25 de noviembre de 2011

Romance con el tango (reedición)


José Trepat


Fue de menos a más, o aún más rotundo: de nada a mucho. Asó podría definir mi relación con el tanto, esa música que tanto identifica a un país hasta convertirse en artículo exportación a todo el mundo, incluido el tan lejano y diferente Japón, en las antípodas de la nación sudamericana, tanto en situación geográfica como en las costumbres.


Aunque bien es cierto, el tango es más conocido y aceptado mundialmente en su versión danzante, como baile de salón, un regalo para la visita y el oído cuando la pareja de bailarines se fusiona con los compases, sincronizando sus movimientos con la precisión de un reloj suizo.


En la mente tomará forma ahora la imagen de un escenario de categoría, con un piso reluciente sobre el que evoluciona la pareja; el hombre, con impecable esmoquin negro y si es posible cabello negro, lacio, engominado y peinado hacia atrás, y la mujer, perfectamente maquillada y enfundada en un vestido ceñido a sus caderas, con el detalle infaltable de la costura abierta en una de sus piernas, requisito indispensable para permitir la plasticidad de sus movimientos.


Ese es el tango de exportación, pero que en esencia no difiere mucho del mismo baile practicado con una vestimenta más sencilla y convencional como un traje cruzado y siempre abotonado en el hombre y una falda, eso sí, lo más ajustada posible, en su pareja.


Un sombrero ladeado y un pañuelo blanco al cuello del hombre podría ser otra diferencia entre esta versión popular y la más sofisticada del baile de salón que se detalla en los párrafos precedentes.


Hecha la ineludible presentación del tango bailado que ha recorrido el mundo entero, esta nota va a centrarse más bien en la música que en Argentina se llama “típica” (no sé por qué, que alguien me desasne), circunscripta a las tantas orquestas y sus cantores que tuvieron su época de esplendor en las décadas que van de 1950 a 1970, aproximadamente, tiempo en el que fueron gestándose mis preferencias por esta música tan particular.


Elegir ese período de tiempo es una opción muy personal y subjetiva, pero no excluye la mención de otros nombres anteriores o posteriores a esas fronteras del calendario. Como ejemplo, dos extremos fundamentales en la historia del tango: Carlos Gardel y Astor Piazzola.

Como se menciona al comienzo de esta nota, cuando llegué a Argentina mi rechazo hacia el tango era total. Me resultaban insoportables esos machacosos acordes del 2x4 que la orquesta del uruguayo Juan D’Arienzo remarcaba como ninguna otra.

En esa época, años 50, las emisoras de radio difundían una música también muy argentina que eran los valsecitos camperos, algo que ha ido desapareciendo con el tiempo. Me resultaba una música pegadiza que enseguida comenzó a gustarme. Un tema sobresalía del resto, el vals Desde el alma, aquel que comenzaba: “Alma, si tanto me has querido, dime por que te niegas al olvido…”.etc.

En las noches de verano en el campo, a un primo mío se le daba por cantar tangos a capella, con una voz que desafinaba bastante y era una verdadera tortura. ¿Cómo les puede gustar esto?, me decía. Mis oídos todavía estaban acostumbrados a las armoniosas y pegadizas coplas españolas y para mí, no existía otra música.

Con el paso del tiempo y ya radicado en Buenos Aires, el contacto con el escenario propio del tango me hizo ver paulatinamente que no era necesario que hubiese nacido en Argentina para que el tango llegara a convertirse en una de mis músicas preferidas. Es que había tantas orquestas y cantores que tenían sus espacios en las radios, que era imposible abstraerse y así poco a poco fue creciendo ese romance.

La idolatría que los argentinos sienten por Carlos Gardel y la continua difusión de sus temas, casi todos con letras que calaban hondo en los sentimientos, como el amor a la “vieja” (madre), la miseria, el amor, la amistad, la traición. Esas letras reflejaban el sentir de los argentinos, su manera de ser. Y como ya llevaba más años en ese país de los que había vivido en España, no es de extrañar que también me consustanciara con ellas.

Normalmente, los cantores de tango eran parte de una orquesta y algunos, o muchos, con el tiempo se transformaban en solistas, según sus condiciones. Una de las primeras voces que recuerdo es la de un tal Fiorentino (nombre o apellido de ascendencia italiana como tantos) que cantaba en la orquesta de uno de los grandes: Anibal “Pichuco” Troilo, por la que pasó también un músico genial e inicialmente resistido, Astor Piazzola, bandeonista de la orquesta.
Otro italiano de mitad de siglo, Alberto Marino, tenía un programa diario en la radio en el que el locutor lo presentaba como “La voz de oro del tango”. En mi casa la radio era el único entretenimiento y como el programa se difundía a la hora de la cena, había que escucharla, pero lo hacíamos con gusto. El tango ya comenzaba a ser parte de nuestras vidas.

