No sé si será por la súper abundancia de textos a mi disposición o las condiciones que impone una internación hospitalaria, pero en las últimas semanas aparentemente perdí la paciencia cuando un libro no me “atrapó”, así que lo hice a un lado y me zambullí en otro de los muchos textos que se pueden guardar en uno de esos modernos e-books.
Da la impresión de que el lector (en este caso yo) está siendo condicionado por este flamante artilugio que, por otra parte, está haciendo desaparecer esa relación de amistad que el lector solía forjar con el libro en su formato tradicional, el de toda la vida.
Algo de eso ocurre. Con la excusa de que hay que seguir el consejo de Jorge Luis Borges (“si un libro no te gusta déjalo”), el lector se deja vencer por la ansiedad, y si lo que está leyendo no lo enganchó de entrada, comienza la lectura de otro título, tocando tan solo un par de botones. Es así de facil; quizás en algún momento vuelva al texto anterior, pero por ahora ha sido enviada al cadalso.
Casi al azar, para este período de convalecencia, busqué textos fáciles y el primero que se me apareció fue El profesor, de John Katzenbach. Empecé a leerlo con mucho interés, ya que previamente le había hincado el diente a siete novelas de este autor de best-sellers, la primera de las cuales, El psicoanalista, me pareció realmente buena.
Pero después de un comienzo prometedor, poco a poco el interés se fue diluyendo, no por la escritura ágil y precisa de Katzenbach, sino porque la trama argumental me parecía cada vez más inverosímil y que iba perdiendo contacto con una realidad “creíble”. Llegué sin embargo hasta la mitad del libro, pero de golpe me dije ¡basta!, no me interesa lo que me estás contando; con tantos textos valiosos que circulan por ahí no voy a seguir perdiendo MI tiempo. Las mayúsculas son para enfatizar que es una opinión personal; a otras personas podrá gustarle este libro.
No sé si con Katzenbach ocurrió lo mismo que con otro autor de best-sellers, el estadounidense John Grisham, quién después del éxito de sus primeras novelas –que leí todas- como Tiempo de matar, El cliente, La firma, etc. firmó un contrato con una editorial para sus siguientes seis novelas, de las cuales no había escrito ninguna todavía!. Se me ocurre que estas urgencias en cuanto a plazos de entrega tienen que repercutir forzosamente en la calidad de las obras. . En fin, así funciona el mercado: tómalo o déjalo.
Otro libro que empecé y no terminé es El monstruo de Florencia, del autor de best sellers Douglas Preston, que aquí relata un hecho real en colaboración con el periodista italiano Mario Spezi. Se trata de una truculenta historia de asesinatos que se lee con interés pero no tuve la paciencia necesaria para llegar al final, tal vez porque no se revela la identidad del verdadero asesino, o sea, una historia policial aparentemente sin culpable. El libro está bien escrito; ninguna objeción.
Otro texto voluminoso que acabo de dejar es Insomnia, de Stephen King, autor de excelentes novelas (las primeras, como siempre), pero que también ha ido perdiendo fuerza. No sé cual es su sistema de escritura pero tiene tantos libros que ni él mismo debe conocer el número. Su producción enfermiza (algunos fueron escritos con seudónimo para no saturar el mercado con el nombre Stephen King), no siempre aportó títulos recomendables. Insomnia se estira, se estira y son muchas páginas, así que resolví aparcarlo; tal vez algún día retome la lectura.
No todo han sido fracasos con los libros “largos”, ya que sigo avanzando sin prisa y sin pausa con La gran guerra por la civilización, del periodista Robert Fisk, y El Evangelio según Jesucristo, del gran José Saramago. Ambos satisfacen plenamente mis apetencias en materia de lectura y seguiré hollando esos textos sin urgencias.
Otro que estoy por concluir –éste mediante el sistema de audiolibro- es Las legiones malditas, segundo tomo de una trilogía de Santiago Posteguillo sobre Escipión el africano. Igual que el primer libro de la serie, Africanos, el hijo del cónsul, Las legiones malditas es muy recomendable.
Y para terminar, dos excelentes relatos cortos del gran escritor austríaco Stefan Zweig: La colección invisible, y Una carta.
No hace falta ser un gran intelectual para darse cuenta de que Stefan Zweig es un escritor con mayúsculas. En estos dos relatos cortos las anécdotas son simples pero están muy bien elaboradas y su lectura se convierte en un placer. Por lo menos esa es mi percepción.
- José Trepat
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3 comentarios:
A José:me gustó la nota y creo que vamos a leer(con Marta) el de Saramago. Una pregunta:la foto de Stefan Zweig no es la de tu cuñado? Amén.
Sí, cuando tenía pelo. Lo encontrás parecido porque son de la misma época.
Caballeros, no es serio en un Block , serio y dedicado a la cultura, andar chichoneando y metiendose con mi marido, ojito.....
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