Brujas
josé trepat
Ultima etapa del viaje y leit-motiv del mismo, Brujas se nos ofreció a nuestros sentidos en dos jornadas disímiles; una, breve y con cielo nuboso, ajustada a un cronograma muy constreñido, y otra con más libertad y tiempo a nuestra disposición, en la que el sol encontró huecos entre las nubes, haciendo resaltar el colorido de sus plazas, edificios y canales.
Sabemos ahora que Brujas (Brugges en flamenco) no tiene nada que ver con escobas ni birretes, sino que su nombre deriva de una palabra que significa embarcadero, lo que era en realidad en su floreciente época medieval.
Conocíamos Brujas a través de referencias de parientes y allegados que la habían descrito, cada uno a su modo, pero con el denominador común de que se trataba de un sitio digno de ser visitado.
En la primera visita integramos un grupo de turistas recogidos en varios hoteles de Bruselas, que en 10 horas iban a conocer lo más importante de Brujas y también la ciudad de Gante, todo muy apretadito como puede inferirse. Pero la excursión estaba incluida en el precio del viaje, así que ¿por qué no?
La salida de Bruselas se realizó bajo un cielo encapotado y a poco de ingresar a la autopista (sin peaje) el movimiento de los limpiaparabrisas no hacía presagiar nada bueno. Estos viajes no suelen cancelarse por lluvia salvo que se avecine un tsunami, me imagino, de modo que enfilamos hacia nuestro destino, a 93 kilómetros de la capital belga.
El guía flamenco, haciendo gala de un gran bagaje lingüístico, comenzó con sus explicaciones en francés, inglés y castellano y a los pocos minutos nos sugirió colocarnos unos auriculares en los podían seleccionarse distintos idiomas, para escuchar la información sobre lo que íbamos viendo.
Al promediar el viaje y seguramente para levantar el ánimo de algunos, el guía tomó el micrófono y nos dijo que acababa de hablar con Brujas. “Allí no llueve!”, dijo con entusiasmo, pues ello iba a facilitar seguramente su trabajo. ¿Qué podría hacerse con los turistas bajo la lluvia?.
Cuando faltaban diez minutos para llegar había cesado el movimiento de los limpiaparabrisas y parecía que el pronóstico iba a cumplirse, por suerte. El guía hizo algunos “comentos” –vocablo que acuñó por “comentarios”-, nos instruyó para que el grupo no se separase y sugirió que dado lo exiguo del tiempo fuésemos a almorzar a un determinado restaurante, “con prrrrecios norrrrmales y atención rrrrrrápida”. ¿Alguien podía pensar que recibía una comisión de ese establecimiento…?. Al fin y al cabo es una práctica normal en todo el mundo, así que cada uno decide que hará.
Llegamos a las 10:30 y desde el aparcadero del autocar nos dirigimos a pie hasta el punto que no puede ser otro en este tipo de excursiones express: La Plaza Mayor, o Markt, el corazón de Brujas. El guía nos ubicó al pie de la torre-campanario, el emblema de la ciudad y quizás la imagen más fotografiada.
Nos explicó que en su parte superior, la torre tiene una inclinación de más de un metro respecto a la vertical, debido a fallas en los cimientos colocados en el año 1248. “Desde arriba se obtienen unas vistas magníficas de la ciudad, pero NO VAMOS A SUBIR, porque son 366 escalones que insumen 90 minutos para ir y volver”, dijo. No hacía falta; pocos estábamos dispuestos a trepar por lal escalera de caracol.
Allí, en el centro de la plaza, dejamos que nuestros ojos completaran un giro a medida que íbamos tomando imágenes de esos característicos edificios de la Edad Media, cargados de arabescos, al puro estilo barroco, tan vistos en otras ciudades que ya conocíamos o íbamos a conocer, Gante y Bruselas.
La primera impresión es que Brujas ha sido cuidadosamente preservada sin modificaciones notorias en su típico estilo arquitectónico para que los visitantes puedan observar y transmitir a otros esa imagen un tanto idílica de cuento de hadas que tanto ha proliferado en los folletos turísticos.
Pero… ¿vive alguien en Brujas? Por las calles sólo vimos prácticamente a turistas –fácilmente identificables por la vestimenta y los equipos fotográficos- y a muy pocos residentes, que podrían ser mujeres con la bolsa de compras o hombres trajeados dirigiéndose a sus empleos.
Da la impresión de que todo está hecho para satisfacer las necesidades y tentaciones del turista. Un comercio junto al otro ofreciendo souvenirs y chocolates –producto típico de la ciudad- además de bares y restaurantes por doquier.
Da la impresión de que todo está hecho para satisfacer las necesidades y tentaciones del turista. Un comercio junto al otro ofreciendo souvenirs y chocolates –producto típico de la ciudad- además de bares y restaurantes por doquier.
