8 de septiembre de 2011

Desconocidos y mal pagados



Hombre o mujer, esto vale para ambos

¿Conoces o has oído hablar de estas personas?
Rosalía Vázquez
Marta Rebón
Rafael Santos Torroella
Nemesio Fernández Cuesta
Jesús de la Torre
Carlos Millá
Fernando Anselmi.... la lista podría ser interminable.

¿Alguien los vio en algún programa de televisión o en una entrevista periodística?

Pero hemos oído hablar, y bastante, de:
Ken Follett (Los pilares de la Tierra)
Vassili Grossman (Vida y destino)
Ernst H. Gombrich (La historia del arte)
Victor Hugo (Los miserables)
Charles Dickens (Almacén de antigüedades)
Colleen Mccullough (El caballo de César)
Giovanni Guareschi (Don Camilo)

Entre ambos, aunque no se conozcan, hay una relación directa; los primeros son, respectivamente, los traductores de los que figuran en la segunda lista. A ambos los une un objetivo común: hacer llegar el contenido de un libro a los lectores (en este caso los de habla castellana). Los escritores los han creado en sus propias lenguas, y los traductores, a su vez, deben recrearlos y vertirlos en otro idioma, tarea nada fácil y poco reconocida, si nos atenemos a la miseria que se les paga.

Esta explicación de lo que hacen unos y otros es una perogrullada, pero vale como introducción al tema de esta nota, que pretende ser un reconocimiento a esos personajes casi anónimos que tanto hacen para la difusión de la cultura.

Los lectores valoramos y agradecemos una buena traducción que resalte la calidad literaria del texto original, y causa indignación que a veces el nombre del traductor ni siquiera se incluye, como es el caso de un voluminoso tomo de obras completas del formidable escritor austríaco Stefan Zweig. La prosa vertida al español es un deleite para el lector que ni siquiera sabe quién la tradujo.

No todos los casos son así y en algunos casos el anonimato no es tal, sino que a veces el nombre del traductor tiene tanta relevancia como el del escritor. Tales son los casos de Jorge Luis Borges (eterno candidato al Premio Nobel, antes de su fallecimiento) y de Julio Cortázar. Sea por admiración al autor de la obra -Joyce, Dickens, Kafka, etc.- o por meras razones económicas en algún momento difícil de sus vidas, Borges y Cortázar dieron realce a la tarea del traductor, como también lo hicieron otros nombres consagrados de la literatura universal.

El aporte de Borges a la traducción fueron más de 40 títulos de autores de habla inglesa, algunos alemanes y pocos frances, mientras que Cortázar también dejó su sello, haciendo traducciones entre capítulo y capítulo de su propia obra creativa. Un título que me viene a la mente: Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar.

Un ejemplo de "comunión" perfecta entre escritor y traductor lo dan José Saramago y Pilar del Río, su traductora oficial y esposa en la vida real. Relación ideal, porque más de una vez el traductor habrá querido preguntarle al escritor, qué quiso decir exactamente en un párrafo determinado. Pilar del Río, en ese sentido, lo tenía muy fácil.

Cuando un libro me ha gustado, tento la costumbre de fijarme en el nombre del traductor, aunque no más sea para enviarle un agradecimiento mental, y lo lamento cuando ha sido obviado -como en el caso de Stefan Zweig.

Definido como un "extraño oficio fronterizo lleno al mismo tiempo de ambigüedades y de rigor", el difícil trabajo del traductor debería tener un mejor reconocimiento, aunque sea para alimentar un poco su ego, ya que del bolsillo ni hablemos.

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