29 de septiembre de 2012

Septiembre en Portugal (II)

 Las veinte horas senados en el autocar, con las paradas de rigor, habían dejado huella en las articulaciones de los turistas –todos de 50/60 para arriba- así que los mullidos colchones del Zubarán **** resultaron ideales para un descanso reparador.

 A la mañana siguiente, tras la ducha correspondiente y cambio de muda, nos encontramos en el desayuno, con talante dispuesto para el último tramo hasta Lisboa. Imaginamos que lo de la ducha y cambio de muda, que es normal cuando se llega a un hotel, se aplica a la mayoría, pero…. notamos al menos una excepción. Al pasar por entre las meses para ocupar la nuestra, un efluvio envolvente y penetrante atacó nuestras fosas nasales. El culpable estaba sentado cómodamente frente a su esposa, quién como si nada. Pero para nosotros, ese pasajero pasó a ser a partir de ese momento, el inefable Odorono, ya se imaginará uno por qué.

 Desayunados y animosos, ¡pasajeros al autobús y en marcha! Al cruzar la frontera con Portugal, hubo que atrasar los relojes una hora. Lo primero que notamos fue que las autopistas y carreteras portuguesas son tan buenas como las de España; hasta aquí ninguna señal de miseria, como podría ser señales en mal estado o baches en el asfalto. El paisaje, árido, anodino y falto de lluvia como había sido la última parte de lo visto en territorio español en la región de Extremadura que, según dicen, es la más pobre de España.

Llegada a Lisboa 

 Dos horas por autopista y llegamos a la entrada de Lisboa. Tuvimos que cruzar el estuario del río Tajo por el puente 25 de abril, una espectacular construcción de acero que tiene dos niveles: en el superior una autopista de seis carrilles, e inmediatamente debajo, las vías del tren. Su punto más alto es de 70 metros sobre el nivel del agua y tiene una extensión de 2,2 kilómetros.

Foto "robada" a Internet, sólo para que se vea el puente en un día
soleado. (La única que no es nuestra, valga la aclaración)
Vista desde el puente
 El plan de la visita era una panorámica de Lisboa a bordo del autocar, y después dirigirnos al hotel que nos albergaría también una sola noche. Entramos pues en la capital portuguesa, a la que según la guía, ingresa diariamente un millón de vehículos, lo que da una idea de su actividad. Hasta ahora ninguna imagen de país paralizado, pero a medida que íbamos recorriendo las calles sí es cierto que se veían muchos edificios antiguos y tapiados, sobre todo en el casco antiguo. Eso sí hacía pensar en falta de dinero para rehabilitarlos o construir nuevos.

 No obstante, el centro de Lisboa se veía muy animado, donde no faltaban las tiendas de reconocido prestigio como Louis Vuitton, Cartier, Armani y otras. Lo que estábamos haciendo era solo una mirada fugaz; ya tendríamos tiempo para recorrer la ciudad a pie en las horas de tiempo libre que nos darían en la tarde del día siguiente.

 

El autocar hizo una parada en la parte alta de la ciudad para que los viajeros pudiésemos apreciar lo que la guía nos “vendió” como la avenida de los Campos Eliseos de París. Es bonita pero compararla con Champs Elysee es un poco osado. Lo primero que la guía nos hizo notar al bajar del autobús para tomar alguna fotografía, fue la acera hecha con pequeños adoquines cuadrados, al igual que TODAS las de la capital; menudo trabajo habría sido colocarlos uno a uno!, con el agregado de que en las aceras anchas, las piedras blancas y negras forman bonitos dibujos.

  En ese punto de detención, algo que va convirtiéndose en un clásico de los viajes: toparse con una estatua de Fernando Botero, esos inconfundibles gordos, gordas y gorditos del artista colombiano.

 Ya era mediodía y había que alojarse y almorzar en el hotel. Supusimos que se hallaba en las inmediaciones, pero el autocar cruzó otra vez el puente y fue alejándose hasta llegar 20 minutos después a una zona de playa donde estaba el hotel Costa de Caparica. Teníamos buffet libre; los ansiosos de siempre se pusieron al día. Las mesas normalmente son grandes así que se daba la ocasión de alternar con quienes te tocara sentarte, a excepción del grupo encabezado por Juntitos, que avanzaba y retrocedía en bloque.

 El plan era llevar los bártulos a la habitación, descansar siete minutos y medio y otra vez el autocar para las visitas vespertinas, que se harían bajo un cielo nublado que recibió las maldiciones de los amantes de la fotografía, aunque a la mayoría parecía no importarle en absoluto: oprimían el obturador y a otra cosa. Otros buscábamos ángulos y encuadres pero éramos los menos. El cielo gris esta vez no nos ayudaba. Resignación y a esperar nuevas oportunidades.

 Boca del infierno, Cascais y Estoril

Llegamos a unos acantilados frente al Océano Atlántico, que a veces suele enojarse pero hoy estaba muy tranquilo, demasiado tal vez para apreciar por qué a ese sitio se le conoce como La boca del infierno. El agua y el viento, con el paso de los años, han erosionado las rocas abriendo una entrada a una enorme cavidad que durante las tormentas recibe el agua del mar. Al entrar con violencia, provoca -al decir de los lugareños- ruidos atronadores magnificados por la acústica del lugar. De ahí su poco original nombre de La boca del infierno. Esta vez el agua entraba mansamente así que de ruidos atronadores nada de nada. No obstante, el sitio es curioso y valía la pena conocerlo.





Aquí bautizamos a otro compañero de viaje: Cortito el deportista. Como puede apreciarse en la foto, el hombre, de poca estatura, lucía unos pantaloncitos demasiado cortos que hacían poco favor a los dictados de la moda, y una camiseta sin mangas. Ambas prendas las alternaba con otras de distinto color pero del mismo estilo vanguardista y rompedor.


Unos minutos en La boca del infierno y de nuevo al autocar para llegar a Cascais, uno de los sitios más caros de Portugal en cuanto al precio de las viviendas. El sol se ocultaba ya en el horizonte, tapado por las nubes, así que las fotografías no lucen como debieran. Un breve paseo por las calles céntricas de esa localidad que en la década de 1930 fue un pequeño y pintoresco pueblo de pescadores. Elegido por la familia real como lugar de vacaciones fue ganando prestigio. Como en distintas partes de Portugal, los edificios presentan frentes azulejados, algunos de gran vistosidad.













Y Estoril fue de pasada, con una detención fugaz frente al imponente Casino, escenario de alguna película de James Bond. Una curiosidad: en Cascais, Ian Fleming se inspiró para crear a su famoso agente 007.



Los tres puntos visitados hoy están muy próximos entre sí. Mañana nos toca Lisboa con una guía local y a la tarde tiempo libre para caminar el centro de la ciudad.
(Continuará)
*

2 comentarios:

martagbp dijo...

Hermosas reseñas!!!!!!! Compré Portugal a full!!! Cariños a los dos.

José T dijo...

Gracias Marta, te vamos a hacer precio. Slds.