José Trepat
Es difícil abstraerse de las repercusiones que está teniendo la actual coyuntura argentina en la prensa nacional e internacional. Pensaba Cristina Fernández que a escasos seis meses de haber asumido como primera presidenta electa, su popularidad iba a estar tan erosionada? Seguramente que no.
Posiblemente esté convirtiéndose en una nueva víctima de los vaivenes cíclicos que han sido una constante en la vida política argentina: a un período de bonanza sigue otro negativo, como pueden dar fe los ex presidentes Juan Domingo Perón, Raúl Alfonsín y Carlos Menem, entre otros.
Fernández asumió como candidato único del partido hegemónico por antonomasia, el peronismo. Apoyada decididamente por el presidente que la precedió, y a la vez su marido, Néstor Kirchner, Cristina –como se la suele llamar- recibió la herencia de un país con elevados índices de crecimiento, y aparentemente sólo tenía que continuar en esa línea para completar una gestión, agregándole toques personales, que le hubiera permitido ocupar un lugar destacado en la historia grande de Argentina.
Pero la realidad le está poniendo cada vez más obstáculos para alcanzar ese objetivo. Néstor Kirchner no se retiró a cuarteles de invierno como se suponía, sino que, con una incontenible ansia de protagonismo, es quien mueve entre bambalinas los hilos del gobierno, según los comentarios de analistas políticos, supuestamente bien informados.
Todo marchaba relativamente bien a juzgar por las estadísticas oficiales, hasta que estalló el conflicto con los agricultores y ganaderos, que un día despertaron con el anuncio de que el gobierno aumentaba significativamente las retenciones a sus exportaciones. El sector, base histórica de la economía argentina no pudo tragarse esa píldora y reaccionó con una virulencia que los asesores presidenciales seguramente no habían previsto.
El enfrentamiento entre gobierno y productores agropecuarios aumenta en intensidad debido a la intransigencia de uno y otro sector, según acusaciones mutuas.
El ciudadano común está involucrándose cada vez más en la disputa y expresa su repulsa al gobierno de la manera en que lo ha hecho en los últimos tiempos: ruidosos “cacerolazos” en distintos puntos del país, no obstante sufrir la escasez de productos básicos debido a la huelga de los productores del agro.
Los argentinos sienten que los datos que les brinda el gobierno sobre índices de inflación no coinciden con la merma del poder adquisitivo de sus salarios.
Una ominosa nube de preocupación se cierne sobre los ciudadanos que han vivido épocas parecidas y, escarmentados, procuran buscar refugio en la compra de dólares que no siempre consiguen con facilidad. El gobierno a su vez debe recurrir a sus reservas de 50.000 millones de dólares para sostener al peso argentino frente a la divisa estadounidense,.
Por otro lado, los sectores que apoyan al gobierno, no gozan de las simpatías de la clase media, o lo que queda de ella. Grupos de piqueteros, tal vez no por decisión espontánea, salen a tomar las calles para contrarrestar los cacerolazos.
Para el miércoles 18 estos grupos planean “reventar” la Plaza de Mayo, frente a la sede del gobierno, capitaneados por el piquetero kirchnerista Luis D’Elia, quien dijo con la vehemencia que lo caracteriza, que “la guerra es abierta y total y que vienen tiempos muy difíciles”.
“Nosotros vamos a responder en cada lugar del país, ahí donde estén vamos a ir a buscarlos para defender al Gobierno nacional y popular”, amenazó este personaje singular, de quién se dice que expresa el pensamiento de Nestor Kirchner.
El ciudadano común debe estar preguntándose hasta que punto es conveniente para la imagen del gobierno verse representado por el irascible D’Elia, quién fue más allá y denunció que existe una conspiración contra el gobierno de Cristina Kirchner , y que el ex presidente Eduardo Duhalde organiza un golpe de estado económico con apoyo del Grupo Clarín –uno de los principales diarios de Argentina- y de parte del aparato justicialista (peronista).
