28 de diciembre de 2011

Sucedió en Capadocia (III)


Tercera parte (conclusión)

El guía abrió los ojos, las venas del rostro comenzaron a hinchársele, y debe haber pensado en búlgaro o turco: “zas! éste me arruinó el programa”. Un hombre que estaba sentado junto a él se levantó de inmediato. José se dejó caer en la silla y comenzó a jadear. Los restantes miembros del grupo se acercaron rápidamente y entre ellos, una enfermera –aquí hubo un poco de suerte- se hizo cargo de la situación. “Rápido, una aspirina. ¿Tiene alguien una pastilla de nitroglicerina? Un hombre se adelantó y le entregó una (otra dosis de suerte). José se la colocó debajo de la lengua, por orden de la enfermera, y la vista comenzó a nublársele mientras buscaba con la mirada a Beatriz. Ella estaba allí, claro! “Mi bolso”, le dijo José. Ella tomó el bolso y no lo soltaría durante el resto del día.

“Traigan una silla de ruedas y llamen una ambulancia”, ordenó la enfermera con voz firme y sin perder la calma, mientras tomaba la mano de José y procuraba darle ánimos. “Tranquilo, relájate y trata de respirar normalmente”. El guía comenzó a hacer llamadas desde su teléfono móvil, visiblemente nervioso. “Querrrridos….compañeros, vamos a esperar a la ambulancia y seguimos luego con el progrrram para visitar la posada medieval, que……”. “Que posada medieval ni que leches!”, tronó la enfermera. “Lo que importa ahora es este hombre”.

Los restantes miembros del grupo aguardaban expectantes sin saber que hacer. Nadie sabía de dónde podría llegar una ambulancia. Sin embargo, a los pocos minutos apareció un par de camilleros turcos –un joven y una muchacha- trayendo una silla de ruedas bastante trajinada. Ayudaron a José a sentarse y comenzaron a hacerle preguntas en turco que nadie entendía. Pero por suerte llegó el empleado de la fábrica que había dado la charla y actuó de intérprete.


José no sentía el dolor en el brazo izquierdo, característico de un infarto, sino una opresión en el pecho que le impedía respirar y efectuar el más mínimo movimiento. Estaba prácticamente paralizado pero no había perdido la conciencia. Buscaba con la mirada a Beatriz, que estaba a su lado, y alcanzó a musitarle “saca fotos”. Para fotos estaba la situación. Sólo ella sabe lo que estaba pasando por su mente. En silla de ruedas llegaron hasta la ambulancia. José fue tendido en una camilla revestida de una tela ajada y con manchas y subido al vehículo, que emprendió la marcha a la velocidad que le permitía el camino de tierra. José tenía la cabeza casi colgando y le parecía que estaba en una escena de película en las montañas de Afganistán.

Después de bandazos y sacudidas que se le hicieron eternas, la ambulancia llegó a un puesto sanitario dónde lo esperaban uno o más médicos. La camilla fue bajada rápidamente y, sin demora, José vio como le colocaban los cables para un electrocardiograma. Después de un examen que duró sólo segundos le fueron quitados los cables y lo pasaron a otra camilla de otra ambulancia dispuesta para partir. José sólo pudo atinar a decir “my wife, my wife” (“mi esposa”) cuando pudo verla con el rostro tenso antes de cerrar la portezuela trasera. Le hicieron señas de que ella iría también en la ambulancia.

El vehículo partió a toda velocidad y en el trayecto de unos 20 minutos, José apenas podía pensar en lo que estaba sucediendo; todos sus esfuerzos estaban puestos en respirar, lo que le resultada cada vez más difícil. Era solo un objeto que estaba en manos de los médicos; su suerte dependía de ellos y nada podía hacer. A partir de allí ya no volverían a ver a los miembros del grupo ni al guía, y estaban solos en medio de personas con las que era imposible comunicarse.


