José Trepat
Dedos entumecidos que jamás se habían posado sobre el teclado de una máquina de escribir se articulaban trabajosamente para ocupar cada uno la posición correcta de salida: el meñique de la mano izquierda sobre la letra "a",el anular sobre la "s", y así sucesivamente hasta que todos menos los dos pulgares (reservados para el espaciador) estaban listos para el comienzo de una nueva etapa en sus vidas: aprender a escribir al tacto en aquellas viejas y cansadas máquinas que las Academias Pitman (esto ocurría en Buenos Aires) ponían a disposición de sus alumnos.
Una vez posicionados, comenzaba lo que parecía imposible: apretar la tecla correspondiente de una en una con la vista al frente y SIN MIRAR EL TECLADO, ese era el secreto!. Así comenzaba la lucha: asdf jklñ, asdf jklñ hasta completar el renglón. Cambio de línea con la palanca a la izquierda de la máquina y a comenzar otro renglón, asdf jklñ. Cuando la carilla estaba llena, dar vuelta lo hoja y hacer lo mismo. Después de completar decenas y decenas de hojas, estábamos listos para el siguiente paso. Cada dedo debía alcanzar la letra que le correspondía en las filas de arriba y de abajo, sin que los otros nueve se movieran de sus posiciones originales.
Los que comenzábamos el aprendizaje observábamos con admiración a los alumnos más avanzados que escribían textos sin mirar el teclado y lo hacían con una rapidez asombrosa; nos parecía imposible. Pero con perseverancia y miles de repeticiones, finalmente alcanzamos la meta. Llegamos a escribir 120 palabras por minuto "al tacto" y eso llegó a colmar nuestras modestas ambiciones. ¡Ya podíamos salir a buscar trabajo!
Ese fue el comienzo de una relación de más de medio siglo con las máquinas de escribir.
Era la década del 50 al 60. Los anuncios publicitarios de las Academias Pitman prometían un futuro brillante para quienes completaran sus cursos, muy variados por cierto. Era aparentemente la única posibilidad para quienes debíamos comenzar a trabajar sin haber terminado los estudios secundarios y, por ese motivo, ni pensar en ingresar a la Universidad. Inmigrantes de una España empobrecida tras la guerra civil, la enorme capital de Argentina no nos ofrecía otra opción que no fuera trabajar de cualquier cosa.
La negativa a seguir estudiando por la necesidad imperiosa de aportar algún dinero a la paupérrima economía familiar, sólo me permitía asistir a esos cursos en las horas libres que me dejaban los trabajos. Así, estudié Contabilidad en la Pitman, inglés en Toil & Chat, dibujo en la Escuela Panamericana de Arte, dibujo técnico en Escuelas Raggio, reparación de radios en un curso por correspondencia con un instituto de Estados Unidos. Nunca llegué a obtener ningún título. Años después completé el nivel secundario en cursos para adultos, pero esa es otra historia.
Esta nota, que está siendo escrita sobre la marcha, sin bosquejo previo, pretende ser un agradecimiento a las máquinas de escribir, la herramienta o el "juguete" que me acompaña desde hace tantos años y que me dió más de una satisfacción. Gracias a que sabía escribir al tacto y con bastante rapidez entré a trabajar en la empresa norteamericana de comunicaciones ITT. Allí, sentado frente a una Underwood, debía tomar por teléfono los textos de telegramas que el cliente deseaba transmitir.
Máquina telex |
Las máquinas telex permitían también conversar directamente con otra persona sentada frente a un aparato similiar en cualquier parte del mundo (el idioma universal era el inglés). Ya estábamos en la era de las comunicaciones globales. Un día conversaba con un colega norteamericano sobre la posibilidad de ir a trabajar a Estados Unidos, algo con lo que todos soñábamos en esa época. El gerente, un norteamericano llamado Marcus Beer, se enteró de la conversación y me despidieron sin más. En ese entonces tenía 23 años y era Supervisor de Telex, el segundo después del Jefe de la Sección.
Las que se utilizaban en ITT |
Entonces apareció Reuter en mi vida. La agencia volvía al país después de varios años de ausencia por motivos políticos. Fuí el segundo teletipista que contrató Reuter en esa nueva etapa, que comenzaba prácticamente desde cero. Con el tiempo se instaló una mesa de traductores/redactores que procesaban el material en inglés recibido de Londres, y nuestro trabajo era, una vez más, transcribir esos textos a las cintas perforadas y enviarlos a máquinas receptores en las oficinas de los clientes.
Quería ascender de categoría y pasar a traductor, para lo cual me quedaba después de hora practicando. Los textos eran corregidos por los redactores, de quienes iba aprendiendo cada día más. Un buen día, después de muchas prácticas, la gran noticia! Me pasaban a la mesa de traducción, recomendado por quien era entonces el jefe de redactores, Manuel José Martínez. Allí me encontré con otro tipo de máquina de escribir, las Olivetti de hierro macizo.
Varios años aporreando esas pesadas máquinas, hasta que llegó Internet, las comunicaciones experimentaron un avance espectacular, y actualmente los periodistas gozan defacilidades excepcionales para desarrollar su labor, algo que ni remotamente soñaban aquellos que hace 50 años se anotaban en las Academias Pitman.
Había que saber leer estas cintas de corrido |
1 comentario:
Muy linda nota! Había una máquina que le cambiabas unas bolitas según la tipografía que querías usar, eléctrica, pero no recuerdo la marca. En Walter Thompson la usábamos muchísimo, sobre todo en arte y redacción de textos publicitarios. Beso!
Publicar un comentario