17 de abril de 2011

Cuestión de protocolo


"Es el corazón"
El semblante del médico no exhibía la sonrisa con que había recibido al paciente minutos antes de ordenar que, con carácter urgente, se le hiciera un electrocardiograma.

El hombre, próximo a cumplir 71 años, creyó conveniente consultar a su médico de cabecera debido a un dolor en el pecho. No muy fuerte pero sí extraño, aunque descartó un infarto porque no sentía ningún dolor en el brazo izquierdo, tal como le indicaban sus escasos conocimientos médicos.

"Es el corazón y tendrá que ser ingresado en el hospital", repitió el médico mientras tecleaba en su ordenador. El hombre no se inmutó pero por su cabeza desfilaban todas las escenas que había visto en televisión y cine. Ahora era el protagonista.

¿Tengo que ir al hospital? ¿Cuando?
Hoy. Cancele todo lo que pensaba hacer hoy.
¿Hoy? ¿A que hora?
"Ahora mismo. Quédese sentado y espere a que llegue la ambulancia, que ya la he llamado. Es el protocolo que tenemos que seguir. Hay probabilidades de que haya sufrido una angina de pecho", dijo.
La explicación sorprendió al paciente, que solo atinó a llamar a su esposa para tranquilizarla y decirle que sería llevado al hospital en ambulancia por cuestiones de protocolo.
No habían pasado diez minutos cuando los dos miembros del Samur subieron corriendo las escalera hasta el primer piso del ambulatorio donde el paciente se hallaba como atornillado a una silla, esperándolos.

El hombre fue sentado en una silla de ruedas y subido a la ambulancia. "Es el protocolo", le aclaró el médico que viajó sentado junto a él, mientras aprovechaba el viaje de tres minutos hasta el hospital, para hacer un control de la tensión arterial.

Al llegar a la zona de Urgencias el paciente fue llevado en la misma silla hasta un box, obligado a cambiar su ropa por una bata blanca abierta por detrás, y a tenderse en una camilla en la que iba a permanecer diez horas, para controles y análisis.


Allí estaba, con su cuerpo cubierto de electrodos conectados a distintas pantalls que titilaban y emitían pitidos sincronizados con luces rojas y verdes. ¿Sería bueno o malo? El rostro del médico que observaba la pantalla del ordenador no dejaba traslucir nada. Al mismo tiempo una enfermera introdujo una jeringa en una vena de la muñeca izquierda del hombre por la que le inyectó suero fisiológico, mientras otra comenzó a extraer sangre en el brazo derecho.
El hombre se ubicó mentalmente en el cieloraso de la sala y se observó a sí mismo impotente y en manos del equipo médico que aparentemente ponía en práctica todos los pasos del protocolo que indicaba ese tratamiento.
Cada hora que pasaba, un nuevo electrocardiagrama y, cuando habían pasado cinco horas de su ingreso, nueva extracción de sangre y la visita de un segundo médico al que tuvo que explicarle de manera pormenorizada los síntomas que había tenido a la mañana.
En un momeneto dado, con siete horas ya en la camilla, el hombre sintió necesidad de ir al lavabo. Llamó al enfermero que le había sido asignado y le pidió que le desconectara todos los electrodos. "Imposible, no puede levantarse de la camilla, hasta que comprobemos que no hay daño coronario. Es el protocolo".

El paciente se sentía prisionero del protocolo, pero al mismo tiempo reconocía que el equipo médico funcionaba con precisión de relojería, y que había sido muy "afortunado" ante la circunstancia de que el percance lo hubiese sorprendido en ese lugar, sabiendo que todo su tratamiento, internación y medicación no habría de costarle ni un solo céntimo; a veces ser jubilado tiene sus ventajas.

Después de diez horas de controles exhaustivos, el médico responsable ordenó el traslado del paciente a una habitación del segundo piso del hospital. El hombre estaba ansioso por salir de una vez por todas de Urgencias, que como tal, es el escenario de idas y venidas de pacientes con dolencias diversas, unas más graves que otras, todas rodeadas de los dramas propios de ese ambiente que tantas veces había visto en las series de televisión.

