Mostrando entradas con la etiqueta Bruselas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Bruselas. Mostrar todas las entradas

21 de mayo de 2009

VIAJES - Bélgica (V) Bruselas

Jardines del Palacio Real



La visita a los jardines del Palacio Real, residencia oficial de los Reyes de Bélgica, fue obra de la casualidad, o sea que no estaba prevista.

Cuando estábamos en la Grand Place de Bruselas vimos una Oficina de Turismo y hacia allí nos dirigimos en busca de un mapa de calles que nos ayudaría en los desplazamientos. La empleada, que como todas dominaba varios idiomas, nos sugirió que aprovecháramos la circunstancia de las cercas (sic) – por puertas o rejas- estaban abiertas ese día, hecho que ocurre durante sólo tres semanas al año.

Como se encontraba a sólo 10 minutos de caminata del Atomium, no dudamos en sacar provecho de esa circunstancia.

Luego de localizarlo en el plano, abordamos el Metro hasta la estación que vimos más próxima al Palacio, cuya construcción data de 1779. Vimos en el plano que estábamos cerca, así que decidimos ir caminando, pero al preguntar a una mujer hacia que dirección debíamos dirigirnos, nos aconsejó que lo hiciéramos en autobús.





Por suerte le hicimos caso pues era cerca del mediodía y el sol estaba casi en el cenit. La distancia, unos dos o tres kilómetros, no era ciertamente para cubrirla a pie. Al llegar frente a las rejas pintadas de negro con ribetes dorados, nos encontramos con muchos autocares de turismo.

Claro, los guías turísticos sabían perfectamente que el lugar podía visitarse y allí estaban con sus numerosos contingentes. Sí! También había japoneses con su artillería fotográfica, siempre en grupos compactos siguiendo al guía que indicaba su posición levantando un paraguitas.

Después de traspasar la enrejada puerta de entrada custodiada por policías belgas, también políglotas, de excelentes modales y buena disposición, ingresamos a una amplia explanada con un sendero adoquinado que conducía al Palacio que podía verse tomo telón de fondo, y también a los jardines, objeto de nuestra visita.





No pudimos ingresar al palacio propiamente dicho por estar cerrado al público ese día, y así nos perdimos una gran colección de tapices españoles, especialmente de Goya, y pinturas de Rubens o Van Dijck. Tampoco pudimos ver, obviamente, la Gran Sala del Trono, coronada por grandes lámparas de araña de bronce y cristal, y tapices españoles.





Concentrémonos entonces en lo que sí pudimos ver: el gigantesco invernadero abarrotado de flores y plantas diversas. Los visitantes iban ingresando en la medida que los que nos habían precedido salían por otra puerta, tras completar el recorrido perfectamente delimitado.





Aproximadamente a la mitad del recorrido, los visitantes que seguían las flechas direccionales salían del invernadero para volver a entrar luego de avanzar por un sendero al aire libre desde el cual se ofrecía una amplia visión panorámica de extensas superficies verdes de césped cuidado como en las canchas de golf.





Aparentemente, a este lugar vienen los miembros de la familia real a distenderse y a secarse la transpiración causada por sus “obligaciones oficiales”.

El espacioso invernadero, con altas cúpulas y paredes vidriadas, es también utilizado para alguna recepción oficial, como puede verse en fotografías y DVDs que se venden como recuerdo de la visita, que por otra parte, es gratuita.









(Próxima nota: Amberes)


*

17 de mayo de 2009

VIAJES - Bélgica (IV) - Bruselas

Vamos despidiéndonos de Bruselas, pero todavía no de Bélgica
 *
Agotada ya casi la visita a la magnífica Grand Place, buscamos nuevos puntos de interés, y uno de los que teníamos muy cerca de allí es el Manneken Pis, considerado el monumento o estatua más visitado de Bruselas y al que los belgas profesan más cariño.

Para encontrarlo dejamos a un lado el mapa de calles y seguimos el consejo acuñado por un seguidor de este blog para estos casos: "hay que seguir a la masa aborregada", o sea ver hacia donde se dirigen masivamente los turistas, incluído los centenares de japoneses que parecían haber sido descargados de containers.

Con sus cámaras al cuello y sombreritos de ala estrecha para protegerse del sol, que por momenos nos bendecía con su presencia, los japoneses, todos de corta talla y muchos en edad de jubilación, avanzan por las calles en grupos compactos dando la impresión de que todo lo tienen planificado; saben a dónde van.



Caminando por una estrecha calle, vimos que a pocos metros, en una esquina, se habían aglomerado muchas personas. Allí debía estar! Y así fue: ante nuestros ojos, el Manneken Pis. Que no es más que una pequeña estatuilla, casi oculta en una ochava, aunque se trata de una copia pues el original, fabricado en 1619 en estilo renacentista, fue robado en 1960.