Tendido en la camilla, José escuchaba el ulular de la sirena y sentía que la ambulancia iba a gran velocidad. Finalmente se detuvo y las puertas traseras se abrieron. La camilla fue bajada con toda prisa y llevada hasta la Unidad de Cuidados Intensivos de una clínica privada. Entre dos enfermeros lo levantaron y acostaron en una cama rodeada de aparatos y de personal médico que impartía órdenes. El jadeo era ruidoso y entrecortado. Dos enfermeras musulmanas buscaron sendas venas en los dos brazos y le inyectaron el contenido de dos jeringas, mientras otra le colocaba en otra vena de la mano izquierda una cánula para recibir también por allí el contenido de otra jeringa. Al mismo tiempo, una enfermera adicional le hizo tragar un par de pastillas y otra le aplicaba una inyección en el vientre.

El médico turco

Todos esos movimientos debieron haber sido planificados por alguien. Y ese alguien se hizo presente. Entre las numerosas personas que José veía a su alrededor, se abrió paso el que debía ser el jefe médico, a juzgar por su guardapolvo blanco, distinto al de los demás. Era un hombre joven, de bigote y evidentemente turco que se acercó al paciente y en un tono tranquilo y pausado, preguntó a José en inglés (inglés! menos mal!) qué era exactamente lo que sentía. Ese médico era el único vínculo que José tenía para poder hacerse entender. Le dijo que era como si tuviese una viga en el pecho que cada vez le oprimía más en dirección a la garganta. “Ok tranquilo y procure respirar normalmente, poco a poco se sentirá mejor” le dijo en su inglés muy rudimentario que sin embargo para José era música para sus oídos.

Brazo después de la masacre de las enfermeras
 Las enfermeras continuaban inyectando líquido en las venas, y de pronto, José giró la cabeza y vomitó bastante sangre junto con un líquido amarillento. Apenas tuvo tiempo de asustarse porque sólo le preocupaba poder respirar. De pronto, el médico jefe dio unas órdenes. José fue desconectado y pasado a una camilla que empujada por un enfermero fue llevada hasta un tomógrafo. José no podía moverse y hubo que levantarlo para ubicarlo en el aparato. Nuevamente vomitó sangre y ese líquido extraño. Terminada la tomografía de nuevo hacia la UCI y pasado a la cama, dónde se quedó inmóvil.

Al cabo de unos minutos, los jadeos disminuyeron y su respiración comenzó a normalizarse. ¡Qué alivio!. El médico jefe se le acercó preguntando cada tres o cuatro minutos: “Feeling better?” (“Se siente mejor?”). José respiraba de manera casi normal y sintió que lo peor de la crisis había pasado. Más tarde, Beatriz le contó que en un momento dado lo había visto con la mirada fija, sin reconocerla. Se tranquilizó sólo cuando el médico logró la atención de José y le dio el “parte oficial”. “Acaba de sufrir un ataque al corazón, y ha sido muy fuerte. Ha tenido mucha suerte, le peor ya pasó”.

José agradeció íntimamente a la suerte, pero más agradeció a la cadena humana que intervino para salvarle la vida, desde la enfermera española, la persona que llamó a la ambulancia en la fábrica de alfombras, los camilleros, el chofer de la ambulancia, los médicos del ambulatorio, el posterior traslado y sobre todo, las decisiones tomadas por ese joven médico turco al que veía tan tranquilo y seguro de sí mismo. Todo el proceso médico en la UCI había sido organizado por él y de ello había dependido la vida de una persona.

Mientras tanto, Beatriz había seguido expectante todo el proceso con un comportamiento ejemplar, sin perder nunca la calma a pesar del proceso interior que seguramente estaba viviendo, más difícil de sobrellevar que el de su marido, que nada tenía que hacer aparte de someterse a los cuidados médicos. Beatriz, sola en medio de personas que hablaban un idioma desconocido, tuvo que hacerse cargo de todo: ir al hotel, cancelarlo y traer todo el equipaje para instalarse en la clínica, dónde José debería permanecer forzosamente los cinco días siguientes.