Un enviado del diario Washington Post en Buenos Aires, citó declaraciones de un taxista que resumen el panorama actual. “Argentina es como un niño que construye un hermoso castillo de arena en la playa; se toma mucho tiempo para hacerlo y, cuando está terminado, lo pisotea”.
Posiblemente esté convirtiéndose en una nueva víctima de los vaivenes cíclicos que han sido una constante en la vida política argentina: a un período de bonanza sigue otro negativo, como pueden dar fe los ex presidentes Juan Domingo Perón, Raúl Alfonsín y Carlos Menem, entre otros.
Fernández asumió como candidato único del partido hegemónico por antonomasia, el peronismo. Apoyada decididamente por el presidente que la precedió, y a la vez su marido, Néstor Kirchner, Cristina –como se la suele llamar- recibió la herencia de un país con elevados índices de crecimiento, y aparentemente sólo tenía que continuar en esa línea para completar una gestión, agregándole toques personales, que le hubiera permitido ocupar un lugar destacado en la historia grande de Argentina.
Pero la realidad le está poniendo cada vez más obstáculos para alcanzar ese objetivo. Néstor Kirchner no se retiró a cuarteles de invierno como se suponía, sino que, con una incontenible ansia de protagonismo, es quien mueve entre bambalinas los hilos del gobierno, según los comentarios de analistas políticos, supuestamente bien informados.
Todo marchaba relativamente bien a juzgar por las estadísticas oficiales, hasta que estalló el conflicto con los agricultores y ganaderos, que un día despertaron con el anuncio de que el gobierno aumentaba significativamente las retenciones a sus exportaciones. El sector, base histórica de la economía argentina no pudo tragarse esa píldora y reaccionó con una virulencia que los asesores presidenciales seguramente no habían previsto.
El enfrentamiento entre gobierno y productores agropecuarios aumenta en intensidad debido a la intransigencia de uno y otro sector, según acusaciones mutuas.
El ciudadano común está involucrándose cada vez más en la disputa y expresa su repulsa al gobierno de la manera en que lo ha hecho en los últimos tiempos: ruidosos “cacerolazos” en distintos puntos del país, no obstante sufrir la escasez de productos básicos debido a la huelga de los productores del agro.
Los argentinos sienten que los datos que les brinda el gobierno sobre índices de inflación no coinciden con la merma del poder adquisitivo de sus salarios.
Una ominosa nube de preocupación se cierne sobre los ciudadanos que han vivido épocas parecidas y, escarmentados, procuran buscar refugio en la compra de dólares que no siempre consiguen con facilidad. El gobierno a su vez debe recurrir a sus reservas de 50.000 millones de dólares para sostener al peso argentino frente a la divisa estadounidense,.
Por otro lado, los sectores que apoyan al gobierno, no gozan de las simpatías de la clase media, o lo que queda de ella. Grupos de piqueteros, tal vez no por decisión espontánea, salen a tomar las calles para contrarrestar los cacerolazos.
Para el miércoles 18 estos grupos planean “reventar” la Plaza de Mayo, frente a la sede del gobierno, capitaneados por el piquetero kirchnerista Luis D’Elia, quien dijo con la vehemencia que lo caracteriza, que “la guerra es abierta y total y que vienen tiempos muy difíciles”.
“Nosotros vamos a responder en cada lugar del país, ahí donde estén vamos a ir a buscarlos para defender al Gobierno nacional y popular”, amenazó este personaje singular, de quién se dice que expresa el pensamiento de Nestor Kirchner.
El ciudadano común debe estar preguntándose hasta que punto es conveniente para la imagen del gobierno verse representado por el irascible D’Elia, quién fue más allá y denunció que existe una conspiración contra el gobierno de Cristina Kirchner , y que el ex presidente Eduardo Duhalde organiza un golpe de estado económico con apoyo del Grupo Clarín –uno de los principales diarios de Argentina- y de parte del aparato justicialista (peronista).
Un enviado del diario Washington Post en Buenos Aires, citó declaraciones de un taxista que resumen el panorama actual. “Argentina es como un niño que construye un hermoso castillo de arena en la playa; se toma mucho tiempo para hacerlo y, cuando está terminado, lo pisotea”.
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