El guía había incluido en el plan de actividades un paseo en lancha por los canales (sólo vimos uno que se transita ida y vuelta en media hora) que ofrece la posibilidad de ver los edificios desde otro ángulo, con explicaciones del conductor de la embarcación en el idioma que toque en suerte. Nuestro paseo fue explicado en inglés. Unos se enteraron de algo, otros ni pío.
Con algo de jactancia poco justificada, se ha llegado a bautizar a Brujas como la Venecia del norte. Para quien conozca Venecia no hay punto de comparación. La navegación por el Gran Canal en los vaporettos venecianos deja un recuerdo imborrable a su paso por el Puente de Rialto y la Plaza San Marcos, con su embarcadero de las inconfundibles góndolas. Venecia es única.
Nuestros pasos nos llevaron hasta la Iglesia de Nuestra Señora. Frente a la entrada principal el guía hizo algunos “comentos” y dio CINCO minutos para visitarla, no sin antes recomendar que nos centrarámos en la estatua original de Miguel Angel, La Virgen y el Niño. Saber que había sido esculpida por las mismas manos que crearon La Piedad, en la Basílica de San Pedro, en Roma, causa una cierta sensación que cuesta explicar.
El plazo había expirado y al salir fuimos conducidos hasta el restaurante de “prrrrecios norrrmales”. Después del almuerzo vino la visita al comercio de expendio de chocolates, que el guía había promocionado durante el viaje, y que según él, ofrecía el mejor chocolate a la mitad de precio que otras marcas más tradicionales de Bruselas.
Allí se colocó detrás del mostrador y ayudó a las dependientas a despachar. ¿Hay alguien que se atreva a sugerir que cobraba también una comisión?
El reloj indicaba que debíamos emprender el regreso, así que todos, como masa aborregada fuimos hasta dónde nos esperaba el autocar para llevarnos a Gante.
Segunda visita
Segunda visita
La segunda visita a Brujas la hicimos dos días después, esta vez por nuestra cuenta y para dedicarle una jornada completa.
La cantidad de trenes que salen de la estación de Bruselas nos jugó una mala pasada, pero ¿hay alguien que no haya tenido algún contratiempo en un viaje?.
El caso es que al comprar los billetes preguntamos a que hora salía el tren y de cual andén. “A las 09.17 en el 9”, fue la respuesta. Llegamos al andén con tiempo suficiente y a la hora prevista –minuto más, minuto menos- apareció un tren. Subimos y emprendimos el viaje de una hora.
Habíamos salido ya de Bruselas y estábamos cómodamente sentados cuando en un extremo del vagón apareció el guarda uniformado que nos hizo recordar al capitán Dreyfus de la película Casablanca. Le entregamos los billetes y acto seguido comenzó a mover la cabeza de un lado a otro. Algo iba mal.
En inglés, idioma que todos parecen dominar, nos dijo que ese tren no iba a Brujas. “Pero subimos en el andén y horario que nos dijeron”, argumentamos. “En las doce vías sale un tren cada dos minutos. Debían haber tomado el que venía atrás”, explicó.
-Y ahora que hacemos? Bajamos y subimos al que viene atrás?
- Ahora no puede ser. Se desvió por otro ramal
- ¿Y? ¿What shall we do?
- No hagan nada. Quédense sentados y disfruten del paisaje. Yo les avisaré cuando lleguemos a Gante y allí podrán tomar otro hacia Brujas.
Así era la cosa. Le hicimos caso y disfrutamos de la campiña belga, con campos delimitados en parcelas pequeñas y perfectamente cuidadas, dónde pastaban algunas vacas que aparentemente no pasaban hambre pues todo era una alfombra verde salpicada de árboles y pequeñas casas.
Al llegar a Gante, después de un viaje de 45 minutos, apareció “Dreyfus” y nos dijo que bajáramos y subiéramos al tren que se hallaba en el andén opuesto, el cual partió a los cinco minutos. Ya escarmentados, preguntamos a tres personas distintas si íbamos a Brujas. Sin más contratiempos llegamos a Brugges por segunda vez, ahora con cielo despejado y con más tiempo para conocerla mejor.
El caso es que al comprar los billetes preguntamos a que hora salía el tren y de cual andén. “A las 09.17 en el 9”, fue la respuesta. Llegamos al andén con tiempo suficiente y a la hora prevista –minuto más, minuto menos- apareció un tren. Subimos y emprendimos el viaje de una hora.
Habíamos salido ya de Bruselas y estábamos cómodamente sentados cuando en un extremo del vagón apareció el guarda uniformado que nos hizo recordar al capitán Dreyfus de la película Casablanca. Le entregamos los billetes y acto seguido comenzó a mover la cabeza de un lado a otro. Algo iba mal.