Precisamente, esa comunión con los receptores a válvulas que se recalentaban y por eso había que apagarlos cada tanto, marcó mi adhesión incondicional a esa “música ciudadana” a raíz de la presentación de una orquesta y sus dos cantores que desde entones están entre mis preferidos.



Todos los días, a las ocho de la noche, actuaba en vivo en Radio el Mundo el conjunto del maestro Héctor Varela y sus cantores Argentino Ledesma y Rodolfo Lesica (otro de apellido real italiano: Aiello). El esquema del programa era muy simple. Primero una pieza orquestal, y luego dos tangos cantados por Ledesma y Lesica.




La orquesta dirigida por Héctor Varela desde su bandoneón, siempre me gustó por su “prolijidad” y las voces de sus dos cantores habían dado en el clavo en materia de gustos. Los he escuchado centenares de veces y sigo haciéndolo, siempre con el mismo placer.

En la misma calle donde vivíamos en Buenos Aires, funcionaba una “boite” llamada “Rendez Vouz” que según supe después era propiedad de Osvaldo Fresedo, uno de los directores de orquesta de tango preferidos por la clase pudiente del Buenos Aires de entonces. Se lo consideraba un hombre “fino” seguramente por su impecable atuendo y por provenir de una familia acomodada.

En esa época de oro ocupaban espacio propio las orquestas de Osvaldo Pugliese (quien nunca negó su condición de comunista, aún en épocas difíciles), Alfredo de Angelis, Carlos di Sarli, Juan D’Arienzo, y entre muchos otros, un gordo idolatrado por todos los tangueros de ley: Aníbal Troilo, quien además de Fiorentino y Alberto Marino, tuvo entre sus cantores a otros dos que al transformarse en solistas, llegaron a lo más alto en las preferencias populares: Edmundo Rivero y Roberto Goyeneche.

Hablar de de Edmundo Rivero es hablar del lunfardo, esa especie de idioma tan propio de Buenos Aires que empleaba en casi todos sus temas, y que realmente lo hizo como ninguno, ayudado por una voz profunda y grave.

Roberto Goyeneche, apodado “el polaco” supo interpretar como pocos el alma del “porteño castigado por la vida” pareciendo que dejaba el alma en cada tema. Siguió cantando casi hasta el fin de sus días con lo que le quedaba de una voz que en sus primeras épocas había sido espléndida.

La cantante Adriana Varela, dueña de un estilo muy personal, de voz también grave y profunda, se refiere a Goyeneche en uno de sus temas como “garganta con arena”, que no es más que un homenaje al “polaco” que en sus últimos tiempos más que cantar “decía” los versos.

Entre los solistas, no mencionar al uruguayo Julio Sosa parece una herejía. Salido también de una orquesta (fue la de Leopoldo Federico por casualidad?) se consolidó luego como solista con su estampa varonil y recia voz. Su muerte prematura, en un accidente automovilístico, contribuyó a cimentar su leyenda.

Quedan muchos nombres en el tintero: Angel Vargas, Alberto Castillo, etc. etc. de Carlos Gardel ya se ha dicho todo.

Otra variante del tango, primero resistida en los círculos tradicionales de Buenos Aires, pero luego aceptada y reconocida mundialmente, fue introducida por el ex bandeonista de Troilo, Astor Piazzola (apellido italiano, no?) y marcó una verdadera revolución en lo que se conoce como música de Buenos Aires.

Ambos estilos pueden convivir perfectamente, cada uno de acuerdo a sus convicciones y acólitos, pero Piazzola trascendió los límites de Argentina y si hay alguien a quién no le gusta la música de Piazzola tal vez se abstenga de decirlo.

El tango más tradicional como yo lo conocí en su época de esplendor ha quedado más bien de fronteras para adentro como un tesoro que Argentina, y Buenos Aires en particular, guardan orgullosamente.

Tómese esta nota como un reconocimiento y a modo de homenaje. Sólo decir que no he consultado absolutamente ningún archivo; es sólo lo que la memoria se niega a desechar.

Por eso puede haber algún dato erróneo, cuya enmienda aceptaré con gusto.
*

5 comentarios:

flaco dijo...

Una faceta no del todo conocida en la vida de Carlos Gardel fue el intenso vínculo con la ciudad de Barcelona. Allí tuvo su debut europeo como intérprete en el Teatro Goya y fue desde esta ciudad que construyó su base de proyección internacional, antes de trasladarse a Paris primero y a Nueva York después.

A diferencia de otros intérpretes que pasaban simplemente de gira, Carlos Gardel se instaló en repetidas oportunidades sucesivas en la ciudad, desarrollando una intensa vida social. Fue en la capital catalana dónde Gardel grabó por primera vez con el nuevo sistema eléctrico en los estudios discográficos Odeón. De este modo Barcelona se convirtió en uno de los únicos cuatro lugares del mundo dónde Gardel grabó
Amén

jose trepat dijo...

