21 de agosto de 2014

Solo en Berlín (fragmento)

En buen momento cayó en mis manos la formidable novela Solo en Berlín, de Hans Fallada, que ocupará su lugar en este blog una vez terminada su lectura. Hay muchos pasajes del libro dignos de ser destacados pero, haciendo una pausa en la lectura de las 700 páginas, me apetece compartir este breve fragmento relacionado con el ajedrez, una de mis aficiones. Como dato anécdotico diré que mi actividad ajedrecística fue intensa hace veinte/treinta años. En la actualidad es inexistente, pero el interés se mantiene.

Cuadro de situación
El siguiente es un extracto de un diálogo entre los dos ocupantes de una celda en la Alemania nazi. Ambos han sido arrestados por actividades contra el régimen. Uno de los reclusos, el doctor Reichhardt, es director de orquesta y goza de un régimen especial, del cual se beneficia también su compañero, el señor Quangel, un hombre simple, sin instrucción relevante, que espera ser juzgado y probablemente condenado a muerte.

El diálogo
.......
Quangel le preguntó, indeciso:
   -Y sigue jugando solo al ajedrez, doctor? Pero pueden jugar unos cuantos, no?
   -Sí, dos personas. Le gustaría aprender?
   -Me parece que no soy lo suficientemente inteligente para algo así.
   -No diga tonterías. Podemos probar ahora mismo.
   Y el doctor Reichhardt cerró el libro que estaba leyendo.
   Y así fue como Quangel aprendió a jugar al ajedrez enseguida y con sorprendente facilidad. Pudo comprobar una vez más que una de sus convicciones era falsa, porque consideraba pueril y ridículo que dos hombres pasaran el tiempo en la mesa de un café moviendo piezas de madera hacia adelante y hacia atrás, era matar el tiempo, algo para criaturas.
   Y ahora se daba cuenta de que desplazar figuras de madera arriba y abajo podía provocar una sensación parecida a la felicidad, una inmensa claridad mental y una profunda alegría cada vez que hacía una jugada inteligente, y descubría que era más agradable perder una buena partida que ganarla aprovechando un error del rival.
   Y ahora, cuando el doctor Reichhardt leía, Quangel se ubicaba frente al tablero con las figuras blancas y negras, con el manual de Dufresne sobre el juego de ajedrez a su lado; practicaba aperturas y finales. Más adelante se aprendió las partidas de los grandes maestros y su mente clara y despierta retenía sin esfuerzo entre veinte y treinta movimientos, hasta que en poco tiempo se convirtió en mejor jugador que su compañero de celda.
   -Jaque mate, doctor!
   -Me ha ganado Quangel! -dijo el doctor asintiendo con la cabeza en señal de aceptación-. Veo que tiene el talento de un gran jugador.
   -A veces pienso, doctor, que tengo talento para muchas cosas, pero no lo sabía. Recién ahora, que estoy a punto de morir, me doy cuenta, en este bloque de cemento, de lo mucho que me he perdido en la vida.
   ...
*

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