Durante su permanencia allí, no había estado solo; su esposa e hijo habían estado junto a él en todo momento. "Pero si yo no hice nada", le dijo la esposa. "Pero estás aquí" le respondió el hombre, "y con eso basta".
El hombre fue trasladado a su habitación con aire acondicionado, televisión y todo un equipo de enfermeras a su servicio, todas predispuestas a sonreirle y tratarlo con afecto, algo que quizás no sea fundamental, pero ayuda a sobrellevar mejor cualquier dolencia.

Ya instalado, el paciente recibió la visita de un tercer médico al que tuvo que relatarle otra vez lo que le había ocurrido. "Ya lo conté cinco veces", exageró el hombre. "Pues hágalo una sexta porque yo soy el cardiólogo", dijo el médico con toda la razón.

Después de escucharlo, el médico informó al paciente que de acuerdo a todos los electrocardiogramas -el último terminaba en ese momento- aparentemente no había daño cardíaco, pero para tener la confirmación definitiva, debía someterlo a una prueba de esfuerzo, una ergometría. "Si el resultado es negativo le daremso el alta, y si da positivo habrá que hacer otras cosas". Estas incluían un posible cateterismo si es que alguna de las arterias coronarias estaba obstruída.

Al día siguiente, la ergometría en la que el paciente fue sometido a un máximo esfuerzo en la cinta, concluyó con elogios de la especialista por el comportamiento del enfermo. ¿Negativo o positivo? preguntó el paciente. "Negativo", fue la respuesta.

El cardiólogo fue informado y extendió el alta. "No hay daño cardíaco. Ahora a casa, dejar el tabajo, bajar de peso, ejercicio y vigilar la tensión y el colesterol".
Ya a punto de abandonar el hospital, el hombre recordó el título de la excelente autobiografía de Gabriel García Márquez, para utilizarlo como corolario de esta pequeña anécdota: "Vivir para contarla".

















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7 comentarios:

martagbp dijo...

Ah José, qué suerte que todo está bien! Ya me parecía que tu "silencio" obedecía a alguna razón fuerte.
Ahora, a caminar y comer sano y...la copita de vino que decía Favaloro! Un cariño.

flaco dijo...

A José: Eso de estar persiguiendo mujeres, trasnochar, tomarte hasta el agua de los floreros,fumarte hasta la yerba mate, tener sexo siete veces por día, trae sus consecuencias. Creo que es hora de aflojar un poquito y tener alegrías, por ej:hacete hincha de Racing, (que aplastamos ayer a los rojos), perseguí mariposas ya que es la época en España, tomá té de tilo, etc.
Bueno José te comprendo y creo que cualquiera que haya pasado lo mismo, hubiera sentido igual a lo que vos sentiste.
Un beso.Amén

José T. dijo...

Marta: gracias,lo haré. Favaloro era un "grande"; un personaje al que admiro.
Flaco: Creo que exagerás en algunos puntos, no te voy a decir cuales. Si me hago hincha de Racing tendría una alegría cada doce "encuentros"; no está mal. Un abrazo a ambos.

Fer.T dijo...

Por suerte todo salio bien, pero vaya susto que nos hicistes pasar!!!! asique ahora a cuidarse, que tus hijos y nietos te quieren por muchos años mas!!!!!

José T. dijo...

A Fer: tranqui que en Mataró no permiten que los viejos se mueran: son los que más acuden a votar!!!!. De todas maneras es muy de agradecer una palabra de aliento de quien ha leído esta noteja. Aunque tampoco tienen ninguna obligación. Saludos a la nueva pequeña culé. Sensacional el video en feisbuc.

Noemi dijo...

caramba Jose, lo empece a leer como uno de tus relatos, cuando lei la edad, pense que casualidad, pero no terminaba de caer, bueno me alegro muchisimo de final de la historia, a cuidarse que la azafata no se puede quedar colgada

José T dijo...

Jaja. Hola Noemí. Compartí habitación con Franco Deterioro, mi nuevo amigo. Después vino a visitarnos el alemán y quedamos en volver a encontrarnos un día de estos. Tranquila que en la próxima excursión seguiremos perdiéndonos alegremente por esos caminos de Dios . slds.