José Trepat
Un par de días atrás, frente a un kiosco de revistas, me topé con la portada de la revista española de actualidad, Tiempo, en la que se veían las fotos de varias personalidades de la política, la realeza y la economía, con un denominador común: iban a encontrarse en otra de las reuniones anuales del “misterioso” club Bilderberg.
Desde hace años, este grupo privado, “pero no secreto” ejerce sobre mí una fascinación especial por el halo de misterio que rodea sus actividades, las que a poco que uno trate de averiguar en que consisten, descubre que la razón de sus existencia parece ser la de intentar manipular y conducir los destinos de la humanidad, nada menos.
Loable propósito si sus intenciones fuesen buenas, pero como saberlo si sus participantes no lo dicen, y ni siquiera admiten que han asistido o asistirán a esas reuniones que ni siquiera son reflejadas por los principales medios de información mundiales. Y no es porque no tengan conocimiento de las mismas.
En la era de la información, dónde uno se entera de lo que hace o deja de hacer hasta el más insignificante personaje público, me resulta sumamente llamativa esta especie de confabulación periodística para retacear de manera tan evidente la cobertura de este acontecimiento anual que viene reiterándose desde que el Club Bilderberg fue creado en 1954 por iniciativa de Joseph Ratinger y el príncipe Bernardo de Holanda, con el propósito de fomentar el entendimiento entre Europa y los Estados Unidos.
Recordemos que Ratinger es el fundador del Movimiento Europeo, que más tarde desencadenó en la formación de la Unión Europea.
Es evidente que razones muy poderosas habrá para que los diarios españoles no se hagan eco, por ejemplo, de que nada menos que la reina Sofía habrá de asistir a tal o cual reunión del Grupo Bilderberg. Puede admitirse que al no tener información oficial, los medios prefieran no especular sobre la agenda de la soberana. (Siempre hay filtraciones y la prensa se entera de lo que quiere).
En este caso tomado como ejemplo, evidentemente no quiere enterarse, y lo mismo ocurre con otros políticos y economistas que suelen asistir a esos cónclaves. Algo similar ocurre con los medios informativos de los otros países de los que parten las aproximadamente 150 personalidades de renombre que se dan cita cada año en distintas ciudades del mundo.
También es llamativo que periodistas de prestigio decidan evitar en sus columnas de opinión este acontecimiento que no parece una cosa menor, si tenemos en cuenta que de esas reuniones secretas salen, entre otras cosas, los nombres de los candidatos a presidente que los ciudadanos votarán luego candidamente. Bill Clinton admitió haber asistido en 1991 a una de los encuentros, un año antes de ser elegido presidente, y el nombre de Barak Obama surgió en la reunión de los Bilderbergs de 2008 en Virginia, según la nota de la revista Tiempo, una de las excepciones en cuanto a medios. Seguramente habrá otras.
Desde hace años, este grupo privado, “pero no secreto” ejerce sobre mí una fascinación especial por el halo de misterio que rodea sus actividades, las que a poco que uno trate de averiguar en que consisten, descubre que la razón de sus existencia parece ser la de intentar manipular y conducir los destinos de la humanidad, nada menos.
Loable propósito si sus intenciones fuesen buenas, pero como saberlo si sus participantes no lo dicen, y ni siquiera admiten que han asistido o asistirán a esas reuniones que ni siquiera son reflejadas por los principales medios de información mundiales. Y no es porque no tengan conocimiento de las mismas.
En la era de la información, dónde uno se entera de lo que hace o deja de hacer hasta el más insignificante personaje público, me resulta sumamente llamativa esta especie de confabulación periodística para retacear de manera tan evidente la cobertura de este acontecimiento anual que viene reiterándose desde que el Club Bilderberg fue creado en 1954 por iniciativa de Joseph Ratinger y el príncipe Bernardo de Holanda, con el propósito de fomentar el entendimiento entre Europa y los Estados Unidos.
Recordemos que Ratinger es el fundador del Movimiento Europeo, que más tarde desencadenó en la formación de la Unión Europea.
Es evidente que razones muy poderosas habrá para que los diarios españoles no se hagan eco, por ejemplo, de que nada menos que la reina Sofía habrá de asistir a tal o cual reunión del Grupo Bilderberg. Puede admitirse que al no tener información oficial, los medios prefieran no especular sobre la agenda de la soberana. (Siempre hay filtraciones y la prensa se entera de lo que quiere).
En este caso tomado como ejemplo, evidentemente no quiere enterarse, y lo mismo ocurre con otros políticos y economistas que suelen asistir a esos cónclaves. Algo similar ocurre con los medios informativos de los otros países de los que parten las aproximadamente 150 personalidades de renombre que se dan cita cada año en distintas ciudades del mundo.
También es llamativo que periodistas de prestigio decidan evitar en sus columnas de opinión este acontecimiento que no parece una cosa menor, si tenemos en cuenta que de esas reuniones secretas salen, entre otras cosas, los nombres de los candidatos a presidente que los ciudadanos votarán luego candidamente. Bill Clinton admitió haber asistido en 1991 a una de los encuentros, un año antes de ser elegido presidente, y el nombre de Barak Obama surgió en la reunión de los Bilderbergs de 2008 en Virginia, según la nota de la revista Tiempo, una de las excepciones en cuanto a medios. Seguramente habrá otras.
Según el Baron Healy, ex Secretario de Defensa de Gran Bretaña y miembro por 20 años de los Bilderberg, el grupo se formo para evitar la constante y absurda lucha entre los diversos potentados: "Decir que estáabamos en búsqueda de un gobierno mundial es exagerado, pero no totalmente equivocado. Aquellos de nosotros en Bilderberg sentíamos que no podíamos seguir peleándonos por nada. Así que creímos que formar una única comunidad a lo largo del mundo era una buena idea".
Esta explicación, consignada en la nota de Tiempo, es una de las pocas que se han podido recoger y ayuda a entender un poco más cual es el propósito de sus miembros, pero no es suficiente dada la profusión de diarios y revistas que hay en el mundo.
¿Por qué realizar estos encuentros en secreto si a la postre quienes quieran enterarse se enterarán? ¿Será por qué algunos o muchos de los participantes no gozan de la simpatía popular, como por ejemplo el genocida de Vietnam Henry Kissinger, cerebro también de muchos golpes militares en América latina? ¿O por qué otros nombres incluyen a los Rockfeller o los Rothschild, de quienes no se espera que sus decisiones favorezcan a los empobrecidos de este mundo?
Mi interés por saber algo más del Club Bilderberg (nombre del hotel en el que se decidió su creación) aumentó después de haber leído hace algunos años el libro del periodista y escritor Daniel Estulin, al que en ese momento consideré un tanto fantasioso y oportunista.
Con el tiempo mi opinión fue cambiando hasta que en la actualidad, con la ayuda de Internet, sus actividades son cada vez conocidas y están más al alcance de todos. Al mismo tiempo queda en evidencia la extraña falta de información por parte de los diarios. Como suele decir el periodista argentino Samuel Gelblung: “esto es muy raro”.
El Club o Grupo Bilderberg tiene previsto su próximo encuentro entre el 3 y el 6 de junio en la localidad española de Sitges, cerca de Barcelona. Estaré atento en los días previos y posteriores, para ver si los medios españoles se enteran de su existencia.
La noticia es que 150 personas pretenden crear un nuevo orden mundial, o debería llamarse una dictadura mundial para 6.000 millones de congéneres?
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