Hay varias leyendas sobre sus orígenes pero la que parece más verosimil dice que se trata del hijo de un famoso escultor que se perdió y que luego fue encontrado orinando en el lugar precison donde se levanta la pequeña estatuta.



 Réplicas de este niño que iba a ser famoso pueden encontrarse en todos los sitios, ya sea en chocolate -otro motivo de orgullo de los belgas- o en souvenirs de Bruselas, de esos que pueden imantarse en las puertas de las neveras. Tomamos las consabidas fotos del Manneken Pis y lo dejamos librado a su suerte ante el ametrallamiento de disparos de las cámaras.

La estatuilla nos pareció algo curioso, pero poco más, así que continuamos en busca de nuevos objetivos. Seguimos avanzando entre restaurantes que han invadido las calles petonales del sector céntrico y nos despedimos de esos establecimientos con fotos de día y de noche, y con sus ofertas de menús en los que no podían faltar obviamente los mejillones, servidos en ollas de color negro, cuyas tapas se utilizan para depositar las conchas. Un fiasco.... y caro


Otro de los puntos de visita turística "obligada" en Bruselas es el Atomium, la representación de nueve átomos aumentados 150.000 millones de veces, construído como emblema de la Exposición Universal de 1958. Está en las afueras de la ciudad y se llega facilmente por Metro. Hacia allí nos dirigimos en ese medio de transporte, munidos de los correspondientes tickets adquiridos en máquinas expendedoras, pero de no tenerlos igual hubiéramos llegado.

Las entrada y salida de las estaciones de Metro es totalmente libre y no vimos ningún tipo de control; todo el mundo va y viene como Perico por su casa. ¿Habrá controles en algún momento? Nosotros no vimos ninguno. Curioso.



A distancia, las brillantes nueve esferas de acero-aluminio impresionan, más cuando uno se coloca debajo de la estructura de 102 metros de altura. Ya que estábamos allí, oblamos los nueve euros de la entrada (caro) para ascender hasta la esfera superior, desde dónde se podían registrar fotografías panorámicas de la ciudad.



El precio de la visita permitía ir bajando luego hacia los átomos inferiores para visitar las distintas exposiciones, las que en verdad, nos defraudaron totalmente. Una de las esferas proponía adentrarnos en la Antártida tuvimos que atravesar un pasillo con las paredes recubiertas con lienzos blancos (una pobre representación de los hielos eternos) para llegar a un recinto donde se proyectaba un documental sobre pingüinos, y se ofrecían algunos otros datos.

En otra de las relucientes "bolas" sus muros convexos contenían fotografías enormes de personalidades que en algún momento habían visitado el atomium. Otras estaban cerradas al público y la esfera dedicada a bar brillaba, pero por la ausencia de oferta gastronómica. En resumen. El atomium por fuera: digno de verse. Por dentro: silencio piadoso. ¿Sabían esto los japoneses? Porque no vimos a ninguno en el interior.



El turno de las iglesias
La visita a iglesias durante nuestra estadía en Bruselas se limitó a sólo dos. Una, monumetal por su tamaño y la otra, una muestra de pulcritud y buen gusto. La primera es la quinta mayor del mundo pero su estilo Art Deco y su relativa modernidad (comenzó a construirse en 1905 y fue terminada en 1971) no llega a emocionar como pueden hacerlo otras famosas basílicas o catedrales cargadas de historia.


Se trata de la Basílica de Koekelberg, o del Sagrado Corazón, construída para conmemorar el 75 aniversario de la independencia de Bélgica. Su interior, de enormes columnas y paredes lisas y practicamente desnudas, transmite poco más que admiración por sus dimensiones.

La otra visita fue para la catedral de Bélgica. Su aspecto exterior no es muy impactante, pero al ingresar el visitante no puede menos que quedar extasiado por su maravillosos vitrales, la pulcritud de su construcción y el buen gusto arquitéctonico y artístico en cada uno de sus rincones.


La catedral de San Miguel y Santa Gúdula, patrona de Bruselas, fue levantada entre los siglos XIII y XVI, y restaurada entre 1983 y 1989, de ahí su buen estado de conservación y magnífico aspecto. Como esta nota no es una lección de historia, nos limitaremos a reproducir algunas fotografías de este bello templo y resaltar que su visita no defraudará a quienes saben apreciar las obras de arte. Nos despedimos de Bruselas con las imágenes de Santa Gúdula y San Miguel.
Próxima nota: Los jardines del Palacio Real





*


13 de mayo de 2009

VIAJES - Bélgica (III) Bruselas

Continuamos en Bruselas Los restaurantes ocupan toda la acera

(Tomar nota que las fotos que pueden verse ampliadas con doble click son las de tamaño medio y pequeño).

