30 de junio de 2008

EL AJEDREZ, juego (¿?) maravilloso



José Trepat
En un estante de la biblioteca de mi casa, 32 piezas de madera, mitad blancas mitad negras, descansan alineadas como reponiéndose de las cientos de batallas libradas sobre un ahora raído tablero de cartón. Los mismos trebejos y el mismo tablero me acompañan desde hace 53 años, cuando a la edad de 15 los adquirí con una pequeña parte de mi primer salario y, sobre todo, con una tremenda ilusión.

El tablero ha sido reemplazado por uno nuevo de madera, pero el original de cartón prensado que se pliega por su parte media, aún lo conservo. Jamás podría tirarlo a la basura. Forma parte de mi vida y de mis recuerdos de una infancia ya remota.
Los comienzos
Me es difícil precisar en que momento se despertó mi pasión por este maravilloso juego –por llamarlo de alguna manera- inventado hace quince siglos por los chinos o los indios, no se ha podido determinar con exactitud. Los árabes lo llevaron a Sicilia y a España

Quizás contribuyeron varios factores a esta afición: el auge que tenía en esos años en Argentina y en el mundo, y la extraña circunstancia de que en el decrépito edificio en el que vivía con mi familia –y otras 25- cuando nos establecimos en Buenos Aires, dos jóvenes vecinos aproximadamente de mi edad y cuatro o cinco personas mayores, coincidimos en el interés por este “pasatiempo”, barato y apasionante.

Pasábamos fines de semana enteros disputando torneos entre nosotros y jugábamos las partidas “a muerte”. Nadie quería perder; hacíamos cumplir a rajatabla la norma “pieza tocada, pieza movida”, lo cual provocaba a veces acaloradas discusiones sobre si haber rozado una pieza con los dedos significaba que había sido tocada y por lo tanto, debía moverse ese trebejo.

Un formidable texto para aprender

En esa época –la década de los 50- cursaba el primer año del colegio secundario, y una de mis profesoras era tía del gran maestro argentino Carlos Guimard. A través de ella, el ajedrecista recomendó a quien estuviera interesado, que para aprender debíamos estudiar los cuatro tomos del Tratado General de Ajedrez del maestro Roberto Grau, para muchos la mejor obra que se ha escrito jamás para la enseñanza de este juego.

Apenas pude reunir el dinero necesario, adquirí el primer tomo del Tratado y lo leí y estudié de cabo a rabo. Con ese primer tomo completé prácticamente mi aprendizaje pues para mi nivel de jugador mediocre era más que suficiente. Ni pensar en los tres tomos restantes que abordaban el intrincado mundo de las tácticas y estrategias!.

Pasé horas y horas frente al tablero reproduciendo las grandes partidas que contenía el libro, seleccionadas a manera de ejemplo y con un nivel de complejidad que iba de menor a mayor. En la reproducción se llegaba a un punto en el que un diagrama permitía ver las posiciones de las piezas en ese momento. El autor del Tratado invitaba entonces a resolver el desenlace diciendo sólo que se produciría en un determinado número de movidas.

Allí había que exprimirse el cerebro y pensar y analizar las combinaciones que cada uno descubría –o no- de acuerdo a su capacidad. Generalmente ganaba el NO. Cuando el aprendiz se rendía, debía proseguir con la reproducción de la partida y al ver cuales habían sido las definiciones, tan lógicas y exactas, no podía menos que sentir una tremenda admiración por genios como Capablanca, Alekhine, Morphy y tantos otros.

Qué es lo que estimula el ajedrez

Y es que el ajedrez es concentración, razonamiento, retentiva, memoria, análisis, táctica y estrategia para planificar y librar una batalla. Se trata esencialmente de eso. Un combate entre dos ejércitos con la misma paridad de fuerzas, sin ventaja inicial para ninguno.

Qué útil sería que toda esa gimnasia mental se aplicara como materia en los colegios. Algunos países lo hace, pero otros muchos no. En la época de mis comienzos, nadie soñaba siquiera con ganarle a los grandes ajedrecistas de los países de Europa del Este, que dedicaban ocho o diez horas diarias a su estudio, pagado por el Estado.

La aparición de Bobby Fisher pateó el tablero

Era la única manera de hacerlo pues nadie podía vivir de lo que ganaba jugando al ajedrez. Se jugaba por el orgullo. Como todos los campeones eran soviéticos, los ganadores de torneos recibían pagas paupérrimas. Eso cambió con la explosiva aparición de Bobby Fisher, uno de esos raros prodigios que aparecen de tanto en tanto.

Las a veces extravagantes actitudes de Fisher dieron al ajedrez una importante penetración en los medios y así aumentaron las ganancias de los grandes maestros, sobretodo a partir de la victoria del estadounidense sobre el soviético Boris Spassky en Islandia.

Mi interés por el también llamado juego ciencia, no decayó cuando me tocó ingresar al mundo laboral con mayores exigencias. En mi período inicial como periodista en la agencia británica Reuters me relacioné con otro “fanático”, Luis Longhi, con quién cada mediodía, en la hora del almuerzo, íbamos a la confitería Richmond, de la calle Florida.

En el subsuelo había muchos como nosotros. Mientras comíamos un sándwich en alguna de las mesas provistas de tableros y relojes, librábamos “encarnizadas” batallas de partidas rápidas, es decir utilizando el reloj. Allí había que desarrollar otra habilidad de este juego: la rapidez de pensamiento y reflejos. Había que derrotar al rival antes de que las fatídicas agujas cayeran al cumplirse el tiempo estipulado previamente, que era normalmente de cinco o siete minutos.

Grandes maestros en acción, lo máximo para un aficionado

Otro recordado colega, Simón Muller, más adelante, me llevó a conocer el club Capablanca, colmado siempre de aficionados que además de jugar sus propias partidas, disfrutaban con el espectáculo de ver en acción a grandes maestros internacionales que concurrían con asiduidad enfrentándose en electrizantes partidas rápidas con quien se le sentara en frente. Uno de estos grandes maestros, el inolvidable Miguel Najdord, será objeto de otra nota.

Después llegaron las computadoras con toda su parafernalia tecnológica, pero nada ha podido superar el romanticismo de dos mentes humanas frente a frente exigidas al máximo, solos ante el peligro.

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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buena nota de opinion sobre el ajedrez. Al leerla me acorde de un corto de pixar que es sobre el ajedrez, te recomiendo que la veas, es muy buena y si queres ponela como pagina para visitar ya que es muy bueno.
En el youtube pone "corto pixar ajedrez".
Me gusto mucho leerla, sobre todo que cuentes cosas de tu infancia.
Sigue asi campeon!!! jaja
Un beso de tu hijo Fer (cuando aprenda a jugar, te desafio a una partida,jaja!!!!)

jose trepat dijo...

Gracias Fer por comentario. Veré mañana lo de pixar.

martagbp dijo...

Tu nota me trajo los recuerdos de mi niñez cuando junto a mis hermanos, y en las tardes del Club Italiano, aprendimos ese juego "ciencia". Yo no conservo el viejo juego familiar, ya que lo tiene mi hermano mayor, pero tengo el "olorcito" de esas partidas en el salón de juegos: creo que muchas habilidades las hemos podido aplicar a lo largo de nuestras vidas, en diferentes circunstancias.
Un beso de martagbp

Anónimo dijo...

A martagbp. No sabía que te interesaba también el ajedrez. nunca salió el tema. ya tenés el título de bibliotecaria?. Un beso.

martagbp dijo...

Gracias José! Me estoy recibiendo en este cuatrimestre, si Dios y la Profe quieren!! Besotes.