos en paradigma de todas las cualidades que nos hubiese gustado tener: audacia, valor, carácter, y un don irresistible para el sexo opuesto. Esos son los sueños, antes de chocar con la realidad y aceptar que en este valle de lágrimas y alegrías no todo es fácil de alcanzar.
No nos interesaba la vida privada de nuestros ídolos ni teníamos tanto acceso como hoy a su intimidad a través de la proliferación de tantas revistas “del corazón” y programas televisivos, dónde en cuestión de horas se desmitifica a quien sea y como sea –con razón o sin ella.
Hecha la salvedad de que la idealización tomaba forma sólo a través de lo que recibíamos de la pantalla mágica, vamos a ejercer la gratitud en función de ello, dejando bien en claro que la inocencia ya pasó y estamos enterados de que sus vidas privadas tenían poco que ver con lo que nos transmitían en el celuloide.
Hay una lista muy extensa de nombres pero tomaremos a solo cinco, una lista personal y subjetiva, por los que sentí verdadera admiración e idolatría en los años juveniles. Todos están en la historia grande del cine: Errol Flynn, Gary Cooper, Humphrey Bogart, James Dean y Marlon Brando.
El orden es cronológico, salvo en el caso de los dos últimos que fueron contemporáneos y salieron de la misma escuela, la del Actor’s Studio.
A los 14 o 15 años, en el cine buscábamos la aventura y la acción, en las que Errol Flynn sintetizó de manera incomparable la imagen del héroe de capa y espada, vencedor en todos los duelos y conquistador siempre de la muchacha de turno, con finales felices, como era de esperar.
Quienes tengan los años suficientes recordarán tal vez películas memorables como, El halcón de los mares y Las aventuras de Robin Hood, y si alguien no las ha visto, las recomendamos. Son películas de AVENTURAS con mayúsculas, de evasión y entretenimiento.
El propio Flynn actuaba en las escenas de riesgo y obviamente en los duelos de espada. Allí dio lo mejor cuando estaba en su plenitud. Fuera de la pantalla su vida fue un tanto caótica, con una irrefrenable pasión por las mujeres y más tarde por las drogas. Murió con sólo 50 años. Se llegó a decir que había sido agente de la CIA y algunas cosas más, pero todo eso no lo sabíamos ni nos interesaba.
Tampoco nos importaba mucho el trasfondo político de las películas en las que, oh casualidad!, los americanos blancos siempre eran los buenos y siempre ganaban, como en Murieron con las botas puestas donde Flynn interpretó el papel del general George Custer. En la batalla final Custer muere como un héroe y los sioux eran muy, pero muy malos. El rigor histórico ofrece otras opiniones al respecto. Pero como cine de aventuras, chapeaux Errol.
Se nos aparece ahora en la lista la figura alta y desgarbada de Gary Cooper, más taciturno y no tan “lindo” como el anterior. En la memoria aparecen dos películas de aventuras cien por cien –Beau Geste (1939) y Tres lanceros de Bengala (1935), ambientada en la India cuando era colonia británica y dónde, por supuesto, los ingleses también eran los buenos.
Luego llegaron Veracruz y El árbol de la horca, hasta que con A la hora señalada (o Solo ante el peligro), Gary Cooper, ya mayorcito, dio vida al personaje que catapultó a este actor a uno de los sitiales más elevados entre mis preferidos.
La película de 85 minutos que transcurre en tiempo real, tiene todos los aditamentos que la ubican entre los mejores (tal vez el mejor) westerns jamás salidos de Hollywood. Quien la ha visto nunca podrá olvidar la melodía que se escucha en el comienzo mismo cuando un pistolero va acercándose a una pequeña estación de ferrocarril teniendo como fondo musical aquella balada interpretada por Tex Ritter, que comienza con Do not forsake me O my darlin', On this our wedding day….
El rostro de Gary Cooper trasunta de manera magistral la amargura que siente cuando su esposa (de religión cuáquera) decide abandonarlo, subiendo al mismo tren en el que llega el pistolero que ha jurado matarlo junto con otros tres que lo aguardan en la estación. En su mirada triste se ve también el miedo y a la vez su voluntad de quedarse sólo ante el peligro, a medida que los habitantes del pueblo –sus amigos- se esconden y le retacean su apoyo.
