27 de diciembre de 2011

Sucedió en Capadocia (II)



Segunda parte

Para la siguiente visita, el autocar aparcó a unos 100 metros de lugar de destino y el grupo debía continuar a pie subiendo una cuesta bastante pronunciada que no permitía el paso de vehículos. Los turistas emprendieron la marcha animosamente, pero José optó por quedarse en el vehículo. “Me siento cansado; andá y después me contás” le dijo a su compañera. No entendía por qué los demás derrochaban energía y él no se veía en condiciones. ¿Qué me está pasando?, se preguntó mientras aguardaba el regreso del grupo. Nunca antes había experimentando una sensación similar y no entendía la causa. Algo en su organismo estaba fallando.

 El enemigo se prepara para el ataque

El programa del día siguiente consistía en un paseo en barco por el estrecho del Bósforo y la visita al Palacio de Galatasaray. La primera parte se cumplió normalmente y cuando el grupo debía ingresar al Palacio para visitar sus dependencias, José decidió quedarse sentado en un banco de los jardines externos pues habría que subir escaleras y, otra vez, no se veía con ánimos para hacerlo. Lo mismo ocurrió en el Museo de Arqueología. Esperó a Beatriz sentado en un banco mientras ella hacía el recorrido a la par de los demás. El enemigo invisible ya estaba actuando.

 Los días en Estambul habían llegado a su fin. A la mañana siguiente, el grupo se dividió en dos; una parte viajó muy temprano con la guía, hasta Ankara, y la otra, en la que estaban Beatriz y José, hizo lo mismo horas después, acompañados por otro guía, un búlgaro de mediana edad que se esforzaba ostensiblemente para que su castellano fuese bastante aceptable. En Ankara esperaba un autocar que los trasladaría hasta la región de Capadocia, segunda y última parte de la gira. Al no tener que caminar casi nada, esa jornada fue de “descanso” para José.

El guía búlgaro que vio alterada
su rutina

 La mañana se presentó soleada y con cielos despejados, ideal para una excursión al aire libre. José creía haber superado los problemas de fatiga después de la tranquila jornada de la víspera. Desayunados y con buen ánimo, los turistas se acomodaron en el autocar y emprendieron camino hacia la Pequeña Capadocia. El día siguiente, penúltimo del viaje, seria dedicado a la Gran Capadocia.

 Durante el trayecto de menos de una hora, el guía explicó que Capadocia se caracteriza por tener una formación geológica única en el mundo, y por su patrimonio histórico y cultural. Algunas civilizaciones antiguas florecieron aquí, como la hitita, y otras procedieron de civilizaciones europeas o de otras regiones de Asia Menor. Todas han dejado su huella cultural en Capadocia.

A medida que se aproximaban, los visitantes observaban como la tierra del lugar, llamada toba calcárea había adquirido formas caprichosas tras millones de años de erosión. Pero, al mismo tiempo, era lo suficientemente débil para permitir que el ser humano construya sus moradas escarbando en la roca, en vez de erigir edificios. De esta forma, los paisajes lunares están llenos de cavernas, naturales y artificiales, muchas de las cuales continúan habitadas. Ese era el objetivo de la visita de ese día.

El autocar aparcó en el sitio reservado para los vehículos y los turistas debían recorrer el lugar a pie subiendo y bajando cuestas empinadas. “Yo los espero aquí abajo. Cuando vuelvan nos encontramos” le dijo José a Beatriz, pues notaba dificultades para respirar normalmente. Dicho y hecho. Durante la espera se entretuvo tomando fotografías de las curiosas construcciones; era lo único que podía hacer. El esfuerzo de subir cinco o seis escalones era demasiado y entonces decidió que al regresar al hotel consultaría a un médico.

La fábrica de alfombras 

 El grupo regresó a pie al aparcamiento y eso también lo fatigaba. Lo que más le apetecía era ubicarse en su asiento y quedarse allí el resto del día. Pero no era posible; había que cumplir con el programa y la siguiente parada, antes del almuerzo, era una fábrica de alfombras, en un sitio algo apartado. Un empleado de la empresa explicó el proceso de fabricación y acto seguido un enjambre de vendedores se lanzó sobre los visitantes intentando hacer la mayor cantidad de ventas posibles.

El peor momento

José y Beatriz buscaron la salida, que estaba en lo alto de unos 30 escalones. A José le parecieron 300. Al poner pie en el último, su resistencia de derrumbó. Buscó la puerta de salida y allí, sentado en una mesa, los esperaba el guía. José se le acercó, le puso una mano en el hombro y sólo atinó a decir: “Necesito un médico!”. (Continuará)
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3 comentarios:

martagbp dijo...

Qué lindo poder contarlo!!!!!!!!!!!!

flaco dijo...

Que lindo poder contarlo como dice Marta, pero apurate a seguirlo....ya que creaste un clima de suspenso, que aunque sabemos el final como en las películas, lo más jugoso son los pormenores de la historia.

jose trepat dijo...

En una sola entrega quedaba muy largo, tal vez difícil de digerir. Gracias Flaco y Marta por la presencia aquí. Sds.