9 de junio de 2010

Autobuses y "colectivos"


José Trepat

Un viaje reciente en un autobús de Mataró fue el pistoletazo de partida de esta nota que, una vez más, recurre al archivo de la memoria.

Esta vez tiene un protagonista muy especial, cuya dimensión podrán apreciar cabalmente solo quienes cargan muchos años en la mochilla y hayan vivido en la década de 1950 y parte de 1960 en Buenos Aires. Se trata de recordar con no poca admiración a un modesto trabajador público: el "colectivero" argentino.

El moderno autobús en el que viajaba, calefaccionado en invierno y refriegerado en verano, perteneciente a una de las ocho líneas que sirven en Mataró, se había detenido en una de las estrechas calles en las que los vehículos aparcan a ambos lados.

Los autobuses tienen un espacio de luz de menos de 10 centímetros a izquierda y derecha para poder circular, siempre y cuando los coches estén bien aparcados. Este no era el caso; un vehículo invadía apenas la via de paso del autobús; dejaba un espacio demasiado ajustado. Por lo menos así lo consideró el chófer.

Con parsimonia detuvo la marcha y presionando un botón del tablero puso el punto muerto. Estos autobuses tiene caja automática así que lo único que hacen los choferes es pisar el acelerador, el freno y conducir, además de abrir y cerrar las puertas. Los pasajeros ascienden por adelante y pagan el viaje introdeuciendo un ticket en una pequeña caja que imprime en el mismo ticket los viajes que van quedando.

Los viajeros no tienen necesidad de hablar con el conductor vestido impecablemene con camisa blanca y pantalón azul. Un cartel anuncia que no se lo debe distraer mientras conduce, a ver si le sube la tensión!.

Pues bien; el hombre se repantigó en su asiento y a través de un teléfono móvil se comunicó con su central para informar sobre la detención que le impediría cumplir con los horarios establecidos en cada una de las paradasm y a la vez para que desde la central se diese aviso a la grua municipal para que retirase el coche mal aparcado.

En el interín podría suceder que el propietario de ese coche volviera y normalizase la situación. Mientras esto ocurría, el chofer del autobús extendió sobre el tablero un periódico del día y comenzó a hojearlo sin dar muestras de estrés alguno; ya había hecho lo suyo y lo único que quedaba era esperar junto con los pasajeros, que no podrían descender ya que las puertas solo se abren en las paradas; ni un metro antes ni un metro después. Son las normas.

Mientras observaba al chofer, con el mentón apoyado en la palma de la mano y absolutamente distentido, acudió a mi mente una imagen totalmente distinta, en las antípodas de lo que estaba viendo: la de un morocho de recia estampa con la camisa abierta y un botón que resistía la presión de un prominente abdomen mientras rios de sudor le caían del rostro y se abrían peso entre los hirsutos pelos del pecho.

Él sí que lo tenía difícil. Se le había confiado uno de esos antiguos "colectivos" de pasajeros de aquella época, cuya entrada y salida se hacía por la única puerta delantera. Más adelante en el tiempo hubo cambios y ahora modernos autobuses circulan por las calles de Buenos Aires, pero aquí estamos hablando de esos años y de esos héroes multiuso.

Lo de carril bus no existía y cada uno circulaba por donde veía un espacio, ya sea por el medio de la calzada o en continuo zig zag. Las paradas se hacían donde se podía, ya sea a mitad de cuadra o a dos metros de la acera. Los pasajeros muchas veces subían o bajaban con el vehículo en marcha, y si estaba lleno no quedaba otro recurso que colgarse en los pasamanos apoyando un solo pie en el estribo, rogando que el colectivo no rozara ningún otro vehículo, so pena de ser arrancado del racimo humano. Esto es verdad, lo cuento porque lo viví.

Imaginemos una parada normal en una esquina. El pasajero sube después de permitir -a veces- que otros bajen. Una vez arriba, hay que pagar el viaje. Se indicaba al chofer la calle de destino y éste inmediatamente sabía cual de los 14 boletos debía cortar de la máquina expendora ya que el precio estaba dividido por secciones.

El colectivero cortaba el boleto, recibía el dinero y daba el cambio con su prodigiosa mano derecha con la que debía también efectuar los cambios de marcha y contener al pasajero que estaba a punto de desplomarse sobre el tablero debido a la presión de los demás. "Un pasito atrás por favor", decía centenares de veces por día, a lo cual se hacía caso omiso pues todos querían estar cerca de la puerta descenso.

Con la mano izquierda sostenía el volante y el cigarrillo.

Los primeros calcetines y el chupete del hijo colgaban delante del gran espejo que le permitía ver todo el interior del vehículo aunque parte del mismo estaba tapado por fotos de Carlos Gardel y del escudo o bandera de su club de fútbol.

El diálogo con los pasajeros era constante, ya sea por discusiones, frenadas bruscas o comentando algún partido de fútbol.



Un poco de historia

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Los historiadores y memoriosos dicen que el "colectivo" porteño fue creado en el año 1928 por un grupo de taxistas, en base a una experiencia que había dado buenos resultados.

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Los fines de semana algunos colegas salían con sus taxis llevando hasta seis pasajeros para cubrir recorridos que se habían hecho rutinarios, como desde el hipódromo o canchas de fútbol hasta el centro de la ciudad. Cobraban según el tramo.

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Así se puso en marcha este servicio y la aceptación que tuvo hizo que se introdujeran cambios en el carrozado de los vehículos para darles mayor capacidad. De allí en más este medio de transporte creció vertiginosamente hasta la actualidad.

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El colectivero argentino imprimió un sello personal a un oficio hoy tan generalizado.


Si extrapolamos al chofer de autobús de Mataró a esa época y esas tareas múltiples, no quiero ni pensar hasta donde llegaría su hipertensión, y en el caso inverso, un colectivero al volante de un autobús actual algo tendría que inventarse para no morirse de aburrimiento.

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2 comentarios:

martagbp dijo...

Muy linda y acertada nota, con algo de reminiscencias infanto-juveniles, para mí. Cariños.

Ana dijo...

Muy real! Qué diferentes son algunas cosas entre allá y acá...No mejores ni peores, diferentes y propias! Me gusta!!