2 de noviembre de 2011

Tengo un amigo




Hay un escritor vivo, contemporáneo, miembro de la Real Academia Española, y sin pelos en la lengua, como debe ser, al que he convertido en amigo. Habrá otros/otras con estas mismas características, pero hoy quiero referirme a éste en particular, por todo lo que me aporta diariamente, y me seguirá aportando, a menos que se metamorfosee en alguna otra cosa.

Es un hombre que a pesar de su vasto bagaje cultural, no trepida en descender al llano y hablarnos a nosotros, sus lectores, con las palabras que se utilizan en la vida cotidiana, sin detenerse a pensar si lo que dice es políticamente correcto o si ofende a alguien. Por el contrario, parece que le agrada eso de ofender, sobre todo si el destinatario de sus “insultos” se ha hecho acreedor a ellos.

Ha sido corresponsal de guerra en muchos conflictos internacionales, o sea que cuando habla de las miserias humanas –y también grandezas- sabe lo que está diciendo. Más de una vez, sus escritos resumen lo que uno hubiese querido decir, pero carece de medios y auditorio. Debemos conformarnos con leerlo y pensar “que suerte, éste piensa como yo”, o, “yo pienso como él”. Este sentimiento se hace más ostensible cuando escribe sin tapujos sobre las mentiras y falsedades de algunos políticos, o de personalidades de otras esferas.

Se trata de Arturo Pérez-Reverte, creador del capitán Alatriste, la serie novelística más emblemática de la literatura española actua, y autor de un considerable número de novelas sobre hechos históricos del pasado de España, indispensables, diría, para conocer más y mejor el pasado de este país complejo y fascinante.

No solo libros escribe el hombre. Sobre mi mesita de noche, junto a mi cama, descansa un libro cuyo título resume el contenido: Sin ánimo de ofender, una recopilación de sus columnas en un semanario dominical, en el que aborda todo lo que se le ocurre con un bienvenido lenguaje directo que divierte, hace pensar, o emociona, según el tenor de la nota en cuestión. Se me ha hecho una rutina leer cada noche una de sus columnas. Este es un ejercicio que recomendaría a todo aquel que no es muy aficionado a zambullirse en libros voluminosos. No me cabe duda que dedicarle pocos minutos diarios servirá para que el lector renuente, se interese cada vez más por abordar otros textos; es una manera de comenzar a leer: primero un par de páginas, y de allí en más, lo que apetezca.

Pérez-Reverte comenzó a publicar sus columnas en 1993 y desde entonces tiene más de cuatro millones de lectores semanales. Tantos no pueden equivocarse. El volumen que tengo en mi poder corresponde a los artículos escritos entre 1998 y 2001, pero no es el único. Tampoco es el primero en matizar su carrera literaria con estas columnas. Lo precedieron Miguel de Unamunu, Pío Baroja, Azorín o Valle-Inclán.

Pérez-Reverte describe así lo que hace con tanta pasión: “Escribiendo detesto menos el mundo, me detesto menos a mí mismo, me reconcilio con las cosas buenas porque yo creo en el mundo a mi manera”. El prólogo del libro que me espera cada noche dice que su cometido es “poner de manifiesto aquellas conductas en las que prevalece la mediocridad, la hipocresía, la falsedad, la brutalidad humana”. Estoy de acuerdo en todo.

El periodista-escritor y miembro de la Real Academia, centra sus artículos en la realidad española, cuya sociedad recibe los mandobles de este “fiscal” que no cree en eso de barrer la basura debajo de la alfombra, por el respeto que se debe tener a la bandera y bla, bla, bla.

El libro al que se refiere esta nota es un volumen de 500 páginas en tapa blanda, que no debe superar el costo de dos cajetillas de cigarrillos. A los jóvenes que son el futuro del país, la esperanza del mañana, etc. etc.: llévense este libro a casa y comiencen a conocerlo. Sigan quejándose de la realidad pero hagan algo para cambiarla. Estos textos nos activan las neuronas.
- José Trepat

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