La escena final, cuando después de haber acabado con los cuatro, los cobardes salen de sus madrigueras para rodearlo y felicitarlo, es de antología. Cooper, que era el sheriff Will Kane, los mira despectivamente, se quita la estrella, la arroja al suelo y parte sin decir palabra. Cuesta pensar en otro actor para ese papel, tal vez Clint Eastwood, quien junto a Cooper, ha sido para muchos el arquetipo del americano perfecto.
Ya un poco alejados de la adolescencia, el cine nos presenta a otro de sus “monstruos”. De baja estatura, facciones no muy agraciadas pero poseedor de una personalidad y una voz que nadie ha podido imitar: Humphrey Bogart, inigualable en su papel de “duro” pero a la vez con un toque sentimental. Muchos de sus personajes fueron extraídos del submundo del hampa neoyorquina, al menos en sus comienzos, pero ha quedado en la historia grande por El tesoro de Sierra Madre, El halcón maltés y sobre todo la mitológica Casablanca.
Al Bogart ya en edad madura, lo recuerdo y valoro especialmente en dos actuaciones memorables –La Reina Africana y El motín del Caine.
James Dean, con sólo tres películas, fue el modelo de lo que todos queríamos ser cuando teníamos casi 20 años. Rebelde, rubio, ojos azules y buen actor parecía ser suficiente, pero si a ello se le agregaba su carácter introvertido y un halo triste y solitario, todo eso, en conjunto era una marca registrada, algo único. Su trágica muerte al volante de un Porsche fue la frutilla del postre y lo convirtió en mito. Su debut en Al ese del Edén lo lanzó al estrellato de manera fulminante. Había aparecido un actor distinto. El delirio de las veinteañeras llegó al paroxismo con su segunda aparación, Rebelde sin causa. Y luego Gigante, que ni siquiera pudo terminar de rodar, puso el colofón a su efímera carrera, antes de entrar en la leyenda.
Su primera escena en Gigante, donde se lo ve sentado en un viejo coche con las piernas extendidas sobre el parabrisas y el sombrero echado sobre los ojos como si no le importara nada de lo que pasaba a su alrededor, es una de las imágenes mejor logradas por el director George Stevens.
La mirada huidiza y gestos como a la defensiva en busca siempre de protección y afecto, despertaba en las adolescentes una sensación de ternura y amor pocas veces vista en el cine. La palabra icono le sienta muy bien a James Dean.
Y esta secuencia de recuerdos asociados a una etapa de sueños e ilusiones, tiene que finalizar con quien en mi modesta opinión, ha sido el más grande actor de todos los tiempos, Marlon Brando.
Polifacético como el Robert de Niro de nuestros días, Brando se acomodaba a todos los papeles, los exprimía al máximo y les ponía el sello de su propio estilo, tan personal e inconfundible que hizo escuela, aunque jamás los imitadores pudieron superar al modelo original.
Brando y Dean salieron del Actor’s Studio, al igual que Montgomery Clift, quien según algunos fue el creador de esa manera tan particular de enfrentar a las cámaras. Pero Montgomery Clift no tuvo el magnetismo personal que sus colegas derrochaban a raudales. Los tres eran los símbolos inconformistas de su generación.
El ocaso de Marlon Brando fue triste y lamentable, con una vida personal signada por relaciones conflictivas con sus hijos y sus mujeres. Al morir, su figura distaba años luz de la apolínea imagen que ofreció en la parte inicial de su carrera.
Su debut en Un tranvía llamado deseo representado a un polaco bruto y colérico, con un físico y rostro envidiables, le abrió el camino al estrellato y a una legión de admiradores. Sus películas más memorables son creaciones tan personales e impactantes que cuesta encontrar un parangón del nivel que alcanzó para interpretar a personajes tan disímiles.
Su recreación del guerrillero mexicano Emiliano Zapata me impactó sobremanera, sin entrar a considerar el rigor histórico del guión que se le encomendó. Estamos hablando de cine, o sea de una gran dosis de ficción.
En Nido de Ratas (1954) (On the waterfront), una de las mejores películas que jamás he visto, Brando, aquí un ex boxeador- se convierte en una especie de líder sindical ad-hoc que enfrenta a los poderosos que controlaban el trabajo en el puerto de Nueva York. La película tiene muchas connotaciones políticas que atañen a la vida personal de su director Elia Kazan, pero repetimos que sólo hablamos de Marlon Brando como actor y lo que transmitía desde la pantalla.