En inglés, idioma que todos parecen dominar, nos dijo que ese tren no iba a Brujas. “Pero subimos en el andén y horario que nos dijeron”, argumentamos. “En las doce vías sale un tren cada dos minutos. Debían haber tomado el que venía atrás”, explicó.
-Y ahora que hacemos? Bajamos y subimos al que viene atrás?
- Ahora no puede ser. Se desvió por otro ramal
- ¿Y? ¿What shall we do?
- No hagan nada. Quédense sentados y disfruten del paisaje. Yo les avisaré cuando lleguemos a Gante y allí podrán tomar otro hacia Brujas.
Así era la cosa. Le hicimos caso y disfrutamos de la campiña belga, con campos delimitados en parcelas pequeñas y perfectamente cuidadas, dónde pastaban algunas vacas que aparentemente no pasaban hambre pues todo era una alfombra verde salpicada de árboles y pequeñas casas.
Al llegar a Gante, después de un viaje de 45 minutos, apareció “Dreyfus” y nos dijo que bajáramos y subiéramos al tren que se hallaba en el andén opuesto, el cual partió a los cinco minutos. Ya escarmentados, preguntamos a tres personas distintas si íbamos a Brujas. Sin más contratiempos llegamos a Brugges por segunda vez, ahora con cielo despejado y con más tiempo para conocerla mejor.
Brujas fue en el siglo XVI o XVII un importante centro dedicado al comercio de los diamantes y del tejido. De allí salieron los mejores talladores de la época, especialidad que luego pasó a Amberes, actualmente el mayor centro mundial. Pero no vamos a hablar de la historia de esta ciudad, sino de cómo la vimos en esta visita. Sólo algún dato tangencial para ilustrar mejor un concepto. Tampoco se trata aquí de copiar gran cantidad de datos obtenibles en cualquier guía de turismo.
Evidentemente, nada había cambiado. Turistas yendo y viniendo por calles en las que carruajes tirados por caballos compartían el espacio con los vehículos motorizados y japoneses en bloque.
Evidentemente, nada había cambiado. Turistas yendo y viniendo por calles en las que carruajes tirados por caballos compartían el espacio con los vehículos motorizados y japoneses en bloque.
Observamos la torre-campanario y en ningún momento se nos pasó por la cabeza subir los 366 escalones para contemplar las “maravillosas vistas”. Si alguien lo hizo que mande fotos. Dicha torre puede verse al fondo de la primera fotografía de esta nota.
Visitamos los museos del Chocolate y del Diamante para que la visita fuese más completa. En el del Chocolate asistimos a una demostración de cómo se fabrica el producto. La persona encargada de la demostración preguntó previamente a los presentes de que país procedía y a continuación procedió a explicar en cinco o seis lenguas diferentes todas las fases del proceso. Admirable sin duda.
En el Museo del Diamante no hubo demostración así que nos limitamos a conocer las maquinarias primitivas para el procesamiento de ese mineral y pudimos ver algunas joyas famosas como el anillo que el príncipe de Mónaco, Rainiero, regaló a Grace Nelly y la perla que Richard Burton obsequió a Elizabeth Taylor. Me imagino que eran réplicas. De todas maneras, las joyas no me emocionan.
No sentimos esa sensación tan enraizada en otras personas, de que Brujas es una ciudad de cuento de hadas, sino una con muchos detalles del medioevo muy bien preservados y que sin duda atrae y seguirá atrayendo a miles de turistas cada año.
La visita estaba cumplida, fue interesante, pero quedó despojada de esa aureola idílica que la había precedido.
En el Museo del Diamante no hubo demostración así que nos limitamos a conocer las maquinarias primitivas para el procesamiento de ese mineral y pudimos ver algunas joyas famosas como el anillo que el príncipe de Mónaco, Rainiero, regaló a Grace Nelly y la perla que Richard Burton obsequió a Elizabeth Taylor. Me imagino que eran réplicas. De todas maneras, las joyas no me emocionan.
No sentimos esa sensación tan enraizada en otras personas, de que Brujas es una ciudad de cuento de hadas, sino una con muchos detalles del medioevo muy bien preservados y que sin duda atrae y seguirá atrayendo a miles de turistas cada año.
La visita estaba cumplida, fue interesante, pero quedó despojada de esa aureola idílica que la había precedido.
Las hadas sólo existen en los cuentos.
(Fin de la serie Impresiones de viaje – Bélgica).
(Fin de la serie Impresiones de viaje – Bélgica).
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2 comentarios:
Fascinante!!! Gracias por el "disfrute" provocado por el "recorrido" que nos brindaste. Cariñosamente.
Gracias Marta por tu constante apoyo que mucho valoro. Quienes hacemos un blog sabemos cuanto signfica que el apartado "Comentarios" no quede en un ominoso cero. Una línea o un par de palabras basta para saber que hemos interconectado con alguien que, sin saberlo, nos carga las pilas. Abzs.
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