28 de diciembre de 2008

Barcelona, vista por un periodista argentino


En mi paseo diario por Internet encuentro a veces algún artículo que me induce a compartirlo. Esta breve miscelánea de un periodista argentino contiene algunos datos interesantes. Se lee rápido y a otra cosa..
La ciudad de los prodigios

Por Maximiliano Tomas (Jefe Sección Cultura del diario Perfil, Buenos Aires).
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Como pocas ciudades en el mundo, Barcelona tiene todo para convertirse en el paraíso del flâneur, para provocar lo mismo que, aparentemente, sentía Walter Benjamin al pasear por la París del siglo XIX.
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Hanna Arendt lo describe así en el perfil que hace del alemán: “Esta ciudad, en torno de la cual se puede circular más allá de las viejas entradas, sigue siendo lo que fueron las ciudades medievales, amuralladas y protegidas contra el exterior: un espacio interior, pero sin la estrechez de las calles medievales, un aire interior abierto, generosamente construido y planeado, con el arco celeste como un majestuoso techo, recubriéndolo”.
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Barcelona se recorre a pie, desde el mar a la montaña, en apenas un día. Si París era entonces, según Arendt, “la única entre las grandes ciudades que para su vitalidad depende, más que ninguna otra ciudad, de los transeúntes”, esa descripción le cabe mucho mejor hoy a esta ciudad extraña y civilizada que es Barcelona.
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Aquí no son los arrebatos, los asaltos o las peleas callejeras lo que preocupa a los habitantes: son los ruidos. Los bares y discotecas del centro suelen estar clausurados por dos o tres puertas aislantes, y no es extraño ver cómo los vecinos corren, desde los balcones y a baldazos de agua, a los turistas que no respetan el obligado código de silencio.
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En menos de dos décadas, la ciudad se vio catapultada, gracias al desarrollo y la urbanización que impusieron los Juegos Olímpicos de 1992, a la vidriera de las grandes metrópolis modernas.
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En el subte, que funciona de lunes a viernes hasta la medianoche, y los fines de semana hasta bien entrada la madrugada, un reloj indica cuántos minutos faltan para la llegada del próximo tren; los músicos tienen sus espacios para tocar, al que acceden mediante un registro y un concurso; en las esquinas, la prioridad es siempre del peatón; en las ramblas, la prostitución suele ser tolerada por la Policía como parte del paisaje urbano, al igual que la venta y consumo de alcohol y drogas blandas, cuya penalización pocas veces pasa de una advertencia o multa menor.
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Pero hay algo todavía más curioso, y es la organización barrial. Cada barrio tiene su asociación vecinal, su mercado, su propia fiesta. Un día a la semana, la gente saca a la calle los muebles que ya no usa: sillones, mesas, camas, televisores. Así, los jóvenes –que suelen compartir piso debido al elevado precio de los alquileres– se abastecen en la calle de todo lo que necesitan.
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Incluso hay códigos para evitar decepciones: si un electrodoméstico no funciona, antes de tirarlo hay que cortarle el cable.
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Hace unos días, a un amigo le sucedió algo muy raro: en lugar de muebles, encontró una inmensa pila de libros, entre la que había novelas de Alessandro Baricco, Ian McEwan, Guillermo Cabrera Infante. No libros de descarte: era la biblioteca de un lector.
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Mi amigo pasó de la alegría inicial a un sentimiento incómodo: ¿qué es lo que puede hacer que alguien abandone su biblioteca en medio de la calle? Además: ¿por qué le pasaba eso con los libros y no, por ejemplo, con la cómoda usada que tiene en su habitación? ¿Qué es, a pesar de su banalización actual, lo que sigue haciendo impensable que alguien pueda quemar libros, o tirarlos a la basura?
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Está de más decirlo: mi amiga cargó los ejemplares en varias cajas y los llevó a su casa. Por mi parte, hace unas horas comencé a leer El libro de las ciudades, en el que hay un ensayo muy divertido de Cabrera Infante sobre los taxis londinenses.
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(El flaneur es alguien que pasea por la ciudad y se va deteniendo en los escaparates, las tiendas, sin ninguna intención concreta. Nota de Jota T.)
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1 comentario:

flaco dijo...

Me gustó la nota y fundamentalmente porque según el periodista en Barcelona a pesar de ser tan hermosa y cosmopolita existen todavía los códigos (que si se extrañan acá) y que habían en nuestra juventud.