Después de superada la crisis, Beatriz se encargó de llamar a los cuatro hijos para darles la noticia, tras haber decidido que nada se les iba a ocultar. La reacción de éstos fue la que cabía esperar. Desde un primer momento se ofrecieron a viajar a Turquía para ayudar en todo lo necesario, pero Beatriz les pidió que no lo hicieran, ya que todo parecía estar bajo control. A partir de ese momento las comunicaciones telefónicas fueron diarias y constantes.

Aparece Medical Assistance

Esta asociación médica –avisados probablemente por la agencia de viajes- estableció contacto con Beatriz y a partir de ese momento, ellos se hicieron cargo de la situación, asumiendo absolutamente todos los gastos médicos (muy elevados), de hoteles y traslado final hasta Mataró en compañía de un médico que viajó desde Madrid para acompañar a José cuando éste fue dado de alta, pero con la recomendación de que al llegar a España le hicieran un cateterismo, resonancia magnética y las restantes pruebas necesarias.
Durante la convalecencia en el hospital, Mondial Assistance, se comunicaba telefónicamente todas las noches con los médicos de la clínica y estos les informaban acerca del tratamiento.

El día que abandonaron el hotel en Capadocia, en el que habían estado alojados cinco días más por orden médica, José salió en silla de ruedas; una ambulancia lo esperaba para trasladarlo al aeropuerto para un vuelo hasta Ankara y allí trasbordar a otro avión que los llevaría a Barcelona en primera clase, junto con el médico. Para abordar el avión en Ankara la silla de ruedas fue subida en la plataforma que se utiliza para cargar los catering, y al llegar a Barcelona, una ambulancia los esperaba para llevarlos directamente a Mataró.

El médico enviado desde Madrid, Didio da Silva, era un gordito afable que, además de médico, parecía tener conocimientos de psicología ya que estableció con el paciente una relación de afecto y tranquilidad, logrando que José sintiera en todo momento que estaba en buenas manos. Era evidente que su misión era “entregar el paquete” en buenas condiciones.

Solo allí, en la puerta del domicilio en Mataró, terminó la intervención de Medical Assistance. Nunca, 21,60 euros habían sido mejor invertidos. La suerte había hecho su aporte, pero para José, la calidad humana de todos quienes intervinieron en este trance –personas a las que probablemente jamás volvería a ver-  fue el factor determinante, sobre todo el apoyo moral y práctico de los hijos, y la labor serena, silenciosa y eficiente de su compañera de siempre. Qué caótico hubiese sido todo sin ella.

Un consejo final: Viajen siempre con seguro médico completo. Si no saben inglés, lleven un pequeño diccionario bilingüe.
*

4 comentarios:

martagbp dijo...

Por suerte, con final felíz. Aseguir disfrutando (y viajano con seguro)que se viene el 4º Trepatcito!!!!!!!!!!!!!!!. Cariños.

flaco dijo...

A José:me encantó el relato.Como siempre muy ameno y entretenido.
Dos cosas: Los AFECTOS es lo único a los cuales uno se aferra, y una sugerencia: es más difícil, pero sería interesante un relato igual pero con ojos de la compañera.
Un beso, lo mejor y lo más para ustedes, y Dios quiera que nos veamos pronto.Amén

Marixi dijo...

Tío, coincido con papá en que esa compañera fiel y a la cual tu mirada no dejaba de buscarla y aferrate cuente en sus letras cuál fue su recorrido, tránsito, y emociones vividas en Capadocia.
Son relatos impactante, sensibles, hasta irónicos en algunos momentos y de una gran sutileza ejemplar. Amé estas dos narraciones en particular, me gustaron tanto que hasta soñé con uds!!! Jaja!!!
Les mando un beso, los quiero!!! Y qué suerte que seguís contando estas experiencias en cuentos con personajes ficticios ;)

jose trepat dijo...

Gracias a los Peralta. En cuanto a lo que sugieren, tendrán que hablar con la primita del flaco Peralta. Yo ya hice lo mio. Un abrazo.