Un año antes, caracterizado como Marco Antonio en la película Julio Cesar, Marlon Brando había ofrecido una actuación descollante al traducir en palabras, ante el cadáver de Cesar, el monólogo salido de la pluma de William Shakespeare, nada menos. Ello le valió la nominación al Oscar, que finalmente obtuvo por Nido de Ratas y El Padrino.
Que mejor que precisamente El Padrino para aplaudir a este grande del cine cuyo estilo podrá imitarse pero habrá de crearse algún otro diferente para quedar en la historia por mérito propio.
¿Alguien le habrá indicado como debía componer el personaje o eso quedó librado a su creatividad? Difícil saberlo, o no tanto para quienes están más interiorizados del tema, pero lo cierto es que su Don Corleone salido del libro de Mario Puzo, se resume en una palabra: inolvidable!
Estos hacedores de sueños, tal vez contra su voluntad, tuvieron vidas difíciles pero nos acompañaron en nuestro crecimiento a través de la única faceta que nos llegaba de ellos, la pantalla mágica.
Estos párrafos han sido escritos desde el punto de vista masculino. El cine nos ofreció mujeres bellas y grandísimas actrices, pero claro, a éstas no queríamos imitarlas. Además de admirarlas, recreaban nuestros sueños de amor platónico en algunos casos, y más terrenal, en otros. Honor también a ellas, porque ¿qué es un “héroe” sin una mujer a la que vayan destinadas sus “hazañas”?.
*
10 comentarios:
Yo era una de las "enamoradas " de James Dean...perdón José pero en esa época no te conocía jajajaj
A José:me causas admiración cuando te referís a tu vena cenófila. Descubrí la escencia de los actores y del cine ya de grande. Para mi era un entretenimiento llano y liso, donde los buenos ganaban y los malos(siempre más feos)perdían. Es interesante la forma que encaraste la nota y la conclusión ó remate de la misma ya que me atrapó desde el pricipio(muy bien empleada la formula del triángulo invertido). Como alguna vez te comenté empecé a tomarle el gustito al cine después de lo que es para mi la mejor película:Los Puentes de Madison. De ahí en adelante y también el trabajar actualmente en una productora hizo que empezara a ver el otro ángulo de la actuación, dirección, etc. Muy buena la nota, repito, espero que dediques una a las actrices, que hubo muchas y muy buenas y especialmente a aquellas con que nos hacíamos "el Bocho". Amén
A Beatriz. Lo raro hubiese sido que no te enamorases de James Dean. A mi 20 años no conocí a ninguna chica que no sintiese la misma idolatría por el "fenómeno" Dean. Todos queríamos parecernos de alguna manera. Fue EL ICONO excluyente de esos años. Paradojicamene, la muerte le ayudó a consolidar esa imagen.
A flaco: Muy probablemente habrá una nota dedicada a las mujeres que también alimentaron nuestros sueños, aunque en otra dimensión, como es de suponer.
Gracias por los comentarios.
Que bonito James Dean!!!! Adhiero a Betty.
FELIZ DIA DEL PERIODISTA!!!
Besos
Amé a Paul Newman!
A Marta. Es interesante que se mencionen nombres de quienes de alguna manera han tenido influencia en nosotros. Ciertamente no tenés mal gusto. PNewman es uno de los pesos pesados. No recordaba que hoy era el dia del periodista. Slds.
Feliz día, pá!! Yo no sólo no lo recordaba, sino que tampoco lo sabía!! jeje
Espero que la próxima vez que se hable de actores con tanto renombre, no sólo para el mundo del cine, sino también para la fantasía y sueños de tantas generaciones, no nos olvidemos nunca de nombrar a otro grande: Emilio Disi en "Los Bañeros mas locos del mundo".
El Ojo Crítico te ve, te sigue, te critica...
No sé quién es El Ojo Crítico pero realmente, me hizo mucha gracia el mensaje. A ver si se identifica por favor. Es cierto, Emilio Disi tendría que estar en el bronce; ha sido una omisión imperdonable, como también la de Semillita. slds.
A José y al Ojo Crítico: A Emilio Disi el único bronce que merece como actor(no como persona) es el de Chacarita. Amén
Publicar un comentario