Provistos de folletos y un plano de la ciudad con sus difíciles nombres de calles, en los que las vocales se intercalan trabajosamente entre tantas consonantes, nos encontrábamos finalmente en el centro de la Grande Place que tanto había visto en fotografías con los arreglos florales multicolores que alfombraban los adoquines.

Esta vez no estaba la carpeta floral, pero sí una enorme ilustración de un conocido personaje de historieta belga, el que podía observarse mejor desde una tarima instalada al efecto. Al igual que en todos los centros de aglomeración turística, llámese París, Roma o Florencia, artistas aficionados habían instalado sus caballetes y plasmaban sus obras en los lienzos que luego intentarían vender.













Todos los edificios que enmarcan la Plaza Mayor son de una belleza impactante y cada detalle es registrado por las lentes de las cámaras fotográficas. Entre ellos resalta el Ayuntamiento por la altura de su torre central (97 metros), en cuyo extremo descansa la estatua de Saint Michele, el patrono de la ciudad.

Pensar que esta torre fue construída entre 1402 y 1455, cuando todavía no se había descubierto América! No puede sentirse más que admiración por quienes diseñaron y construyeron estas maravillas, especialmente por los esforzados obreros que, encaramados a esas alturas colocaban piedra tras piedra con una precisión que asombra.

Como decíamos más arriba, estábamos en medio de la Grande Place con el plano en la mano buscando nombres en letras de mayor tamaño, para incluirlo en la visita. Así que pegado a Grande Place estaba el nombre Grote Markt. Pensábamos que se trataba de algún mercado importante pero no sabíamos donde estaba.

Diálogo parco
Cuando se está en un lugar extraño y algo no se sabe, hay que preguntar y esa fue la decisión al ver pasar a dos mujeres policías vestidas integramente de azul, que avanzaban a paso firme alejándose de nosotros. Me les acerqué por detrás y para llamar su atención, le solté un “excuse moi!”

Se giraron y quedaron a la espera de lo que vendría.

Enemigo de los preámbulos y formulismos en casos como éste, en lugar de “Voulez vous ….etc?, dije simplemente enfatizando el tono de interrogación: “Grote Markt???”, señalando el mapa.

- GROTE MARKT!! dijo una de ellas dando un fuerte zapatazo en el suelo adoquinado.

- GROTE MARKT? volví a preguntar imitando su zapatazo.

- GROTE MARKT!! dijo con un nuevo taconazo. Evidentemente ninguna de las partes tenía propensión al diálogo.

- GROTE MARKT , acepté con voz más débil, a modo de agradecimiento y despedida.

A pesar de la mezquindad de palabras en esta anécdota –absolutamente real- no vaya a pensarse que los belgas no son abiertos y amables con los extranjeros, sino todo lo contrario, como pudimos comprobarlo durante nuestra breve estadía.

En bares y restaurantes los camareros atienden con diligencia y buenos modales. Todos entienden y hablan el inglés y hasta el castellano en algunos casos. Se respira cultura. Nos agradó sobremanera la forma en que sirven un simple café. Tazas medianas y siempre acompañado con un chocolate y una pequeña galletita. En esto hay diferencia con España, donde el café viene pelado de todo aditamento. Es verdad que no incluye un vaso de agua como la buena costumbre argentina, que sería digna de imitar. Pero en resumen, el café belga se merece un aprobado.


En lugares públicos, para acceder a los lavabos, hay que oblar 30 céntimos, y en algunos sitios el precio incluye la visión de los hombres haciendo uso de los mingitorios pues la puerta de acceso permanece abierta y las mujeres que hacen fila para ingresar al lado opuesto, se encuentran ante ese “espectáculo” no previsto. Costumbres que le dicen, pero nadie se horroriza.

El consumo de cerveza es masivo en los bares. Bélgica alardea de tener 400 clases de esa bebida, que por otra parte es muy buena. Otro tanto a favor.

La crisis económica mundial también alcanzó a este país, como es lógico pensar, pero no hay señales visibles, por lo menos en los puntos turísticos, donde bares y restaurantes se ven muy concurridos no obstante la oferta de establecimientos.

A través de medios gráficos locales no enteramos de que para paliar la crisis, los sindicatos y empresarios acordaron suspensiones parciales y rebajas de salarios, con el fin de evitar los despidos masivos. Una manera inteligente de tirar todos del mismo carro.


Como una variante de los archiconocidos McDonald, decidimos probar la cocina turca, que resulta muy sabrosa y abundante por un módico precio.
Ignorábamos que el plato típico de los belgas son …..los mejillones. Curioso, ¿no?. Los “mosslen” como se llaman aquí, se sirven en todos los restaurantes del país. Se consumen diariamente miles de estos moluscos.¿No habrá peligro de extinción de la especie? En fin, problema de los belgas y de los propios mejillones.














Una pausa hasta la próxima nota.

*