No me digas que también tiene grabados tangos en catalán !!!

flaco dijo...

Texto: Cati Cobas

Ya se sabe que cuando un catalán decide comprometerse con algo, o lo hace bien o no lo hace. Quizás por eso, desde la cuna misma de la argentinidad hubo por aquí, sépanlo, catalanes dedicados a declararse más libres de España y más patriotas que muchos criollos. Tan así es que uno de ellos se convirtió en el autor de la música del Himno Nacional Argentino y fueron muy numerosos los que, casi un siglo después, se consideraron más tangueros que Gardel o que Pichuco.

Y cuando digo cuna y libertad, sé de qué estoy hablando. Porque en el mismo momento en que la patria nacía, en aquel 25 de mayo de 1810, Domingo Matheu y Juan Larrea, dos paisanos, comerciantes, oriundos de Mataró, Barcelona, ocuparon sendos cargos de vocal en la Primera Junta de Gobierno y en pocos años, para poner música al espíritu de liberación, Blas Parera, completó el trío ocupándose de musicalizar la Canción Patriótica cuya letra pertenece a Vicente López y Planes, la que luego se convirtiera en nuestro Himno Nacional.

No me van a decir, amigos, que si citáramos apellidos como Coll, Fuster, Pahissa, Pastor, Pibernat o Jovés Torrat no nos imaginaríamos jamás personajes de funyi y chambergo requintado, más bien los veríamos tocados por alguna barretina a la usanza de la Ciudad Condal, pero ¡sí! Se trata de apellidos absolutamente vinculados con la música porteña, con el compás del dos por cuatro. Y no digamos nada si nombramos a Ferrer, Planas o Vidal. Sepamos, por ejemplo, que mi tierra tuvo la gloria de que dos baleares, el mallorquín Juan Pastor Bauzá y el menorquín Lorenzo Torres Nin (Demón) le dedicaran acordes imperecederos. En el caso de Bauzá, mandolinista, concertista de guitarra, maestro de música, inventor y compositor, actuó frente a los micrófonos de diversas emisoras de radio y se destacó a través de su vals "Monte Carlo" y del “estilo” "Nocturno Pampero", cuando en la Argentina se celebraba el Primer Centenario. En cuanto a Lorenzo Torres Nin, es autor de numerosos tangos y de la habanera “Por un cariño”,que fuera grabada en Barcelona nada más y nada menos que por Carlos Gardel, como para que no quedaran dudas de los lazos que unen a pura corchea y clave de sol Las Dos Orillas.

¿Quién imaginaría que el autor de la música de “Patotero sentimental” y de “Nubes de humo”(aquel tango que dice: “Fume, compadre, fume y charlemos…”) es nada más y nada menos que un nativo de Manresa, Barcelona, el músico que fuera elegido por el Zorzal Criollo (Gardel) para grabarle nada más y nada menos que ¡siete! tangos? Me refiero a Manuel Jovés y Torrat quien también musicalizara éxitos como “Loca”, “Corazón de arrabal” y “Pobre Milonga” pero, y sobre todo, nos legara, junto al cineasta argentino, Manuel Romero, el inolvidable tango que dice “Buenos Aires, la Reina del Plata…Buenos Aires mi tierra querida…”. Sólo por él, la marca catalana en el tango ya constituye un sello de nobleza.

Pero los tangos de Jovés no fueron los únicos emblemáticos, entre los compuestos por Fuster está “La maroma”, que hace referencia a la forma de dormir pendiendo de una soga pasada por debajo de los brazos que tenían algunos inmigrantes cuando no podían ni siquiera pagar una cama limpia y no querían que las ratas los comieran durante el sueño. ¡Menudo tema el de Don José Dionisio! ¿Cierto?

Hay en esta tierra, también, catalanes por raíces, entre los que se encuentran el cantor Jorge Vidal y los compositores Horacio Ferrer y Carlos Pibernat. Este último, educado musicalmente en Barcelona, fue director de las orquestas estables de Radio Splendid y Belgrano en su época de gloria y autor de “Linda Criollita” y “Papirusa”, entre otros.
Esta nota fué "robada", pero creo que vale la pena a fin de pergeñar la historia del tango con los catalanes. AMÉN

flaco dijo...

Una cosa me olvidé:para que querés a Gardel en catalán si tenés al más grande de todos que es el NANO......

jose trepat dijo...

Flaco: en ningún momento pretendí estabecer ningún vínculo entre el tango y los catalanos, por puro desconocimiento del tema. Este aporte tuyo es inesperado y super interesante. Te agradezco el trabajo que te has tomado. Y SÍ, soy un catalán tanguero. Slds.